Juan 6; 33
Respondió Jesús: Yo soy el pan de vida. Los que a mí vienen,
nunca más tendrán hambre; los que en mí creen, no volverán a tener sed.
La provisión del
maná se consideraba la obra cumbre de la vida de Moisés, y el Mesías no podría
por menos de superarla. «Como fue el primer redentor, así será el Redentor
final; como el primer redentor hizo que cayera maná del Cielo, así el postrer
Redentor hará descender maná del Cielo.» «No encontraréis el maná en esta era,
pero lo encontraréis en la era por venir.» «¿Para quiénes está preparado el
maná? Para los justos de la era por venir. Todos los que crean serán dignos de
comerlo.»
Una vasija que contenía maná se había conservado en el arca del
primer templo; y se creía que, cuando éste fue destruido, Jeremías lo había
escondido, y lo sacaría a la luz otra vez cuando viniera el Mesías. En otras
palabras: los judíos estaban desafiando a Jesús a que produjera el pan de Dios
para justificar Sus pretensiones. No consideraban que el pan que habían comido
los cinco mil era el pan de Dios en el sentido que ellos esperaban; procedía de
panes terrenales y se había multiplicado como pan terrenal. El maná, creían,
había sido otra cosa diferente, y sería la prueba definitiva.
La respuesta de
Jesús era doble. En primer lugar, les recordó que no había sido Moisés el
que les había dado el maná, sino Dios. Y en segundo lugar, les dijo que el maná
no había sido el verdadero pan de Dios, sino sólo un símbolo. El pan de Dios
era el Que había descendido del Cielo para dar a la Humanidad, no la simple
satisfacción del hambre física, sino la vida. Jesús presentaba Sus credenciales
de que la única verdadera satisfacción se encuentra en Él.
La gente come pan para saciar su hambre física y para mantener su vida
física. Podemos saciar el hambre y mantener la vida espiritual únicamente
mediante una adecuada relación con Jesucristo. Con razón decía que era el pan
de vida. Pero el pan debe comerse para mantener la vida y a Cristo debe
invitarse a entrar a nuestro diario andar para mantener la vida espiritual.
Juan 6; 35
Respondió Jesús: Yo soy el pan de vida. Los que a mí vienen, nunca más tendrán hambre; los que en mí creen, no volverán a tener sed.
Jesús dijo, Yo soy la luz del mundo, Yo soy la puerta, Yo soy el buen
pastor, Yo soy la resurrección y la vida, Yo soy el camino, la verdad y la
vida, Yo soy la vid y vosotros los pámpanos. Cristo se entregó a sí mismo para
satisfacer toda necesidad y todo deseo del alma.
Este versículo
contiene una de las enseñanzas más sublimes sobre Jesús. En él encontramos dos
grandes líneas de pensamiento que debemos tratar de analizar.
En primer lugar,
¿qué quería decir Jesús con: " Yo soy el pan de la vida»? No basta con
tomarlo sencillamente como una frase bonita y poética. Vamos a analizarla paso
a paso.
El pan sostiene la
vida. Es algo sin lo cual la vida no puede proseguir. Pero, ¿qué es la vida? No
cabe duda de que es mucho más que la mera existencia física. ¿Cuál es el
sentido espiritual de la vida? La vida
verdadera es la nueva relación con Dios, esa relación de confianza y obediencia
y amor que ya hemos considerado. Esa relación sólo es posible por medio de
Jesucristo. Sin El no podemos entrar en ella. Es decir: sin Jesús puede que haya
existencia, pero no vida. Por tanto, si Jesús es esencial a la vida, se Le
puede describir como el pan de la vida. El hambre de la situación humana
termina cuando conocemos a Cristo y, por medio de Él, a Dios. En Él el alma
inquieta encuentra reposo; el corazón hambriento encuentra satisfacción.
En segundo lugar,
este pasaje nos despliega las etapas de la vida cristiana. Vemos a
Jesús. Le vemos en las páginas del Nuevo Testamento, en la enseñanza de la Iglesia,
a veces hasta cara a cara. Habiéndole visto, acudimos a Él. Le miramos, no como
un héroe, no como el protagonista de un libro, sino como Alguien accesible.
Creemos en Él. Es decir, Le aceptamos como la suprema autoridad acerca de Dios,
de nosotros mismos y de la vida. Eso quiere decir que no acudimos a Él por mero
interés, ni en igualdad de términos; sino, esencialmente, para someternos por
amor. Este proceso nos da la vida. Es decir, nos pone en una nueva relación de
amor con Dios, en la que Le conocemos como Amigo íntimo; ahora podemos
sentirnos a gusto con el Que antes temíamos y no conocíamos. Esta posibilidad
es gratuita y universal. La invitación es para todos los seres humanos. No
tenemos más que aceptarlo, y ya es nuestro el pan de la vida. El único acceso a
esta nueva relación con Dios es por medio de Jesús; sin Él nunca habría sido
posible, y aparte de Él sigue siendo imposible. No hay investigación de la
mente ni anhelo del corazón que pueda encontrar a Dios aparte de Jesús. Detrás
de todo este proceso está Dios. Los que acuden a Jesús son los que Dios Le ha
dado. Dios no se limita a proveer la meta; también mueve el corazón para que Le
desee; también obra en el corazón para desarraigar la rebeldía y el orgullo que
podrían obstaculizar la entrega total. No podríamos ni siquiera empezar a
buscarle si no fuera porque Él ya nos ha encontrado. Queda ese algo tozudo en
el corazón humano que nos hace seguir rehusando la invitación de Dios. En
último análisis, lo único que puede frustrar el propósito de Dios es la
oposición del corazón humano. La vida está ahí para que la tomemos... o para
que la rechacemos.
Cuando la tomamos,
suceden dos cosas. La primera es que entra en la vida una nueva satisfacción.
El corazón humano encuentra lo que estaba buscando, y la vida deja de ser un
mero vegetar para ser algo lleno a la vez de emoción y de paz. Y la segunda es
que tenemos seguridad hasta más allá de la muerte. Aun el último día, cuando
todo termine, estaremos a salvo. Como dijo un gran comentarista: " Cristo
nos lleva al puerto en el que se acaban todos los peligros.» Esas son la
grandeza y la gloria de las que nos privamos cuando rehusamos Su invitación.
¡Maranatha! ¡Sí, ven Señor Jesús!
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