} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: 12 Julio LA BUENA SEMILLA

miércoles, 12 de julio de 2017

12 Julio LA BUENA SEMILLA

1 Juan 3; 16-17
En esto hemos conocido el amor, en que él puso su vida por nosotros; también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos.
   Pero el que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad, y cierra contra él su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él?

         Hemos conocido el amor, en el sentido específicamente cristiano, debido a lo que vemos en el Calvario donde Jesucristo puso su vida por nosotros. Su muerte fue sustitutoria; ocupó nuestro lugar en la cruz. Puesto que Cristo, a quien los cristianos debemos  nuestra inspiración, murió de tal manera por los hombres, nosotros también debemos poner nuestras vidas por los hermanos.
La palabra griega (opheilomen) no significa simplemente «debemos», sino «estamos obligados».
Esta es la calidad del amor que se nos exige siempre a los cristianos.
Caín es ejemplo del aborrecimiento que mata a otros; Cristo, del amor que pone vida por otros. El aborrecimiento quita porque es egoísta; el amor se sacrifica por el bien de otros. Debemos imitar a Cristo, quien nos es el ejemplo supremo de amor. Debemos siempre sacrificarnos por el bien espiritual de los hermanos. El que ama se parece a Jesús, que sacrifica su vida con su muerte de obediencia; y permanece «en Jesús».

El que tiene vida  del mundo; es decir, las cosas materiales que sostienen la vida física sobre la tierra, y ve sabiendo que su hermano está en necesidad vital y urgente, y se queda en una simple intención de… pero no mueve un dedo, el tal, quien sea no está obrando conforme a las enseñanzas de Jesús.
El versículo anterior habla de poner la vida por los hermanos, basada la acción en amor. Alguien podría decir: « ¿Cómo puedo yo seguir las pisadas de Cristo? El dio Su vida en la Cruz. Juan dice que yo debería dar mi vida por mis hermanos; pero esas oportunidades tan dramáticas no se dan corrientemente en la vida. ¿Qué tengo que hacer entonces?» La respuesta de Juan es: "Es cierto. Pero cuando veas a tu hermano en necesidad, y tú tengas bastante, el darle de lo que tienes es seguir a Cristo. El cerrarle el corazón y las manos es demostrar que el amor de Dios que se manifestó en Jesucristo no tiene lugar para ti.» Juan insiste en que podemos encontrar innumerables oportunidades para demostrar el amor de Cristo en la vida de todos los días. Puede movernos sencillamente a gastar algún dinero que hubiéramos podido gastar para nosotros mismos para aliviar la necesidad de otro más necesitado. Es, después de todo, el mismo principio de acción, aunque a un nivel más bajo de intensidad: es estar dispuestos a rendir algo que tiene valor para nuestra propia vida para enriquecer la de otro. Si tal mínima respuesta a la Ley del Amor que nos llega en una situación diaria y normal está ausente, entonces es inútil pretender que formamos parte de la familia de Dios, el reino en el que el amor es operativo como el principio y la señal de la vida eterna.

Las palabras bonitas nunca ocuparán el lugar de las buenas obras; y ninguna cantidad de palabras sobre el amor cristiano ocupará el lugar de una acción amable, que implique algún sacrificio propio, a una persona en necesidad; porque en esa acción vuelve a estar operativo el principio de la Cruz.
El amor se muestra no solamente en un acto heroico de sacrificio personal, sino en la compasión diaria por los demás; en sus necesidades, en su soledad, en su discapacidad o enfermedad, etc. Es una obligación que se ha inculcado en el cristiano desde el momento en que entró en la iglesia. La ética cristiana se puede resumir en una palabra, amor, y desde el momento que una persona se rinde a Cristo se compromete a hacer del amor la línea central de su vida. Por esa misma razón, el hecho de que una persona ame a sus hermanos es la prueba definitiva de que ha pasado de muerte a vida. No hay nadie que pueda mirar a Cristo y decir que no sabe en qué consiste la vida cristiana.

Por consiguiente, quien rehúsa dar ayuda práctica a su hermano que padece necesidad, cerrándole sus entrañas, ese tal deja de cumplir el precepto de dar su propia vida. Así que, invirtiendo las cosas, podemos afirmar: dar la vida por los hermanos significa abrirles el corazón. Pero ¡qué apertura tan grande de corazón tiene que ser!
  Si uno, teniendo los bienes necesarios para socorrer a su hermano necesitado, no se sacrifica por él, prueba con sus acciones que ¡no ama a Dios! Si no mostramos amor en un caso menor como éste, ¿cómo podemos reclamar tener amor por Dios? Si la persona no muestra compasión, demuestra claramente que el amor de Dios no mora en él. Nuestra superabundancia debe suplir las necesidades: nuestras comodidades y aun nuestras necesidades en cierta medida, deben ceder a las necesidades extremas de nuestros hermanos. “La fe nos da a Cristo a nosotros; el amor que emana de la fe me da a mi prójimo.”
El amor fraterno, tal como Jesús lo quiere, es un abrir el corazón, que significa la muerte de la propia voluntad. Este amor fraterno no es posible por las propias fuerzas del hombre, sino que presupone ya la realidad efectiva y el vigor de la cruz.
Así, pues, el conocimiento del amor, en el sentido de la carta, no puede consistir únicamente en que sepamos del amor de Cristo, sino que ha de incluir también el conocimiento de nuestra propia obligación con respecto al amor fraterno. De lo contrario, es decir, si nosotros no nos vemos afectados y arrastrados por este torrente del amor, no se podría decir que hemos conocido el amor.
Dondequiera que esté un nacido de nuevo, aunque no diga palabra, actúa como conciencia de la sociedad; y por esa misma razón el mundo le aborrecerá a menudo, aún los religiosos cristianos.


¡Maranatha! ¡Sí, ven Señor Jesús!

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