Juan 21; 6-7
“Él les dijo: Echad la red a la derecha de la barca, y
hallaréis. Entonces la echaron, y ya no la podían sacar, por la gran cantidad
de peces.
Entonces aquel discípulo a quien Jesús amaba
dijo a Pedro: ¡Es el Señor! Simón Pedro, cuando oyó que era el Señor, se ciñó
la ropa (porque se había despojado de ella), y se echó al mar.”
El que cuenta esta historia no puede haber sido
sino uno que conocía bien a los pescadores del mar de Galilea. La noche era el
mejor tiempo para pescar. La pesca abundante de la historia no se nos presenta
como un milagro, ni se pretende que se tome por tal. Se describe como algo que
sigue pasando en el lago.
Era interesantísimo ver echar la red. Cada vez que la cuidadosamente enrollada red surcaba el aire
y caía tan precisamente en el agua, las pequeñas pesas de plomo la tocaban al
mismo tiempo produciendo un chapoteo circular. Mientras estaba esperando para
lanzar otra vez, Jesús le gritó desde la orilla que echara la red a la derecha,
cosa que hizo al instante. Y esta vez no fue en vano... Sacó la red en la que
se podían ver los peces removiéndose... Sucede a menudo que el que lleva la red
de mano tiene que depender de la vista del que está a la orilla, que le dice
hacia qué lado tiene que echarla, porque puede ver en el agua clara el banco
que no ve el que está dentro del agua.» Jesús estaba haciendo las veces de guía
con Sus amigos pescadores, como sigue haciéndose hoy en día.
Puede que fuera
porque todavía estaba oscuro por lo que no reconocieron a Jesús. Pero el
discípulo amado tenía una vista aguda. Se dio cuenta de que era el Señor; y,
cuando Pedro lo oyó, salto al agua. No estaba desnudo del todo. Llevaría un
ceñidor, que era una especie de calzoncillos, que era lo único que llevaban los
pescadores cuando faenaban. Ahora bien: la ley judía decía que el saludar era
un acto religioso, y para realizar un acto religioso había que estar dignamente
vestido; así es que Pedro, antes de lanzarse al agua para venir al encuentro de
Jesús, se puso la túnica de pescador; porque quería ser el primero en saludar a
su Señor.
Ahora llegamos a la
primera gran razón para que se añadiera este extraño capítulo al evangelio ya
concluido. Fue para demostrar de una vez para siempre la realidad de la
Resurrección. Había muchos que decían que las apariciones del Cristo
Resucitado no eran más que visiones que tuvieron los discípulos.
Muchos admitirían
la realidad de esas visiones, pero insistirían en que no eran otra cosa. Otros
llegarían a decir que no eran más que alucinaciones. Los evangelios se
esfuerzan en demostrar que el Cristo Resucitado no era una visión, y menos una
alucinación, ni un fantasma, sino una Persona real. Insisten en que la tumba
estaba vacía, y en que el Cristo Resucitado tenía un cuerpo real, que
conservaba las señales de los clavos y de la lanza que Le atravesó el costado.
Pero esta historia
va un paso más lejos. Una visión o un fantasma no sería normal que indicara la
posición de un banco de peces a un grupo de pescadores. Menos aún encendería un
fuego para asarles unos peces a unos agotados pescadores, y menos aún los
compartiría con ellos. Y sin embargo esta historia nos cuenta que Jesús sí hizo
esas cosas. Cuando Juan nos relata que Jesús se les presentó a Sus discípulos
cuando tenían las puertas cerradas dice: «Les enseñó Sus manos y Su costado» (Juan_20:20 ). Ignacio
de Antioquía, en su carta a la Iglesia de Esmirna, cuenta una tradición aún más
definida acerca de ese hecho: "Yo sé y creo que Jesús estaba en la carne
aun después de la Resurrección; porque, cuando se presentó a Pedro y a sus
compañeros, les dijo: "¡Venga, tocadme y comprobad que no soy ningún
demonio incorpóreo.» E inmediatamente Le tocaron, y creyeron, porque se
convencieron sin lugar a dudas de Su humanidad... Y después de Su Resurrección
comió y bebió con ellos como un ser humano.»
El primero y el más
sencillo propósito de esta historia es dejar bien clara la realidad de la
Resurrección. El Señor Resucitado no era una visión, ni la fantasía de ninguna
imaginación exaltada, ni la aparición de un fantasma: ¡era Jesús, Que había
conquistado la muerte y había vuelto vencedor!
¡Maranatha!
¡Sí, ven Señor Jesús!
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