Hechos 10; 38
“cómo Dios ungió con el Espíritu
Santo y con poder a Jesús de Nazaret, y cómo éste anduvo haciendo bienes y
sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él”
El breve y poderoso sermón de Pedro contiene una declaración concisa
del evangelio: la perfecta vida de Jesús como siervo; su muerte en la cruz; su
resurrección, de la que Pedro fue testigo; el cumplimiento de las Escrituras en
Jesús; y la necesidad de una fe personal en El. Guiados por el Espíritu y
centrados en Cristo, el camino, la verdad y la vida.
La aceptación no puede obtenerse sobre otro fundamento que no sea el
del pacto de misericordia por la expiación hecha por Cristo, pero dondequiera
que se halle la fe verdadera, Dios la aceptará sin consideración de
denominaciones o sectas. El temor de Dios y las obras de justicia son la
sustancia de la fe verdadera, los efectos de la gracia especial. Aunque
estos no son la causa de la aceptación del hombre, sin embargo, la indican; y,
nos falte lo que nos faltare en conocimiento o fe, nos será dado en el momento
debido por Aquel que la empezó.
Ellos conocían en general la palabra, esto es, el evangelio que Dios
envió a los hijos de Israel. La intención de esta palabra era que Dios
publicara por su intermedio la buena nueva de la paz por Jesucristo. Ellos
conocían los diversos hechos relacionados al evangelio. Conocían el bautismo de
arrepentimiento que Juan predicó. Sabían ellos que este Jesucristo, por quien se
hace la paz entre Dios y el hombre, es Señor de todo; no sólo sobre todo, Dios
bendito por los siglos, sino como Mediador. Toda potestad en el cielo y en la
tierra es puesta en su mano, y todo juicio le fue encargado. Dios irá con los
que Él unja; estará con aquellos a quienes haya dado su Espíritu.
Entonces, Pedro declara la resurrección de Cristo de entre los
muertos, y sus pruebas. La fe se refiere a un testimonio, y la fe cristiana
está edificada sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, sobre el
testimonio dado por ellos.
El «Espíritu Santo» descendió sobre Jesús, cuando fue bautizado. Este
dato es importante para los Hechos de los apóstoles y para su constante
testimonio del Espíritu Santo. Porque no hay que disociar al Espíritu Santo de
la persona y de la obra de Jesús, aunque en el lenguaje de los Hechos de los
apóstoles esta realidad no haya sido expresada con una fórmula teológica. Pedro
tiene cuidado en coordinar la imagen que traza de Jesús, con las ideas
religiosas de los oyentes no judíos, cuando dice que Jesús «pasó haciendo el
bien y sanando a todos los oprimidos por el diablo». Con esta frase se pone en
primer término la actuación externa de Jesús, lo cual no significa que Pedro
pase por alto el mensaje de salvación anunciado por Jesús. Solamente vemos una
vez más cuán vivo era desde el principio el interés por las «acciones de
Jesús». Se le muestra «haciendo el bien», como Salvador del mundo oprimido por
el poder del diablo. Se dirige la palabra al anhelo de salvación de un mundo
doliente y angustiado.
Sabemos que a los soberanos de aquel tiempo les gustaba
hacerse llamar «bienhechores» o «beneméritos». También los llamaban «liberador»
o «salvador». Este título arrogante se ha conservado en monedas e
inscripciones. Querían ser dioses y se hicieron tributar honores divinos. El
mundo romano aplicó también tales prácticas a sus Césares.
Frente a ellos
aparece Jesús de Nazaret como el verdadero bienhechor y el único Salvador. «Él
es Señor de todos», ha dicho Pedro con la mirada puesta en estos señores de la tierra.
Y una vez más Pedro indica el motivo de la excelsa categoría de Jesús, cuando
dice: «Porque Dios estaba con Él.» Y ahora Pedro muestra el incomparable camino
de este bienhechor y salvador. Pedro tiene derecho de hablar sobre este punto. De nuevo notamos la gran finalidad de la
predicación, o sea, basar el Evangelio en la autenticidad de lo que
se ha presenciado en el curso de la historia.
Y de nuevo, como en los precedentes ejemplos de la primitiva
predicación cristiana, en las palabras de Pedro sobresalen la muerte y la
resurrección de Jesús como los acontecimientos decisivos de la salvación.
¡Maranatha! ¡Sí, ven Señor Jesús!
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