1 Pedro 1; 18-19
“sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de
vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como
oro o plata,
sino con la sangre preciosa de Cristo, como de
un cordero sin mancha y sin contaminación,”
La vida del hombre fuera de Cristo es vana, o
hueca. Se hace referencia en particular a la idolatría, pero toda la vida sin
Cristo es vana. Hay dos "maneras de vivir": la vana, y la santa.
Lo que un pueblo recibe de sus antepasados se
constituye la "cultura" de ese pueblo. La cultura es el conjunto de
los conceptos, prácticas, tradiciones, costumbres y filosofías (maneras de ver
las cosas) que implanta el tiempo. Hay cosas buenas en todas las culturas
(porque hay en parte respeto por las cosas reveladas de Dios Rom_2:14-15),
pero hay cosas malas con que el cristiano de una dada cultura no puede
compartir. Se libra de tales cosas, siguiendo la mente de Cristo (Efe_4:19-20)
Hay hermanos que tratan de justificarse en
ciertas prácticas y actitudes, que son de su cultura, diciendo: "Pues así
somos nosotros,” o “así hacemos en tal y tal parte". Hacen cosas contra la
ley de Cristo, que no aprendieron a Cristo, pero no sienten nada, porque se
dejan llevar por "la cultura". Dice Pedro que estas cosas malas las
recibimos de nuestros padres (por la cultura), y que el cristiano ha sido
redimido de ellas.
Por
ejemplo hay quienes mienten para evitar "ofender" a la persona,
porque la cultura dice que "ofender" (es decir, lastimar
sentimientos) es el pecado imperdonable. Hay quienes toman el nombre de Dios en
vano, usando expresiones de costumbre, sin pensar en lo que están diciendo. Lo
dicen porque es lo que se oye decir comúnmente. Lo dicen sin pensar. Hay otros
muchos ejemplos de lo que Pedro llama "la vana manera de vivir recibida de
los padres" (la cultura). El hombre sigue su cultura porque está
"habituado" (1Co_8:7) por la práctica
que comenzó en su infancia.
Otro mal consiste en que se tiende a juzgar
(condenar) a los de otras culturas, midiéndoles por su propia cultura (o manera
de ver y hacer las cosas). Para él no hay cultura como la suya (aunque no lo
diría en tantas y cuantas palabras). Por ejemplo: si otros se visten de
diferente manera que los de esta cultura, aunque sea ropa modesta siempre se
condena por no ser de esta cultura. En este caso (hablo de cristianos) la
enseñanza de Cristo no es la norma de medida, sino la cultura de la persona. Se
olvida que ¡Cristo no se vestía de pantalón y camisa (con o sin corbata)!
A
mi juicio debemos dar más atención a este asunto de "la cultura". ¡La
cultura no es la norma del cristiano! El evangelio de Cristo no impone ninguna
cultura en los demás (el judío podía seguir circuncidando a sus hijitos, y el
gentil comiendo todas las carnes); dirige solamente al que quiera ser salvo al
abandonar la vana manera de vivir recibida de los padres, para andar en la
santidad de Dios.
El precio de redención fue más grande en valor
que el valor del oro y de la plata corruptibles. Como el cautivo redimido amará
muchísimo al que le rescata, así los cristianos debemos amar con todo nuestro
corazón al que nos redimió del pecado con el precio de su sangre, y hacer su
voluntad, viviendo en santidad.
Un esclavo era "redimido" cuando
alguien pagaba el dinero para comprar su libertad. Dios pagó por nuestro
rescate para librarnos de la tiranía del pecado, no con dinero sino con la
sangre preciosa de su propio Hijo (Rom_6:6-7) No
podemos escapar del pecado por nuestros propios medios; solamente la vida del
Hijo de Dios puede librarnos.
El Redentor paga un precio digno para reclamar
algo que previamente le había pertenecido. La humanidad cuando fue creada
pertenecía a Dios, pero por el pecado se perdió. La sangre de Cristo es el
precio de nuestro rescate, o redención. Dios nos ofrece la sangre de Cristo
como el sacrificio de sustitución y lo acepta cuando nosotros se lo ofrecemos a
él. Nuestra transacción con Dios no es, por lo consiguiente, una cuestión de
oro y plata; sino que se trata de vida y muerte. Cristo dio su sangre para
rescatarnos del pecado y de la muerte. Su sangre es un precio digno y provee un
lazo de unión indestructible entre Dios y el hombre. (Efe_2:13/Juan_6:53-54)
El valor del ser humano se puede inferir del
precio que se pagó para redimir al hombre (Juan_3:16; 1Co_6:20).
Dios el Hijo, a través de quien los mundos fueron creados, se hizo carne y
murió por los pecados del género humano. El hecho de que voluntariamente
derramara su sangre y muriera por nosotros revela no solamente el valor de la
personalidad humana, sino también la importancia de la salvación. A través de
Cristo, los creyentes son perdonados, justificados y, por el nuevo nacimiento,
renovados en la imagen de Dios. Los hombres y las mujeres caídos sólo pueden
producir las obras de la carne. Sólo el Espíritu, a través del nuevo
nacimiento, puede renovar y recuperar aquello que la caída destruyó (Juan_3:5-6). Para alcanzar el más alto potencial humano
y tener vida abundante, debemos aceptar a Cristo por la fe.
El alma debe ser purificada antes que pueda
abandonar sus propios deseos e indulgencias. La Palabra de Dios implantada en
el corazón por el Espíritu Santo, es un medio de vida espiritual, que nos
estimula al deber, obrando un cambio total en las disposiciones y afectos del
alma, hasta que la lleva a la vida eterna.
En contraste con la excelencia del hombre
espiritual renovado, como nacido de nuevo, está la vanidad del hombre natural. En su vida
y en su caída, es como el pasto, la flor de la hierba, que pronto se marchita y
muere. Debemos oír, y recibir y amar la santa palabra viva, y más bien
arriesgar todo que perderla; hay que quitar todas las demás cosas del lugar
debido a ella. Debemos alojarla en nuestro corazón como nuestro único tesoro y
prenda segura del tesoro de gloria que hay para los creyentes en el cielo.
¡Maranatha! ¡Sí, ven Señor Jesús!
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