1 Juan 1; 9
“Si confesamos nuestros pecados, él
es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad.”
La palabra griega
para decir “confieso” es una compuesta de dos partes: jomologueo. “Jomo” =
mismo; “lego” = digo. Confesar, pues, significa decir lo mismo (que Dios dice
en cuanto al pecado). Es, pues, admitir la acusación de Dios y que Dios tiene
razón en cuanto al pecador acusado. Esto requiere un corazón “contrito y
humillado” (Salmo_51:17)
Desde luego la confesión bíblica es hecha a Dios por nuestro Abogado,
Jesucristo (1Timoteo_2:5; Hebreos_7:25), y no
por ningún ser humano.
“Si confesamos” es decir, si continuamos confesando nuestros
pecados al pecar en lugar de negar que tenemos pecado. El cristiano no vive en
el pecado, pero admite que a veces peca, y siempre, arrepentido, confiesa sus
pecados, y Dios por la sangre de Cristo le perdona.
La confesión tiene el propósito de librarnos para que disfrutemos de
la comunión con Cristo. Esto debiera darnos tranquilidad de conciencia y calmar
nuestras inquietudes. Pero muchos cristianos no entienden cómo funciona eso. Se
sienten tan culpables que confiesan los mismos pecados una y otra vez, y luego
se preguntan si habrían olvidado algo. Otros cristianos creen que Dios perdona
cuando uno confiesa sus pecados, pero si mueren con pecados no perdonados
podrían estar perdido para siempre. Estos cristianos no entienden que Dios
quiere perdonarnos. Permitió que su Hijo amado muriera a fin de ofrecernos su
perdón. Cuando acudimos a Cristo, El nos perdona todos los pecados cometidos o
que alguna vez cometeremos. No necesitamos confesar los pecados del pasado otra
vez y no necesitamos temer que nos echará fuera si nuestra vida no está
perfectamente limpia. Desde luego que deseamos confesar nuestros pecados en
forma continua, pero no porque pensemos que las faltas que cometemos nos harán
perder nuestra salvación. Nuestra relación con Cristo es segura. Sin embargo,
debemos confesar nuestros pecados para que podamos disfrutar al máximo de
nuestra comunión y gozo con El.
La verdadera confesión también implica la decisión de no seguir
pecando. No confesamos genuinamente nuestros pecados delante de Dios si
planeamos cometer el pecado otra vez y buscamos un perdón temporal. Debemos
orar pidiendo fortaleza para derrotar la tentación la próxima vez que aparezca.
Siendo Dios fiel,
cumplirá sin falta con su promesa de perdonarle al hermano pecador que confiesa
sus pecados (Salmo_143:1). Dios es fiel en su
promesa de misericordia y justo en aplicar el perdón que obtiene el sacrificio
de Cristo en la cruz.
Si Dios nos ha perdonado nuestros pecados por la muerte de Cristo,
¿por qué debemos confesar nuestros pecados? Al admitir nuestro pecado y recibir
la limpieza de Cristo:
Acordamos con Dios en que nuestro pecado es de
veras pecado y que deseamos abandonarlo.
Nos aseguramos de no ocultarle nuestros pecados, y en consecuencia no
ocultarlos de nosotros mismos.
Reconocemos nuestra tendencia a
pecar y nuestra dependencia de su poder para vencer el pecado.
La verdadera confesión también implica la decisión de no seguir
pecando. No confesamos genuinamente nuestros pecados delante de Dios si
planeamos cometer el pecado otra vez y buscamos un perdón temporal. Debemos
orar pidiendo fortaleza para derrotar la tentación la próxima vez que aparezca.
Hay personas que dicen que no tienen pecado.
Eso puede querer decir una de dos cosas.
Puede que describa al hombre que dice que no
tiene responsabilidad por su pecado. Es bastante fácil encontrar excusas tras
las cuales uno trata de esconderse. Podemos echarle las culpas de nuestros
pecados a nuestra herencia biológica, a las circunstancias, a nuestro
temperamento, a nuestra condición física, pero eso es sólo una excusa para no
afrontar nuestra situación.
