Hebreos 11; 1
“Es pues la fe la sustancia de las
cosas que se esperan, la demostración de las cosas que no se ven” RV 1602
Para el autor de hebreos
la fe está absolutamente segura de que lo que cree es verdad, y lo que
espera sucederá. La fe es la convicción basada en las experiencias pasadas de
que, con toda seguridad, Dios nos dará nuevas sorpresas.
No es una esperanza
que se hace ilusiones en cuanto al porvenir, sino que mira al porvenir con
absoluta convicción. Esta esperanza
cristiana es tal que inspira toda la conducta de una persona. Se vive con ella
y se muere con ella; su posesión es algo que hace actuar.
Dos palabras
describen nuestra fe: confianza y certeza. Estas
dos cualidades necesitan un punto inicial y final seguros. El punto inicial de
la fe es creer en el carácter de Dios: Él es quien dice ser que es. El
punto final es creer en las promesas de Dios: El hará lo que dice.
Cuando creemos que Dios cumplirá sus promesas, a pesar de que todavía no las
vemos hechas realidad, mostramos verdadera fe. Juan_20:24-31
Es creer en Dios
frente al mundo. Si seguimos los parámetros del mundo puede que
tengamos facilidades y comodidades y prosperidad; si seguimos los parámetros de
Dios, lo más probable es que experimentemos dolores, pérdidas y marginación. El
cristiano está convencido de que es mejor sufrir con Dios que prosperar con el
mundo.
La
esperanza cristiana es creer en el Espíritu frente a los sentidos. Los
sentidos dicen que escojamos el placer del momento, pero el Espíritu nos dice
que hay algo que vale mucho más. El cristiano cree al Espíritu más que a los
sentidos
La esperanza
cristiana es creer en el futuro frente al presente.
Lo que parece atractivo al momento puede traernos dolor en el futuro; lo que
nos hace un daño terrible en el momento puede que nos traiga la felicidad a la
larga. El cristiano está seguro de que, a la larga, nadie puede desterrar la
verdad, porque «grande es la verdad, y al final prevalecerá.»
La fe es un
argumento convencedor para la mente.
No es buen argumento, o prueba, toda fe, pues la fe en todo caso depende de la
evidencia. Pero la fe del cristiano se basa en las evidencias incontrovertibles
y abundantes de la Palabra de Dios (Romanos10:17).
Ahora si es falsa la Biblia, es falsa nuestra fe en las cosas no visibles. Pero
los ataques de los incrédulos a través de los siglos no han podido destruir la
veracidad de la Biblia.
Muchos tiene "fe," pero no
en la verdad. Eva creyó a Satanás, quien le engañó con una mentira ("no
morirás"). Presentó él una mentira como si fuera la verdad. De igual
manera muchos creen una mentira hasta la fecha (2Tesalonicenses_2:11).
Sin la fe (en cualquier campo de creencia) estaríamos limitados al mundo
angosto de los cinco sentidos (gustar, tocar, ver, oír, oler). ¡Nadie se limita
así, ni el profesado ateo! Todo el mundo ejerce la fe. Pero no todo el mundo
tiene la fe que salva.
Santiago 1, 22
“Pero sed hacedores de la palabra, y no tan solamente
oidores, engañándoos a vosotros mismos.”
De nuevo nos
presenta Santiago con su maestría pictórica probada dos de sus cuadros
gráficos. Lo primero de todo, nos presenta al que va a la reunión de la
iglesia, y oye la lectura y la exposición del Evangelio, y cree que con eso ya
es cristiano. Tiene los ojos cerrados al hecho de que lo que se lee y se oye en
la iglesia tiene que vivirse. Todavía se suele identificar el ir a la iglesia y
el leer la Biblia con el Cristianismo, pero eso no es ni la mitad del camino.
Lo realmente importante es trasladar a la acción lo que hemos escuchado.
En segundo lugar,
Santiago dice que esa persona es como la que se mira en el espejo -los espejos
no se hacían entonces de vidrio, sino de metal pulimentado--, ve los defectos
que le desfiguran el rostro y desmelenan el cabello, y se va y se olvida de su
aspecto, así es que no hace nada para mejorar. Al escuchar la Palabra de Dios
se le revela a uno cómo es y cómo debería ser. Ve lo que está mal; y lo que
tiene que hacer para remediarlo; pero, si no hace más que oír, se queda como
estaba, y no le ha servido de nada.
Santiago nos recuerda que lo
que oímos en la iglesia lo tenemos que vivir fuera -o no tiene sentido que lo
oigamos.
Si oyéramos un sermón cada día de la semana y un
ángel del cielo fuera el predicador, no nos llevaría nunca al cielo si nos
apoyáramos solamente en el oír. Los que son solo oidores se engañan a sí
mismos; y el engaño de sí mismo será hallado, al final, como el peor engaño. Si
nos halagamos a nosotros mismos es nuestra propia falta. La verdad no halaga a
nadie, tal como está en Jesús. La Palabra de Dios en la Biblia debe ser
cuidadosamente escuchada con atención, y expondrá ante nosotros la corrupción
de nuestra naturaleza, los desórdenes de nuestros corazones y de nuestra vida;
nos dirá claramente lo que somos. Nuestros pecados son las manchas que la ley
deja al descubierto; la sangre de Cristo es el lavamiento que enseña el evangelio,
pero oímos en vano la Palabra de Dios y en vano miramos el espejo del evangelio
si nos vamos y olvidamos nuestras manchas en lugar de sacarlas lavándolas, y
olvidamos nuestro remedio en lugar de recurrir a este. Eso pasa con los que no
oyen la palabra como debieran. Al oír la palabra miramos dentro de ella en
busca de consejo y guía, y cuando la estudiamos, se vuelve nuestra vida
espiritual. Los que se mantienen en la ley y la Palabra de Dios son y serán
bendecidos en todos sus caminos. Su recompensa de gracia en el más allá estará
relacionada con su paz y consuelo presente.
Cada parte de la revelación divina tiene su uso,
llevando al pecador a Cristo para salvación, y guiándole y exhortándole a andar
en libertad por el Espíritu de adopción, conforme a los santos mandamientos de
Dios. El hombre no es bendecido por sus obras, sino en su obra.
No es hablar sino andar lo que nos llevará al cielo. Cristo se volverá más
precioso para el alma del creyente, que por Su gracia, se volverá más idónea
para la herencia de los santos en luz.
La salvación induce al servicio. Es engañoso creer que el interés de
Dios en que la gente asista a la iglesia es meramente que escuchen la Palabra,
en lugar de experimentar una transformación de sus vidas que se traduzca en
ministerio.
Es muy importante saber lo que la Palabra de Dios dice, pero es mucho
más importante obedecerla. La eficacia de nuestro tiempo de estudio
bíblico puede medirse por el efecto que tiene en nuestra conducta y nuestras
actitudes. ¿Ponemos en práctica lo que hemos estudiado?
¡Maranatha! ¡Sí, ven Señor
Jesús!
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