1 Corintios 2; 9-10
“Antes
bien, como está escrito:
Cosas que ojo no vio, ni oído oyó,
Ni han subido en corazón de hombre,
Son las que Dios ha preparado para
los que le aman
Pero Dios nos las reveló a nosotros
por el Espíritu; porque el Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de
Dios.”
Los cinco sentidos y la inteligencia (corazón) del hombre solo no son
capaces de descubrir las cosas de la sabiduría de Dios, a las que se hace
referencia en la próxima frase de este versículo.
Ningún
dios pagano, dado que todos estos dioses son creación de la mente humana
y, en verdad, no son nada, ofreció hacer para toda la creación lo que Jehová
Dios ha ofrecido para todas sus criaturas (Mateo_28:19;
Marcos_16:15). Por eso las facultades humanas solas nunca podían
descubrir la sabiduría de Dios en el evangelio.
Pablo insiste
en que esta enseñanza más adelantada no es el producto de la actividad
intelectual humana, sino que es don de Dios, y que nos ha venido con
Jesucristo. Todos nuestros descubrimientos no son tanto lo que hemos
descubierto con la mente como lo que Dios nos ha dicho. Esto de ninguna manera
nos exime de la responsabilidad de esforzarnos. Sólo el estudiante que pone lo
más posible de su parte puede llegar a estar capacitado para recibir las
auténticas riquezas de la mente de un gran profesor. Eso es lo que nos sucede
con Dios. Cuanto más nos esforzamos por comprender, tanto más nos comunica
Dios; y ese proceso no tiene límite.
“En efecto a nosotros Dios las reveló por el Espíritu”. Las reveló en
el pasado: cuando Cristo murió en la cruz y cuando inspiró a los apóstoles a
predicarlas a todo el mundo.
Dado que
el modernista niega la inspiración de las Escrituras, ¿cómo puede él hablar de
las cosas referidas en el versículo anterior? El predica otro evangelio (2Corintios_11:4) que es solamente uno social, para el
mejoramiento de la presente vida en el mundo. Muchos hermanos liberales hoy en día están
moviéndose hacia el liberalismo clásico, al abogar por prácticas del “evangelio
social”.
La referencia tiene que ser al Espíritu Santo, que tiene personalidad
(escudriña) y omnisciencia (sabe todo lo que Dios sabe), siendo una de las tres
personas de la Deidad. Tiene, pues, la capacidad de investigar y saber la mente
de Dios y revelar a hombres escogidos toda la (totalidad, perfección) sabiduría
de Dios. Lo que el hombre en su propia sabiduría no pudo descubrir, el Espíritu
Santo es totalmente competente para hacerlo por él.
El hombre, con sus filosofías y sabidurías, no entra absolutamente
nada en la consideración de la gloriosa sabiduría de Dios en el evangelio.
Pablo establece que
la única Persona que nos puede decir algo acerca de Dios es el Espíritu de
Dios. Usa una analogía humana. Hay sentimientos tan personales, cosas tan
privadas, experiencias tan íntimas, que nadie las puede saber excepto el
espíritu humano de cada uno. Pablo afirma que sucede lo mismo con Dios: hay
cosas profundas e íntimas en El que sólo sabe Su Espíritu; y Su Espíritu es la única
Persona que nos puede guiar a un conocimiento realmente íntimo de Dios.
Además, no todas
las personas pueden entender esas cosas. Pablo habla de interpretar cosas
espirituales a personas espirituales. Distingue dos clases de personas.
Están los que son pneumatikoí.
Pneúma es la palabra para espíritu, y el que es pneumatikós es
sensible al Espíritu y es guiado por el Espíritu.
Está el que es psyjikós.
Psyjé se suele traducir por alma, pero no es ese su verdadero
sentido. Es el principio de la vida física. Todos los seres vivos tienen
psyjé: un perro, un gato, cualquier animal tiene psyjé, pero no
tiene pneúma. Psyjé es la vida física que los seres humanos compartimos
con todos los demás seres vivos; pero pneúma es lo que hace que las
personas seamos diferentes del resto de la creación, y semejantes a Dios.
Pablo habla del
hombre psyjikós. Es el que vive como si no hubiera nada más allá de la
vida física, ni otras necesidades que las puramente materiales. Una persona así
no puede entender las cosas espirituales. El que no cree que haya nada más
importante que la satisfacción del impulso sexual no puede entender el sentido
de la castidad; el que considera que el almacenar cosas materiales es el fin
supremo de su vida no puede entender la generosidad, y el que no piensa nada
más que en las cosas de este mundo jamás podrá entender las cosas de Dios, y le
resultarán sin sentido. Nadie tiene por qué ser así; pero si se ahoga lo que
alguien llamaba «los anhelos eternos» que hay en el alma, se puede perder la
sensibilidad espiritual de tal manera que el Espíritu de Dios hablará, pero no
se Le oirá.
Es fácil llegar a
estar tan involucrado en el mundo que no existe nada más allá de él. Debemos
pedirle a Dios que nos dé la mente de Cristo; porque sólo cuando Él vive en
nosotros estamos a salvo de la invasión absorbente de las exigencias de las
cosas materiales.
La soberbia del razonamiento carnal es tan
opuesta a la espiritualidad como la sensualidad más baja. La mente santa
discierne las bellezas verdaderas de la santidad, pero no pierde el poder de
discernir y juzgar las cosas comunes y naturales. El hombre carnal es extraño a
los principios, goces y actos de la vida divina. Sólo el hombre espiritual es
una persona a quien Dios da el conocimiento de su voluntad. ¡Qué poco han
conocido la mente de Dios por el poder natural! El Espíritu capacitó a los
apóstoles para dar a conocer su mente. La mente de Cristo y la mente de Dios en
Cristo nos son dadas a conocer plenamente en las Sagradas Escrituras. El gran
privilegio de los que hemos nacido de nuevo por gracia de Dios, por fe en
Jesucristo es que tenemos la mente de Cristo, que nos ha sido revelada por su
Espíritu para experimentar su poder santificador en nuestros corazones y dando
buen fruto en nuestras vidas.
¡Maranatha! ¡Sí, ven Señor
Jesús!
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