} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: EL SEXTO SELLO

viernes, 29 de septiembre de 2017

EL SEXTO SELLO


Apocalipsis 6; 12-17

12 Y vi, cuando abrió el sexto sello, sobrevenir un gran terremoto, y el sol se volvió negro como un tejido de crin; la luna, toda ella se volvió de sangre, 13 y los astros del cielo cayeron sobre la tierra, como una higuera, sacudida por fuerte viento, deja caer las brevas. 14 Y el cielo fue retirado como un libro que se enrolla, y todo monte e isla fueron removidos de su lugar.

    El sexto sello cambia la escena de regreso al mundo físico. Los primeros cinco juicios fueron dirigidos a regiones específicas, pero este juicio es universal. Todos tendrán miedo cuando la tierra misma sea sacudida.
Juan usa imágenes que eran muy familiares en la literatura apocalíptica. Los judíos creían que el fin del mundo la Tierra sería sacudida y habría catástrofes y cataclismos cósmicos. En esta descripción hay cinco elementos que aparecen repetidamente a través de la Biblia.

  Hay un terremoto. A la venida del Señor, la Tierra temblará (Amós 8:8)
La calamidad de las cinco primeras visiones de los sellos había sido causada por hombres, por lo cual quedó también limitada al hombre y a su mundo; en la sexta se extiende la calamidad a la naturaleza muerta y adopta al mismo tiempo dimensiones cósmicas. También en los evangelios semejantes catástrofes cósmicas preceden inmediatamente al juicio universal (Mateo_24:29), que sería de esperar con la apertura del séptimo sello. Como introducción al «gran día de la ira del Cordero»  traza el Apocalipsis un cuadro espeluznante, compuesto en general con motivos del Antiguo Testamento; en vísperas de su último día comienza la tierra a temblar, el sol se ensombrece como cubierto por un obscuro manto de luto, el claro cielo se vuelve negro (Isaías_50:3), sobre este fondo obscuro penden la luna llena roja como de sangre; el universo entero parece desintegrarse, las estrellas caen del punto en que están fijas en el cielo, como caen las hojas de la higuera sacudida por el vendaval de invierno ( Isaías_34:4). La sinfonía del cataclismo final, compuesta con representaciones tomadas de la idea del mundo de entonces termina con el derrumbamiento del firmamento entero, que se concibe como un hemisferio extendido por encima de la tierra, el cielo se enrolla como se enrollaba entonces un libro. También el caos en la tierra es de tales dimensiones que ya no es posible reconocer su superficie; ni siquiera las montañas, símbolo de estabilidad, ni las islas se hallan ya en su lugar. La desintegración de todos los órdenes del espacio vital del hombre enfrenta al género humano con el caos del cataclismo y le hace presentir su propia destrucción.

15 Los reyes de la tierra, los magnates, los jefes militares, los ricos, los poderosos y todos, esclavos y libres, se ocultaron en las cavernas y en los riscos de los montes. 16 Y dicen a los montes y a los riscos: «Caed sobre nosotros y ocultadnos de la presencia del que está sentado sobre el trono y de la ira del Cordero.» 17 Porque llegó el gran día de su ira. ¿Y quién puede tenerse en pie?