Podemos pretender que fue otro el que nos indujo
a pecar, y nos descarrió. Es característico de la naturaleza humana el tratar
de sacudirse la responsabilidad por el pecado. O puede que describa al hombre
que pretende que puede cometer pecado sin sufrir las consecuencias.
Juan insiste en que, cuando una persona ha
pecado, sus excusas y justificaciones son irrelevantes. La única actitud que
nos permite hacer frente a la situación es la confesión humilde y penitente a
Dios y, si es necesario, a los hombres.
A continuación dice
Juan una cosa alucinante. Dice que podemos depender de que Dios, en Su
justicia, nos perdone si confesamos nuestros pecados. A primera vista
habríamos pensado que Dios, en Su justicia, estaría más dispuesto a
castigar que a perdonar. Pero el hecho es que Dios, porque es justo, nunca
quebranta Su palabra; y la Escritura está llena de promesas de misericordia
para con la persona que acude a Dios con un corazón arrepentido. Dios ha
prometido no despreciar nunca el corazón contrito, y no va a quebrantar Su
palabra. Si confesamos nuestros pecados con humildad y arrepentimiento, Él nos
perdonará. El mismo hecho de presentar excusas y de tratar de autojustificarnos
nos excluye de recibir el perdón, porque nos excluimos del arrepentimiento; el
mismo hecho de la confesión humilde es el que abre la puerta para el perdón,
porque solamente el que tiene un corazón arrepentido puede reclamar las
promesas de Dios.
Hay
personas que dicen que realmente no han pecado. Esa actitud no es ni mucho
menos tan infrecuente como podríamos pensar. Incontables personas no creen
realmente que han pecado, y hasta se ofenden de que se las llame pecadoras. Su
equivocación es que creen que el pecado es sólo la clase de cosa que sale en
los periódicos. Olvidan que pecado es hamartía, que quiere decir
literalmente no dar en el blanco. Dejar de ser tan buen padre, madre,
esposo, esposa, hijo, hija, obrero, persona como podríamos ser es pecar; y
eso nos incluye a todos.
En cualquier caso, el
que dice que no ha pecado está realmente nada menos que dejando a Dios por
mentiroso, porque, según las Escrituras, Dios ha dicho claramente que todos
hemos pecado.
Así es que Juan
condena al que pretende estar tan avanzado en el conocimiento y en la vida
espiritual que el pecado ha dejado de afectarle. Condena al que se exime de la
responsabilidad por su pecado, o que mantiene que el pecado no le afecta lo más
mínimo. Condena al que ni siquiera se ha dado cuenta de que es un pecador. La
esencia de la vida cristiana es, en primer lugar, darnos cuenta de nuestro
pecado; y, seguidamente, acudir a Dios para recibir ese perdón que puede borrar
el pasado y esa limpieza que puede hacer nuevo el futuro.
No entender esta enseñanza
llega a producir muchas frustraciones, sobre todo en los recién convertidos. La
falta de un ministerio para discipular a los nacidos de nuevo, puede generar
muchas dudas y dejar estancada espiritualmente a una persona. Lo digo por
experiencia personal. Tras tocar “fondo” por el peso del pasado, he visto la
mano del Señor como me sacado de allí, y guiado para andar en su senda a la Luz
de la Palabra de Dios en la Biblia. Y lo mejor de todo es que el pasado, se ha
esfumado, ya no me atormenta. No soy
perfecto ni mucho menos; cometo errores, tropiezo, y es imposible no pecar,
pero sé que mi Señor Jesucristo me perdona.
En las últimas horas, he visto como la muerte angustia a los
religiosos, no saben, no les enseña ni garantiza nada su religión. ¡Si eres
bueno, talvez…! ¡Si haces buenas obras,…tal vez!
Pero que distinta es nuestra actitud, los que hemos nacido de nuevo
por gracia de Dios por fe en Jesucristo, recibimos la garantía, el sello del
Espíritu Santo que nos asegura ir a la presencia de Dios.
¡Maranatha! ¡Sí, ven Señor Jesús!
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