} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: 30 Septiembre LA BUENA SEMILLA (Meditación)

sábado, 30 de septiembre de 2017

30 Septiembre LA BUENA SEMILLA (Meditación)


Juan 6; 33
Respondió Jesús: Yo soy el pan de vida. Los que a mí vienen, nunca más tendrán hambre; los que en mí creen, no volverán a tener sed.

La provisión del maná se consideraba la obra cumbre de la vida de Moisés, y el Mesías no podría por menos de superarla. «Como fue el primer redentor, así será el Redentor final; como el primer redentor hizo que cayera maná del Cielo, así el postrer Redentor hará descender maná del Cielo.» «No encontraréis el maná en esta era, pero lo encontraréis en la era por venir.» «¿Para quiénes está preparado el maná? Para los justos de la era por venir. Todos los que crean serán dignos de comerlo.» 
Una vasija que contenía maná se había conservado en el arca del primer templo; y se creía que, cuando éste fue destruido, Jeremías lo había escondido, y lo sacaría a la luz otra vez cuando viniera el Mesías. En otras palabras: los judíos estaban desafiando a Jesús a que produjera el pan de Dios para justificar Sus pretensiones. No consideraban que el pan que habían comido los cinco mil era el pan de Dios en el sentido que ellos esperaban; procedía de panes terrenales y se había multiplicado como pan terrenal. El maná, creían, había sido otra cosa diferente, y sería la prueba definitiva.
La respuesta de Jesús era doble. En primer lugar, les recordó que no había sido Moisés el que les había dado el maná, sino Dios. Y en segundo lugar, les dijo que el maná no había sido el verdadero pan de Dios, sino sólo un símbolo. El pan de Dios era el Que había descendido del Cielo para dar a la Humanidad, no la simple satisfacción del hambre física, sino la vida. Jesús presentaba Sus credenciales de que la única verdadera satisfacción se encuentra en Él.

La gente come pan para saciar su hambre física y para mantener su vida física. Podemos saciar el hambre y mantener la vida espiritual únicamente mediante una adecuada relación con Jesucristo. Con razón decía que era el pan de vida. Pero el pan debe comerse para mantener la vida y a Cristo debe invitarse a entrar a nuestro diario andar para mantener la vida espiritual.

Juan 6; 35

 Respondió Jesús: Yo soy el pan de vida. Los que a mí vienen, nunca más tendrán hambre; los que en mí creen, no volverán a tener sed.

Jesús dijo, Yo soy la luz del mundo, Yo soy la puerta, Yo soy el buen pastor, Yo soy la resurrección y la vida, Yo soy el camino, la verdad y la vida, Yo soy la vid y vosotros los pámpanos. Cristo se entregó a sí mismo para satisfacer toda necesidad y todo deseo del alma.
Este versículo contiene una de las enseñanzas más sublimes sobre Jesús. En él encontramos dos grandes líneas de pensamiento que debemos tratar de analizar.
En primer lugar, ¿qué quería decir Jesús con: " Yo soy el pan de la vida»? No basta con tomarlo sencillamente como una frase bonita y poética. Vamos a analizarla paso a paso.
El pan sostiene la vida. Es algo sin lo cual la vida no puede proseguir. Pero, ¿qué es la vida? No cabe duda de que es mucho más que la mera existencia física. ¿Cuál es el sentido espiritual de la vida?  La vida verdadera es la nueva relación con Dios, esa relación de confianza y obediencia y amor que ya hemos considerado. Esa relación sólo es posible por medio de Jesucristo. Sin El no podemos entrar en ella. Es decir: sin Jesús puede que haya existencia, pero no vida. Por tanto, si Jesús es esencial a la vida, se Le puede describir como el pan de la vida. El hambre de la situación humana termina cuando conocemos a Cristo y, por medio de Él, a Dios. En Él el alma inquieta encuentra reposo; el corazón hambriento encuentra satisfacción.

En segundo lugar, este pasaje nos despliega las etapas de la vida cristiana.   Vemos a Jesús. Le vemos en las páginas del Nuevo Testamento, en la enseñanza de la Iglesia, a veces hasta cara a cara. Habiéndole visto, acudimos a Él. Le miramos, no como un héroe, no como el protagonista de un libro, sino como Alguien accesible. Creemos en Él. Es decir, Le aceptamos como la suprema autoridad acerca de Dios, de nosotros mismos y de la vida. Eso quiere decir que no acudimos a Él por mero interés, ni en igualdad de términos; sino, esencialmente, para someternos por amor. Este proceso nos da la vida. Es decir, nos pone en una nueva relación de amor con Dios, en la que Le conocemos como Amigo íntimo; ahora podemos sentirnos a gusto con el Que antes temíamos y no conocíamos. Esta posibilidad es gratuita y universal. La invitación es para todos los seres humanos. No tenemos más que aceptarlo, y ya es nuestro el pan de la vida. El único acceso a esta nueva relación con Dios es por medio de Jesús; sin Él nunca habría sido posible, y aparte de Él sigue siendo imposible. No hay investigación de la mente ni anhelo del corazón que pueda encontrar a Dios aparte de Jesús. Detrás de todo este proceso está Dios. Los que acuden a Jesús son los que Dios Le ha dado. Dios no se limita a proveer la meta; también mueve el corazón para que Le desee; también obra en el corazón para desarraigar la rebeldía y el orgullo que podrían obstaculizar la entrega total. No podríamos ni siquiera empezar a buscarle si no fuera porque Él ya nos ha encontrado. Queda ese algo tozudo en el corazón humano que nos hace seguir rehusando la invitación de Dios. En último análisis, lo único que puede frustrar el propósito de Dios es la oposición del corazón humano. La vida está ahí para que la tomemos... o para que la rechacemos.
Cuando la tomamos, suceden dos cosas. La primera es que entra en la vida una nueva satisfacción. El corazón humano encuentra lo que estaba buscando, y la vida deja de ser un mero vegetar para ser algo lleno a la vez de emoción y de paz. Y la segunda es que tenemos seguridad hasta más allá de la muerte. Aun el último día, cuando todo termine, estaremos a salvo. Como dijo un gran comentarista: " Cristo nos lleva al puerto en el que se acaban todos los peligros.» Esas son la grandeza y la gloria de las que nos privamos cuando rehusamos Su invitación.


 ¡Maranatha! ¡Sí, ven Señor Jesús!

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