Isaías 5; 20
“¡Ay de los que a lo malo dicen bueno, y a lo bueno malo; que
hacen de la luz tinieblas, y de las tinieblas luz; que ponen lo amargo por
dulce, y lo dulce por amargo!”
Cuando la gente no observa
con cuidado la distinción entre el bien y el mal, pronto sobreviene la
destrucción. Es muy fácil decir: "Nadie puede decidir por otro lo que es
bueno o malo". Pueden pensar que emborracharse no es dañino, que las relaciones
extramaritales no son malas o que el dinero no los controla de verdad. Pero
cuando damos excusas por nuestras acciones, quebrantamos la diferencia entre el
bien y el mal. Si no tomamos la Palabra de Dios, la Biblia, como nuestra regla,
pronto todas las alternativas morales de la vida parecerán confusas. Sin Dios,
vamos directo al fracaso y a mucho sufrimiento.
Cuarto
ay contra los que no hacen las debidas distinciones entre lo justo y lo injusto
(Romanos_1:28), “mente depravada”, griego
inepta para discernir: la percepción moral entenebrecida. El pecado es amargo (Jeremias_2:19; Jeremias_4:18; Hechos_8:23; Romanos_3:14;
Hebreos_12:15); aun cuando parezca dulce por un tiempo (Proverbios_9:17-18).
Estos ayes confrontan a los ricos acaparadores que echan mano al recurso
de la confiscación de casas y campos (1Reyes_21:1-16);
a los dirigentes indolentes y disolutos que no quieren percatarse de que es
Jehová realmente quien dirige la historia humana ni del juicio del cautiverio
que está a punto de venir; a los ateos temerarios y llenos de vanidad
filosófica y escepticismo, los cuales atraen hacia sí la iniquidad y el juicio
que conlleva, y retóricamente retan a Dios; a los moralistas que corrompen la
moral; a los que son sabios ante sus propios ojos; y por último, a los poderosos
dados a la borrachera, que por soborno pervierten la justicia.
Están en lamentable condición
los que cometen pecado y se ejercitan en gratificar sus lujurias viles. Son
osados en el pecado y andan tras sus propias lujurias; con burla llaman a Dios
el Santo de Israel. Confunden y descartan las distinciones entre el bien y el
mal. Prefieren sus propios razonamientos a las revelaciones divinas; sus
propios inventos a los consejos y mandamientos de Dios. Consideran prudente y
cortés seguir con los pecados que dan ganancias
y descuidar los deberes de abnegación.
Además, por muy a la ligera que los hombres se tomen la ebriedad, es
un pecado que yace abierto a la ira y la maldición de Dios. Sus jueces
pervierten la justicia. Cada pecado necesita otro para que lo tape.
Romanos 12; 2
“No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la
renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena
voluntad de Dios, agradable y perfecta.”
Pablo, exige un
cambio radical. No debemos adoptar las formas del mundo; sino transformarnos,
es decir, adquirir una nueva manera de vivir. Para expresar esta verdad Pablo
usa dos palabras griegas casi intraducibles, que requieren frases para
transmitir su sentido. La palabra que usa para amoldarnos al mundo es sysjématízesthai,
de la raíz sjéma -de donde viene la palabra española y casi
internacional esquema-, que quiere decir forma exterior que
cambia de año en año y casi de día en día. El sjéma de una persona no es
el mismo cuando tiene 17 años que cuando tiene 70; ni cuando sale del trabajo
que cuando está de fiesta. Está cambiando constantemente. Por eso dice Pablo:
"No tratéis de estar siempre a tono con todas las modas de este mundo; no
seáis "camaleones", tomando siempre el color del ambiente.»
La palabra que usa
para transformaos de una manera distinta a la del mundo es metamorfústhai,
de la raíz morfé, que quiere decir la naturaleza esencial e
inalterable de algo. Una persona no tiene el mismo sjéma a los 17
que a los 70 años, pero sí la misma morfé; con el mono de trabajo no tiene el mismo
sjéma que vestido de ceremonia, pero tiene la misma morfé; cambia
su aspecto exterior, pero sigue siendo la misma persona. Así, dice Pablo, para
dar culto y servir a Dios tenemos que experimentar un cambio, no de aspecto,
sino de personalidad. ¿En qué consiste ese cambio? Pablo diría que, por
nosotros mismos, vivimos kata sarka, dominados por la naturaleza humana
en su nivel más bajo; en Cristo vivimos kata Jriston o kata Pneuma, bajo
el control de Cristo o del Espíritu. El cristiano es una persona que ha
cambiado en su esencia: ahora vive, no una vida egocéntrica, sino
Cristocéntrica.
Esto debe ocurrir, dice Pablo,
por la renovación de la mentalidad. La palabra que usa para renovación es
anakainósis. En griego hay dos palabras para nuevo: neós y kainós.
Neós se refiere al tiempo, y kainós al carácter y la naturaleza. Un
lápiz recién fabricado es neós; pero una persona que era antes pecadora
y ahora está llegando a ser santa es kainós. Cuando Cristo entra en la
vida de un hombre, éste es un nuevo hombre; tiene una mentalidad
diferente, porque tiene la mente de Cristo.
Cuando Cristo llega
a ser el centro de nuestra vida es cuando podemos presentarle a Dios el culto
verdadero, que consiste en ofrecerle cada momento y cada acción.
¿Qué culto estamos ofreciendo a Dios?
¡Maranatha! ¡Sí,
ven Señor Jesús!
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