2 Corintios 5; 15
“y por todos murió, para que los que
viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos.”
Cristo
murió por todos, haciendo posible la salvación de todos, pero no todos van a
ser salvos (salvación universal). Solamente los que creen en él serán salvos (1Timoteo 4:10; Juan_8:24; Marcos16:16). Ahora, los que
obedecemos al evangelio (Hebros_5:9), siendo
objetos indignos de amor tan grande, hechos vivos por el perdón de Dios, ya no
debemos vivir egoístamente, o para nosotros mismos, sino dedicar totalmente en
nuestras vidas nuevas a Cristo nuestro Salvador, como Cristo dedicó su vida por
nosotros.
Pablo llega, como acostumbraba, de una situación concreta y determinada
a un principio básico de toda la vida cristiana: Cristo murió por todos. Para
Pablo, un cristiano es, en su frase favorita, una persona en Cristo; y por tanto, la vieja personalidad del
cristiano murió con Cristo en la Cruz y resucitó con Él a una nueva vida, de
forma que ahora es una nueva persona, tan nueva como si Dios la acabara de
crear. En esta novedad de vida, el cristiano ha adquirido una nueva escala de
valores. Ya no aplica a las cosas el baremo del mundo. Hubo un tiempo en el que
Pablo mismo había juzgado a Cristo según su tradición, y se había propuesto
eliminar Su recuerdo del mundo. Pero ya no. Ahora tenía una escala de valores
diferente. Ahora, el Que había tratado de borrar era para él la Persona más
maravillosa del mundo, porque le había dado la amistad de Dios que había
anhelado toda la vida.
Todo lo que Pablo y sus colaboradores hicieron
fue para honrar a Dios. El amor de Cristo controlaba sus vidas. Y como Cristo
murió por nosotros, nosotros también debemos morir a nuestra vieja vida. Como
Pablo, no debemos vivir más para agradarnos a nosotros mismos, debemos usar
nuestra vida agradando a Cristo, el que murió por nosotros y resucitó del
sepulcro.
El amor de Dios demostrado en la muerte y en la
resurrección de Cristo exige al creyente a vivir una vida dedicada solamente a
Dios, a la vez, provee el motivo para impactar en la vida de otros creyentes,
ya que nos llama a todos a responder al amor de Dios, demostrando una
dedicación absoluta a Dios y a los demás creyentes.
Colosenses 3; 23
“Y todo lo que hagáis, hacedlo de
corazón, como para el Señor y no para los hombres;”
Al igual que el esclavo cristiano también el
trabajador cristiano debe siempre tener presente que Cristo es su verdadero
patrón o mayordomo.
El cristiano debe reconocer que su empleo es un
don de Dios,
que por este medio Dios contesta su oración, "El pan nuestro de cada día,
dánoslo hoy". Por esta razón el cristiano debe dar muchas gracias por su
empleo, y en lugar de quejarse de injusticias y buscar maneras de vengarse o de
defraudar al patrón, debe ser muy cumplido en su trabajo. El trabajo se hace
más pesado para los que trabajan de mala gana, con resentimiento y amargura.
Esto no quiere decir que el trabajador cristiano no puede tratar de mejorar la
situación de su empleo, pero la mala voluntad, los enojos y disgustos, y las
reacciones carnales no ayudan a mejorar la situación, sino que hacen más duro y
más insoportable el trabajo. Jesús dice, "a cualquiera que te obligue a
llevar carga por una milla, vé con él dos" (Mateo
5:41).
Por
lo tanto, al terminar el trabajo de cada día el esclavo cristiano debería
pensar "yo ofrezco el trabajo de este día a mi Señor". El obrero
cristiano debe hacer la misma cosa. ¿Será una ofrenda digna para el Señor el
trabajo que hacemos cada día?
Los esclavos cristianos de los primeros
siglos tenían una oportunidad excelente para exhibir las virtudes del
evangelio. "No defraudando, sino mostrándose fieles en todo, para
que en todo adornen la doctrina de nuestro Salvador" (Tito_2:10). Comúnmente el esclavo era de mala
voluntad; era rebelde, perezoso y respondón, pero al convertirse a Cristo era
de buena voluntad, obediente, dedicado y sumiso. El cambio sería como una luz
prendida en medio de las tinieblas. Sin duda en muchas ocasiones los inconversos
nos habrán preguntado acerca de nuestra esperanza (1Pedro
3:15) para saber del poder del evangelio que hace posible tal
transformación.
Este
pensamiento es muy importante pues el
obrero cristiano siempre sirve a Dios. Dios le da empleo, y es importante
que el cristiano recuerde esto. Hay patrones y mayordomos duros,
desconsiderados y déspotas, pero será más fácil tolerarlos si se recuerda que
el verdadero Patrón es Dios quien, con este empleo que da al cristiano, pone
pan sobre la mesa. Por lo tanto, es necesario estar agradecido siempre y evitar
el murmurar. Si es posible conseguir otro empleo mejor, bien; pero, siempre
conviene la paciencia y tolerancia, y sobre todo el agradecimiento. Tengamos
cuidado de no murmurar contra Dios (no vayamos a morder la mano que nos da el
pan).
Desde la creación, Dios nos ha dado trabajo para
hacer. Si pudiéramos considerar nuestro trabajo como un acto de alabanza o
servicio a Dios, entonces eliminaríamos la sensación de aburrimiento y abulia
que a veces sentimos en nuestra rutina diaria. Si pudiéramos tratar nuestros
problemas laborales como el costo del discipulado, podríamos trabajar sin queja
ni resentimiento.
El amo debe tratar al esclavo no como una cosa sino como una persona,
con justicia y equidad que supere la justicia.
¿Cómo lo ha de hacer? La respuesta es importante, porque contiene la
doctrina cristiana del trabajo.
El trabajador debe hacerlo todo como si fuera para Cristo. No
trabajando sólo por la paga, ni por ambición, ni para agradar a un amo terrenal,
sino para ofrecérselo a Cristo. Todo trabajo se hace por Dios para que Su mundo
siga existiendo y Sus hombres y mujeres tengan las cosas que necesitan para
vivir.
El amo debe recordar que él también tiene un Amo: Cristo en el Cielo.
Es responsable ante Dios exactamente lo mismo que sus trabajadores lo son ante
él. Ningún amo puede decir: «Este negocio es mío, y puedo hacer con él lo que
me dé la gana,» sino: «Este negocio pertenece a Dios, y Él me lo ha encargado;
soy responsable ante Él.» La doctrina cristiana del trabajo es que tanto el amo
como el obrero están trabajando para Dios, y que por tanto la verdadera
recompensa no se puede calcular en moneda terrenal, sino que la dará -o
retendrá Dios a Su debido tiempo.
¡Maranatha! ¡Sí, ven Señor Jesús!
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