Apocalipsis 6; 12-17
12 Y vi, cuando abrió el sexto sello,
sobrevenir un gran terremoto, y el sol se volvió negro como un tejido de crin;
la luna, toda ella se volvió de sangre, 13 y los astros del cielo cayeron sobre
la tierra, como una higuera, sacudida por fuerte viento, deja caer las brevas.
14 Y el cielo fue retirado como un libro que se enrolla, y todo monte e isla
fueron removidos de su lugar.
El
sexto sello cambia la escena de regreso al mundo físico. Los primeros cinco
juicios fueron dirigidos a regiones específicas, pero este juicio es universal.
Todos tendrán miedo cuando la tierra misma sea sacudida.
Juan usa imágenes que eran muy familiares en la literatura
apocalíptica. Los judíos creían que el fin del mundo la Tierra sería sacudida y
habría catástrofes y cataclismos cósmicos. En esta descripción hay cinco
elementos que aparecen repetidamente a través de la Biblia.
Hay un
terremoto. A la venida del Señor, la Tierra temblará (Amós 8:8)
La calamidad de las cinco primeras visiones de los sellos había sido
causada por hombres, por lo cual quedó también limitada al hombre y a su mundo;
en la sexta se extiende la calamidad a la naturaleza muerta y adopta al mismo
tiempo dimensiones cósmicas. También en los evangelios semejantes catástrofes
cósmicas preceden inmediatamente al juicio universal (Mateo_24:29),
que sería de esperar con la apertura del séptimo sello. Como introducción al
«gran día de la ira del Cordero» traza
el Apocalipsis un cuadro espeluznante, compuesto en general con motivos del
Antiguo Testamento; en vísperas de su último día comienza la tierra a temblar,
el sol se ensombrece como cubierto por un obscuro manto de luto, el claro cielo
se vuelve negro (Isaías_50:3), sobre este fondo
obscuro penden la luna llena roja como de sangre; el universo entero parece
desintegrarse, las estrellas caen del punto en que están fijas en el cielo,
como caen las hojas de la higuera sacudida por el vendaval de invierno ( Isaías_34:4). La sinfonía del cataclismo final,
compuesta con representaciones tomadas de la idea del mundo de entonces termina
con el derrumbamiento del firmamento entero, que se concibe como un hemisferio
extendido por encima de la tierra, el cielo se enrolla como se enrollaba
entonces un libro. También el caos en la tierra es de tales dimensiones que ya
no es posible reconocer su superficie; ni siquiera las montañas, símbolo de
estabilidad, ni las islas se hallan ya en su lugar. La desintegración de todos
los órdenes del espacio vital del hombre enfrenta al género humano con el caos
del cataclismo y le hace presentir su propia destrucción.
15 Los reyes de la tierra, los
magnates, los jefes militares, los ricos, los poderosos y todos, esclavos y
libres, se ocultaron en las cavernas y en los riscos de los montes. 16 Y dicen
a los montes y a los riscos: «Caed sobre nosotros y ocultadnos de la presencia
del que está sentado sobre el trono y de la ira del Cordero.» 17 Porque llegó
el gran día de su ira. ¿Y quién puede tenerse en pie?
El Apóstol Juan nos presenta a hombres de todas clases y condición el
número siete indica totalidad, desde los reyes, magnates, tribunos, ricos y
poderosos hasta los siervos y libres, huyendo de los cataclismos para
esconderse en las cavernas de los montes. Esto era frecuente en Palestina en
tiempo de invasiones enemigas y de guerras Y
lo mismo dice Jesucristo en el Evangelio cuando habla de la caída de Jerusalén
y de la gran tribulación. El apostrofe que dirigen los impíos a los montes y a
las peñas: Caed sobre nosotros y ocultadnos de la cara. del Cordero, nos
recuerda las palabras que Cristo dirigió a las piadosas mujeres de Jerusalén,
que se lamentaban de su suerte, cuando iba camino del Calvario: “Entonces dirán
a los montes: Caed sobre nosotros, y a los collados: Ocultadnos.” Los malvados tienen conciencia de su
culpabilidad, y, antes de comparecer ante la faz irritada del Cordero,
prefieren desaparecer para siempre. Porque ha llegado el día terrible de su
ira, y nadie podrá mantenerse en pie en su presencia. El manso Cordero
se ha convertido en fiero León para los enemigos de Dios. La vista
del Redentor inmolado será lo que más terror ha de causar a la humanidad
ingrata. Los enemigos de Dios se sentirán llenos de espanto, y tendrán que
reconocer la soberanía y la omnipotencia divinas, manifestadas en esas
convulsiones cósmicas. El día grande de la ira del Señor es el paralelo
del gran día de Yahvé, del cual nos hablan frecuentemente los profetas.
