Romanos 8; 18
“Pues tengo por cierto que las
aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que
en nosotros ha de manifestarse.”
Los sufrimientos de
los santos golpean, pero no más hondo que las cosas del tiempo, sólo duran el
tiempo actual, son aflicciones leves y sólo pasajeras. ¡Cuán diferentes son la
sentencia de la palabra y el
sentimiento del mundo respecto
de los sufrimientos de este tiempo presente!
Pablo ha estado
hablando de la gloria de la adopción en la familia de Dios, y ahora vuelve al
estado turbulento del mundo presente. Traza un gran cuadro. Habla con visión
poética. Ve a toda la naturaleza esperando la gloria que será. Por el momento,
la creación está sometida a la esclavitud de la caducidad.
En el mundo se
marchita la belleza y se aja el encanto; es un mundo caduco, pero en espera de
la liberación y la realización.
Para pintar este
cuadro, Pablo estaba usando ideas que cualquier judío podría reconocer y
entender. Habla de la edad presente y de la gloria que se manifestará. El
pensamiento judío dividía la historia del tiempo en dos secciones: la edad
presente y la edad por venir. La edad presente era totalmente mala, sometida al
pecado, a la muerte y a la corrupción. Pero alguna vez llegaría el Día del
Señor. Sería un día de juicio en el que se sacudirían hasta los mismos
cimientos del mundo; pero de su ruina surgiría un nuevo mundo.
Indudablemente toda la creación espera con anhelosa expectativa el
período en que se manifiesten los hijos de Dios en la gloria preparada para
ellos. Hay impureza, deformidad y enfermedad que sobrevinieron a la criatura
por la caída del hombre. Hay enemistad de una criatura contra otra. Son
utilizadas, más bien se abusa de ellas, por el hombre como instrumentos de
pecado. Sin embargo, este estado deplorable de la creación está “con
esperanza”. Dios lo librará de estar así mantenida en esclavitud por la
depravación del hombre. Las miserias de la raza humana, por medio de la maldad
propia de cada uno y de unos con otros, declaran que el mundo no siempre
continúa como está.
2 Tesalonicenses 2;
16
“Y el mismo Jesucristo Señor
nuestro, y Dios nuestro Padre, el cual nos amó y nos dio consolación eterna y
buena esperanza por gracia,”
Los escritos del Apóstol son
escritos de profesión de fe. Su modo ejemplar de vivir hace creíble la buena
nueva. Pablo, pastor de almas, añade inmediatamente a la exhortación a la
fidelidad una oración por la comunidad. Dios mismo ha de sostener con su fuerza
este empeño y la buena voluntad de la Iglesia. Un colaborador del Señor debe
constantemente tener presentes en sus oraciones a las comunidades, a fin de que
la obra comenzada pueda también llevarse a término.
El anuncio del mensaje de
salvación no es una comunicación impersonal. Se efectúa siempre con entrega
personal. Así, en el mensaje de salvación que nos transmiten los escritores
bíblicos, están incorporadas también las peculiaridades personales.
Es importante observar la
manera de hablar de Pablo a esta iglesia. En la misma carta les entregará
enseñanza fuerte, medicina amarga, para que hagan correcciones, pero en medio
de sus instrucciones acerca de errores y desórdenes, pronuncia esta hermosa
bendición.
Podemos y debemos dirigir nuestras oraciones no sólo a Dios Padre por
medio de nuestro Señor Jesucristo, sino también a nuestro Señor Jesucristo
mismo. Debemos orar en su nombre a Dios, no sólo como su Padre sino como
nuestro Padre en Él y por medio de Él. Manantial y fuente de todo el bien que
tenemos o esperamos es el amor de Dios en Cristo Jesús. Hay buenas razones para
grandes bendiciones, porque los santos tienen una buena esperanza por medio de
la gracia. La gracia y la misericordia gratuita de Dios son lo que ellos
esperan y en las que fundan sus esperanzas, y no algún valor o mérito propio de
ellos. Mientras más placer tengamos en la palabra, las obras y los caminos de
Dios, más probablemente seremos preservados en ellas, pero si vacilamos en la fe
y si tenemos una mente que duda, vacilando y tropezando en nuestro deber, no es
raro que seamos extraños a los goces de la religión.
El Apóstol presenta su oración en forma solemne. Es probable que aquí
utilice un modo de hablar usado ya y consagrado en el culto de la Iglesia
primitiva. Así rogaban las comunidades unas por otras. En esta forma de
plegaria se halla el nombre de Jesucristo al principio de la intercesión. El
Apóstol quiere subrayar aquí la economía de la salud. Sólo por Cristo llega el
cristiano al Padre. Del Padre recibimos amor, consuelo y esperanza, pero esto
siempre por Jesucristo. Así se sitúa él siempre entre nosotros, los hombres, y
el Padre como mediador y salvador. Aquí -en una de las cartas más antiguas del
Nuevo Testamento- confiesa Pablo la divinidad de Cristo. A él nunca le cupo la
menor duda de que el Hijo de Dios había venido al mundo y que así podía
realmente otorgar a los hombres vida y salvación.
El amor de Dios se manifiesta también en el hecho de que Dios se abre
a los pecadores y les muestra un nuevo modo de vida lleno de sentido. Signo de
verdadero amor es la buena disposición para hacerlo todo por el amado. Dios nos
mostró su amor en su Hijo, que dio su vida por sus amigos. En este amor de Dios
puede el hombre cobrar alientos y regocijarse.
El cristiano recibe un consuelo permanente levantando los ojos a Dios,
que otorga su amor. Así cobra sentido toda su existencia. Todas las cuestiones
apremiantes reciben respuesta si se miran en el sentido de Dios. El que presta
oído a la Palabra de Dios ve con claridad, comprende el tiempo y sabe del
futuro. Permanece en la situación presente, en medio de su dureza. Es que para
él todo es sencillamente tránsito para pasar a la unión definitiva con Cristo.
Todo cobra sentido si se piensa que un día tendrá lugar la reunión con Cristo.
Así el «Dios de todo consuelo» (2Corintios_1:3)
otorga al hombre el único consuelo verdadero.
¡Maranatha! ¡Sí, ven Señor Jesús!
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