El Apóstol Juan nos presenta a hombres de todas clases y condición el número siete indica totalidad, desde los reyes, magnates, tribunos, ricos y poderosos hasta los siervos y libres, huyendo de los cataclismos para esconderse en las cavernas de los montes. Esto era frecuente en Palestina en tiempo de invasiones enemigas y de guerras   Y lo mismo dice Jesucristo en el Evangelio cuando habla de la caída de Jerusalén y de la gran tribulación. El apostrofe que dirigen los impíos a los montes y a las peñas: Caed sobre nosotros y ocultadnos de la cara. del Cordero, nos recuerda las palabras que Cristo dirigió a las piadosas mujeres de Jerusalén, que se lamentaban de su suerte, cuando iba camino del Calvario: “Entonces dirán a los montes: Caed sobre nosotros, y a los collados: Ocultadnos.”   Los malvados tienen conciencia de su culpabilidad, y, antes de comparecer ante la faz irritada del Cordero, prefieren desaparecer para siempre. Porque ha llegado el día terrible de su ira, y nadie podrá mantenerse en pie en su presencia. El manso Cordero se ha convertido en fiero León para los enemigos de Dios. La vista del Redentor inmolado será lo que más terror ha de causar a la humanidad ingrata. Los enemigos de Dios se sentirán llenos de espanto, y tendrán que reconocer la soberanía y la omnipotencia divinas, manifestadas en esas convulsiones cósmicas. El día grande de la ira del Señor es el paralelo del gran día de Yahvé, del cual nos hablan frecuentemente los profetas. Ese día será un día terrible, un día de tinieblas y oscuridad, en el que se oscurecerá el sol y la luna, y las estrellas caerán del cielo, y el universo entero se conmoverá. Todas estas imágenes sirven para dar realce a la intervención divina en favor de su Iglesia y en contra de los enemigos de ella.
El significado esencial de la escena descrita por San Juan es que los enemigos de Dios serán obligados a reconocer, en las diversas épocas de la historia, los signos precursores del gran día de Dios, del gran juicio del Señor. Y tendrán que constatar que no siempre podrán escapar a la justicia divina
El terror pánico que se ha apoderado de los hombres cuando han visto su mundo desquiciado y hecho astillas, domina a todos sin excepción; se enumeran doce grupos (símbolo de la totalidad), desde la más alta clase social hasta el estrato más bajo de la sociedad. La sensación de impotencia frente a una naturaleza, cuyas leyes habían explorado y a la que de esta manera creían tener, en cierto modo, sujeta en sus manos, lleva a los hombres a una franca desesperación; todo orgullo se ha desplomado en un terror sin remedio. Tratan de escapar, pero no hay escondrijo para su mala conciencia y para ocultarse de los ojos del Cordero que viene a juzgar; el día de su ira pondrá de manifiesto que el Salvador del mundo es también su juez.
Tal como lo vio Juan en su visión, el tiempo del fin había de ser de terror universal. Aquí está también manejando imágenes que les resultarían familiares a todos los que conocieran el Antiguo Testamento y los últimos escritos judíos. Cuando llegara el Día del Señor, todo el mundo estaría aterrado; angustias y dolores se apoderarían de ellos como de la mujer de parto; y se asombraría cada cual de su compañero (Isaías_13:6-8). Entonces, hasta los valientes gritarían de terror (Sofonías_1:14). Temblarían todos los habitantes de la Tierra (Joel_2:1). Estarían aterrados; no tendrían adónde huir ni dónde esconderse; las criaturas de la Tierra temblarían de miedo. Dios Se presentaría como testigo contra Su pueblo pecador (Miqueas_1:1-4). Sería como fuego purificador, ¿y quién podría soportar el tiempo de Su venida? (Malaquias_3:1-3). El Día del Señor sería grande y terrible, ¿y quién podría soportarlo? (Joel_2:11). La gente le diría a los montes: " ¡Cubridnos!» y a los collados: " ¡Caed sobre nosotros!» (Oseas_10:8), palabras que citó Jesús cuando iba de camino hacia la Cruz (Lucas_23:30).
Este pasaje tiene dos cosas significativas que decir acerca de este terror:
  Es universal.
El versículo 15 menciona a los reyes, los capitanes, los grandes, los ricos, los fuertes, los esclavos y los libres. Se ha hecho notar que estas siete palabras incluyen " toda la gama de la sociedad humana.» Nadie estará exento del juicio de Dios. Los grandes puede que fueran los gobernadores Romanos que persiguieron a la Iglesia; los capitanes, las autoridades militares. Por muy grandes que fueran eran hombres, y por mucho poder que manejaran estaban sujetos al juicio de Dios. Por muy rica que sea una persona, por muy fuerte, por muy libre que se considere, por muy insignificante que fuera un esclavo, no escaparía al juicio de Dios.
 Cuando llega el Día del Señor, Juan ve a la gente buscando dónde esconderse.
 Aquí tenemos la gran verdad de que el primer instinto del pecado es esconderse. En el Jardín del Edén, Adán y Eva trataron de esconderse (Genesis_3:8).   Lo que más temen los pecadores no es la muerte sino la presencia reveladora de Dios al otro lado.  Lo terrible del pecado es que convierte al hombre en un fugitivo de Dios; y lo supremo de la obra de Jesucristo es que pone al hombre en una relación con Dios en la que ya no necesita esconderse, sabiendo que puede confiarse al amor y la misericordia de Dios.
  Notemos una última cosa. De lo que huye la gente es de la ira del Cordero.
Aquí tenemos una paradoja; no asociamos fácilmente la ira con el Cordero, sino más bien la benignidad y la amabilidad. Pero la ira de Dios es la ira del amor, que no trata de destruir, sino que hasta en la indignación trata de salvar al que ama.
Al ver a Dios sentado en el trono, todos los seres humanos, grandes y pequeños, se aterrorizarán y clamarán que las montañas caigan sobre ellos de modo que no tengan que enfrentarse al juicio del Cordero. Esta vívida escena no tiene la intención de asustar a los creyentes. Para ellos, el Cordero es un Salvador tierno. Pero los generales, emperadores o reyes que antes no mostraron temor de Dios y con orgullo ostentaron su incredulidad, hallarán que estaban equivocados, y en aquel día deben enfrentarse a la ira de Dios. 