Ese día será un día terrible, un día de tinieblas y oscuridad, en el que se
oscurecerá el sol y la luna, y las estrellas caerán del cielo, y el universo
entero se conmoverá. Todas estas imágenes sirven para dar realce a la
intervención divina en favor de su Iglesia y en contra de los enemigos de ella.
El significado esencial de la escena descrita por
San Juan es que los enemigos de Dios serán obligados a reconocer, en las
diversas épocas de la historia, los signos precursores del gran día de Dios,
del gran juicio del Señor. Y tendrán que constatar que no siempre podrán
escapar a la justicia divina
El terror pánico que se ha apoderado de los hombres cuando han visto
su mundo desquiciado y hecho astillas, domina a todos sin excepción; se
enumeran doce grupos (símbolo de la totalidad), desde la más alta clase social
hasta el estrato más bajo de la sociedad. La sensación de impotencia frente a
una naturaleza, cuyas leyes habían explorado y a la que de esta manera creían
tener, en cierto modo, sujeta en sus manos, lleva a los hombres a una franca desesperación;
todo orgullo se ha desplomado en un terror sin remedio. Tratan de escapar, pero
no hay escondrijo para su mala conciencia y para ocultarse de los ojos del
Cordero que viene a juzgar; el día de su ira pondrá de manifiesto que el
Salvador del mundo es también su juez.
Tal como lo vio Juan en su visión, el tiempo del fin había de ser de
terror universal. Aquí está también manejando imágenes que les resultarían
familiares a todos los que conocieran el Antiguo Testamento y los últimos
escritos judíos. Cuando llegara el Día del Señor, todo el mundo estaría
aterrado; angustias y dolores se apoderarían de ellos como de la mujer de
parto; y se asombraría cada cual de su compañero (Isaías_13:6-8). Entonces,
hasta los valientes gritarían de terror (Sofonías_1:14). Temblarían
todos los habitantes de la Tierra (Joel_2:1). Estarían aterrados; no tendrían adónde huir ni
dónde esconderse; las criaturas de la Tierra temblarían de miedo. Dios
Se presentaría como testigo contra Su pueblo pecador (Miqueas_1:1-4). Sería
como fuego purificador, ¿y quién podría soportar el tiempo de Su venida? (Malaquias_3:1-3).
El Día del Señor sería grande y terrible, ¿y quién podría soportarlo? (Joel_2:11). La
gente le diría a los montes: " ¡Cubridnos!» y a los collados: " ¡Caed
sobre nosotros!» (Oseas_10:8),
palabras que citó Jesús cuando iba de camino hacia la Cruz (Lucas_23:30).
Este pasaje tiene dos cosas significativas que decir acerca de este
terror:
Es universal.
El versículo 15 menciona a los reyes, los capitanes, los grandes, los
ricos, los fuertes, los esclavos y los libres. Se ha hecho notar que estas
siete palabras incluyen " toda la gama de la sociedad humana.» Nadie
estará exento del juicio de Dios. Los grandes puede que fueran los gobernadores
Romanos que persiguieron a la Iglesia; los capitanes, las autoridades
militares. Por muy grandes que fueran eran hombres, y por mucho poder que
manejaran estaban sujetos al juicio de Dios. Por muy rica que sea una persona,
por muy fuerte, por muy libre que se considere, por muy insignificante que
fuera un esclavo, no escaparía al juicio de Dios.
