Romanos 5; 12-15
“Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y
por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por
cuanto todos pecaron.
Pues antes de la ley, había pecado en el
mundo; pero donde no hay ley, no se inculpa de pecado.
No obstante, reinó la
muerte desde Adán hasta Moisés, aun en los que no pecaron a la manera de la
transgresión de Adán, el cual es figura del que había de venir.
Pero el don no fue como
la transgresión; porque si por la transgresión de aquel uno murieron los
muchos, abundaron mucho más para los muchos la gracia y el don de Dios por la
gracia de un hombre, Jesucristo.”
Adán
al pecar introdujo el pecado en el mundo. Muchos males resultaron de su pecado.
Los demás hombres, pecando personalmente, murieron espiritualmente, y también
sufrieron esos males. Pero la gracia de Dios y su don por la gracia de
Jesucristo abundaron mucho más para los hombres. En esto consiste la
comparación. Las bendiciones por medio de Jesucristo abundan mucho más que la
maldición por medio del pecado de Adán, porque nos salvan también de la muerte
espiritual que viene a consecuencia de nuestros propios pecados.
¿Cómo pueden declararnos culpables por algo que Adán hizo miles de
años atrás? Muchos piensan que no es justo que Dios nos juzgue por el pecado de
Adán. Sin embargo confirmamos nuestra solidaridad con Adán cada vez que
pecamos. Estamos hechos del mismo material, con tendencia a rebelarnos, y los
pecados que cometemos nos condenan. Debido a que somos pecadores, no
necesitamos imparcialidad sino misericordia.
Pablo nos
muestra que guardar la Ley no salva. Aquí añade que quebrantarla no es lo que
trae la muerte. La muerte es el resultado del pecado de Adán y de los pecados
que ahora cometemos aunque no se parezcan a los de Adán. Recuerda a sus
lectores que durante miles de años la gente moría aunque la Ley aún no se había
dado explícitamente. La Ley se introdujo, explica en el 5.20, como una ayuda
para que la gente viera su pecaminosidad, para que notaran la seriedad de sus
ofensas y para guiarlas a Dios en busca de misericordia y perdón. Esto fue así
en los días de Moisés y lo es todavía hoy. El pecado constituye una gran discrepancia
entre lo que somos y lo que fuimos al ser creados. La Ley pone de manifiesto
nuestro pecado y coloca la responsabilidad exactamente sobre nuestros hombros,
sin que la ley ofrezca algún remedio. Cuando estemos convencidos de que hemos
pecado, debemos buscar a Jesucristo para recibir sanidad.
Adán es
una figura, la contrapartida de Cristo. Así como Adán representa a la
humanidad creada, Cristo representa a la nueva humanidad espiritual.
Todos
nacemos como parte de la familia física de Adán, del linaje que conduce a
muerte segura. Todos cosechamos los resultados del pecado de Adán. Heredamos su
culpa, una naturaleza pecaminosa (la tendencia a pecar) y el castigo de Dios.
Sin embargo, por la obra de Cristo, podemos cambiar juicio por perdón. Podemos
cambiar nuestro pecado por la justicia de Jesús. Cristo nos ofrece la
oportunidad de nacer en su familia espiritual: del linaje que empieza con
perdón y conduce a la vida eterna. Si no hacemos algo, nos espera la muerte
mediante Adán, pero si acudimos a Dios por la fe, tenemos vida a través de
Cristo.
Por medio de la ofensa de un solo hombre, toda la humanidad queda
expuesta a la condena eterna. Pero la gracia y la misericordia de Dios y el don
libre de la justicia y salvación son por medio de Jesucristo como hombre: sin
embargo, el Señor del cielo ha llevado a la multitud de creyentes a un estado
más seguro y enaltecido que aquel desde el cual cayeron en Adán. Este don libre
no los volvió a poner en estado de prueba; los fijó en un estado de justificación,
como hubiera sido puesto Adán si hubiera resistido. Hay una semejanza asombrosa
pese a las diferencias. Como por el pecado de uno prevalecieron el pecado y la
muerte para condenación de todos los hombres, así por la justicia de uno
prevaleció la gracia para justificación de todos los relacionados con Cristo
por la fe. Por medio de la gracia de Dios ha abundado para muchos el don de
gracia por medio de Cristo; sin embargo, las multitudes optan por seguir bajo
el dominio del pecado y la muerte en vez de pedir las bendiciones del reino de
la gracia. Pero Cristo no echará afuera a nadie que esté dispuesto a ir a Él.
Tú que lees esto ¿A qué linaje
perteneces?
¡Maranatha! ¡Sí, ven Señor
Jesús!
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