       Las visiones de los sellos hacen tabla rasa de la utopía de que el progreso de la humanidad significa a la vez progreso en lo humano, que paralelamente a él corre un proceso progresivo de humanización. Las imágenes de la apertura de los sellos han descubierto por el contrario el progresivo proceso de maduración del mal en la historia y el correspondiente crecimiento del caos y de la anarquía. Luego, al fin, la desintegración incluso del orden de la naturaleza indica al hombre aterrorizado lo que él mismo ha causado al abandonar los órdenes que habían sido confiados a su responsabilidad, con ello ha minado las bases de su misma existencia. Lo que de su mundo se ofrece todavía a sus ojos pasmados es el espantoso vacío de la nada, que no deja ya ninguna salida más que la ruina y el fin de todo. La enorme angustia existencial que por esto asalta a todos, está expresada de manera impresionante con la psicosis de fuga y de búsqueda de un escondrijo; en la total inconsistencia del hombre en medio de un mundo que él creía haberse apropiado y puesto a su disposición, vuelve a mostrársele con tenue resplandor la conciencia de la responsabilidad moral, pero sólo ya como miedo del juicio.
Una generación de la humanidad será la última; lo que ésta experimentará exteriormente se anuncia aquí sólo en figuras simbólicas; no sabemos por tanto cómo será la realidad; ahora bien, el objetivo de la pintura apocalíptica es éste: poner drásticamente ante los ojos el estado interior y la reacción de aquellos últimos hombres ante el juicio final de Dios. Las catástrofes en la historia y en la naturaleza referidas en las visiones de los sellos se interpretan finalmente en el sentido de que son un anuncio de la «ira del Cordero», del día de su juicio.

 A los que creemos en la Palabra de Dios, que el Rey de reyes se acerca, los cristianos estamos llamados a un rumbo decidido y a confesar denodadamente a Cristo y su verdad ante nuestros congéneres. Sea lo que sea que tengamos que soportar, el desprecio del hombre, de corta duración, debe soportarse más que la vergüenza que es eterna.
Nadie que haya rechazado a Dios podrá sobrevivir el día de su ira, pero los que pertenecemos a Cristo recibiremos una recompensa y no un castigo. ¿Perteneces a Cristo? Si es así, no tienes por qué temer a esos últimos días.


¡Maranatha!

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