} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: 16 septiembre LA BUENA SEMILLA (Meditación)

sábado, 16 de septiembre de 2017

16 septiembre LA BUENA SEMILLA (Meditación)


2 Samuel 22; 3
Dios mío, fortaleza mía, en él confiaré;
Mi escudo, y el fuerte de mi salvación, mi alto refugio;
Salvador mío; de violencia me libraste.”

     David en calidad de vocero de Dios hace saber que un justo colocado en dignidad y temeroso de Dios “es como la luz de la mañana cuando se levanta el sol, que hace brillar la gota de agua prendida sobre las hojas verdes. Dios es el sol; David, la hierba cubierta con el rocío de la mañana, la tierra feraz que da su fruto por la acción de Dios y por la buena disposición de la criatura. Por ello seguirá inalterable el pacto sempiterno (1Samuel_7:16) sellado entre Dios y él. ¡Qué distinta, en cambio, será la suerte de los impíos!
             La tierra y el cielo se estremecen con la presencia de Dios. El Dios personal y cercano también es el Dios infinito, incomprensible y terrible; un Dios que está por sobre la tierra y los cielos. Él es el Dios creador, que domina sobre su creación y trasciende las limitaciones de lo creado. Este Dios se aíra por la maldad y la injusticia, por la persecución del inocente, por la destrucción de la tierra; su ira es tanta que, al pararse sobre la plataforma de los cielos, conmueve los cimientos de los cielos. Algunos dirán que esta manera de pensar pertenece a una cosmología antigua; pero aunque no pensemos en un universo de tres plataformas, como los antiguos, Dios permanece por sobre el universo y lo domina con su poder y sabiduría. Para otros la idea de un Dios airado está fuera de la manera moderna de pensamiento. La ira de Dios, sin embargo, es una ira justa y necesaria en contra de la maldad. La ira de Dios, no es como la ira de un toro frente a la manta roja, sino que es una ira de significado.

      La idea de Dios como fuego consumidor se encuentra a través de toda la Biblia. Esta imagen representa juicio y purificación. La presencia de Dios es como fuego consumidor para destrucción de unos y purificación de otros. El fuego de Dios representa el enojo de Dios (Deuteronomio_32:22). El fuego de Dios representa el juicio de Dios: Dios envió fuego sobre Sodoma y Gomorra (Génesis_19:24). El fuego de Dios representa la santidad de Dios: La zarza ardiente sirvió para llamar a Moisés a acercarse al Dios santo. El fuego de Dios representa la purificación divina: El tizón encendido sirvió para limpiar la impureza de los labios de Isaías. En Malaquías_3:2 se dice que Dios es fuego purificador. El fuego de Dios no es un fuego que destruye para la propia satisfacción de Dios, como el fuego de Moloc que consumía niños como sacrificios para la satisfacción de Moloc. El juicio de Dios es un juicio que emana de la santidad de Dios, como castigo al pecado de los hombres.

Dios se revela a la humanidad pero permanece como un misterio, nunca revelándose completamente. Aun después de la revelación de Dios en Jesucristo, Dios continúa siendo misterioso, incomprensible, insondable y desconocido. Esto no quiere decir que Dios no se puede conocer, sí se conoce a Dios por medio de su revelación; pero aún a los que le conocen, Dios continúa siendo misterioso; el que conoce a Dios siente que no le conoce, que no puede capturarlo, que sus pensamientos no son los de Dios. Job conoció este Dios misterioso, Moisés e Isaías también lo conocieron. Martín Lutero hablaba de un Dios misterioso: “David no habló con el Dios absoluto, a quien hemos de temer si no queremos perecer, porque la naturaleza y el Dios absoluto son enemigos implacables. Y no puede ser de otra manera sino que la naturaleza humana sea oprimida por tal majestad. Por lo tanto David no habla con el Dios absoluto, sino con Dios vestido y cubierto en la Palabra.
Todo en la naturaleza de Dios permanece un misterio, aun su amor demostrado en la cruz, sigue siendo un misterio que la mente humana no puede comprender.
  


¡Maranatha! ¡Sí, ven Señor Jesús!

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