Cuando llega el Día del Señor, Juan ve a la gente buscando dónde
esconderse.
Aquí tenemos la gran verdad de
que el primer instinto del pecado es esconderse. En el Jardín del Edén, Adán y
Eva trataron de esconderse (Genesis_3:8). Lo que más temen los pecadores no es la
muerte sino la presencia reveladora de Dios al otro lado. Lo terrible del pecado es que convierte al
hombre en un fugitivo de Dios; y lo supremo de la obra de Jesucristo es que
pone al hombre en una relación con Dios en la que ya no necesita esconderse,
sabiendo que puede confiarse al amor y la misericordia de Dios.
Notemos una última cosa. De lo que huye la gente es de la ira
del Cordero.
Aquí tenemos una paradoja; no asociamos fácilmente la ira con el
Cordero, sino más bien la benignidad y la amabilidad. Pero la ira de Dios es la
ira del amor, que no trata de destruir, sino que hasta en la indignación trata
de salvar al que ama.
Al ver a Dios sentado en el trono, todos los
seres humanos, grandes y pequeños, se aterrorizarán y clamarán que las montañas
caigan sobre ellos de modo que no tengan que enfrentarse al juicio del Cordero.
Esta vívida escena no tiene la intención de asustar a los creyentes. Para
ellos, el Cordero es un Salvador tierno. Pero los generales, emperadores o
reyes que antes no mostraron temor de Dios y con orgullo ostentaron su
incredulidad, hallarán que estaban equivocados, y en aquel día deben
enfrentarse a la ira de Dios.
Las visiones de los
sellos hacen tabla rasa de la utopía de que el progreso de la humanidad
significa a la vez progreso en lo humano, que paralelamente a él corre un
proceso progresivo de humanización. Las imágenes de la apertura de los sellos
han descubierto por el contrario el progresivo proceso de maduración del mal en
la historia y el correspondiente crecimiento del caos y de la anarquía. Luego,
al fin, la desintegración incluso del orden de la naturaleza indica al hombre
aterrorizado lo que él mismo ha causado al abandonar los órdenes que habían
sido confiados a su responsabilidad, con ello ha minado las bases de su misma
existencia. Lo que de su mundo se ofrece todavía a sus ojos pasmados es el
espantoso vacío de la nada, que no deja ya ninguna salida más que la ruina y el
fin de todo. La enorme angustia existencial que por esto asalta a todos, está
expresada de manera impresionante con la psicosis de fuga y de búsqueda de un
escondrijo; en la total inconsistencia del hombre en medio de un mundo que él
creía haberse apropiado y puesto a su disposición, vuelve a mostrársele con
tenue resplandor la conciencia de la responsabilidad moral, pero sólo ya como
miedo del juicio.
Una generación de la humanidad será la última; lo que ésta
experimentará exteriormente se anuncia aquí sólo en figuras simbólicas; no
sabemos por tanto cómo será la realidad; ahora bien, el objetivo de la pintura
apocalíptica es éste: poner drásticamente ante los ojos el estado interior y la
reacción de aquellos últimos hombres ante el juicio final de Dios. Las
catástrofes en la historia y en la naturaleza referidas en las visiones de los
sellos se interpretan finalmente en el sentido de que son un anuncio de la «ira
del Cordero», del día de su juicio.
A
los que creemos en la Palabra de Dios, que el Rey de reyes se acerca, los
cristianos estamos llamados a un rumbo decidido y a confesar denodadamente a
Cristo y su verdad ante nuestros congéneres. Sea lo que sea que tengamos que
soportar, el desprecio del hombre, de corta duración, debe soportarse más que
la vergüenza que es eterna.
Nadie que haya rechazado a Dios podrá sobrevivir
el día de su ira, pero los que pertenecemos a Cristo recibiremos una recompensa
y no un castigo. ¿Perteneces a Cristo? Si es así, no tienes por qué temer a
esos últimos días.
¡Maranatha!
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