Mateo 27; 19
Y estando él sentado en el tribunal, su mujer le mandó decir: No
tengas nada que ver con ese justo; porque hoy he padecido mucho en sueños por
causa de él.
Muchas veces nuestros
sueños no tienen ni pies ni cabeza; otras repiten experiencias vividas como si
fueran repetidas. La protagonista de este versículo es la esposa de Pilato. No importa si su sueño (pesadilla) era normal o
sobrenatural, los romanos eran muy supersticiosos y creían que eran presagios.
Sin duda alguna esta advertencia de parte de su propia esposa le inquietaba
sobremanera al juez Pilato porque confirmaba lo que él mismo pensaba. Fue otro
argumento más, uno de los más fuertes, a favor de soltar a Jesús. Estos
detalles eran y son muy importantes para gentiles. Esta mujer no era judía,
sino romana, y aun ella se daba cuenta de la inocencia de Jesús.
Lucas 23; 41
Nosotros, a la verdad, justamente padecemos, porque recibimos lo
que merecieron nuestros hechos; mas éste ningún mal hizo.
Este hombre a punto de morir, se volvió hacia
Jesús en busca de perdón y Él lo aceptó. El reconoce los peores de sus crímenes
y merecimientos, y quería hacer que su compañero, avergonzado, conociera los
suyos. Nuestro Señor no fue acusado de crimen
ordinario, sino de pretender derechos a cargo y honores que importaban
blasfemia. El cargo de traición no tenía ni aun apariencia de verdad, así como
Pilato dijo a los enemigos de Jesús. En esta defensa, pues, parece que hay más
de lo que encuentra el ojo. “Él se hizo el Mesías prometido, el Hijo de Dios;
pero en esto él no hizo nada fuera de lugar; él comía con publicanos y
pecadores, y llamó a todos los cansados y cargados que vinieran a descansar
bajo sus alas; pero en esto no hizo nada fuera de lugar; él pretendía
ser el Señor del reino de Dios, cerrarlo a su voluntad, pero también abrirlo a
su placer a tales como somos nosotros; pero en esto no hizo nada fuera de
lugar” ¿Da a entender su próximo discurso menos que esto? Su confesión franca y condenación genuina de
sí mismo. Su asombro y horror por el
estado de mente diferente de su compañero.
Su ansiedad de traerle a un estado de mente mejor, mientras todavía
hubiese esperanza Su noble testimonio,
no sólo a la inocencia de Jesús, sino a todo lo que esto quería decir de la
justicia de sus pretensiones.
Esto nos muestra que nuestras obras no nos salvan, pero nuestra fe en
Cristo sí. Nunca es demasiado tarde para volvernos a Él. Aun en su miseria,
Jesús tuvo misericordia de este malhechor que decidió creer en El. Nuestras
vidas son mucho más útiles y plenas si nos volvemos a Dios a temprana edad,
pero incluso los que se arrepienten casi al final estarán con Dios en su
paraíso.
Lucas 23; 47
Cuando el centurión vio lo que había acontecido, dio gloria a
Dios, diciendo: Verdaderamente este hombre era justo.
El centurión o capitán de la guardia que custodiaba a Jesús fue
testigo del gran drama que se desarrollaba en el Calvario. Gritos de rabia y de
dolor de las desgraciadas víctimas, maldiciones y explosiones de su
desesperación dan un aspecto horroroso a la ejecución de la pena de la
crucifixión. Jesús no maldice a sus verdugos, sino que pide perdón por ellos,
no se desespera, sino que se encomienda confiadamente al Dios Padre, no maldice
a los que se le burlan, sino que calla. Lo que aquí sucede supera las fuerzas
humanas. El centurión está convencido de que aquí está actuando Dios. En Jesús
obra Dios: el centurión glorifica a Dios. Cuando nació Jesús, glorificaron a
Dios los pastores (Juan_2:20). El pueblo lo
glorifica cuando Jesús se muestra poderoso en obras y en palabras (Juan_13:13; Juan_17:15; Juan_18:43). Al final de su
vida se une también a este coro de glorificación de Dios la voz del centurión
pagano. Se ha cumplido lo que a la entrada de Jesús en este mundo, como también
a su entrada en Jerusalén, es proclamado por ángeles y hombres: Gloria a Dios
en las alturas (Juan_2:14; Juan_19:38). Dios se
glorifica en Jesús. En su vida, en su acción y en su muerte se manifiesta el
«Dios de la gloria» (Hechos_6:2), su
omnipotencia y grandeza, su santidad y sabiduría.
El drama del Calvario demuestra al centurión que Jesús es inocente. Es
un justo. Así lo llamó también la mujer de Pilato (Mateo_27:19);
de ello estaba convencido Pilato cuando decía: «Soy inocente de la sangre de
este justo» (Mateo_27:24). La antigua Iglesia
percibió en estas palabras del centurión más que un testimonio de
inculpabilidad; para ella, «el Justo» era un título del Mesías. Pablo recibe
este encargo: «El Dios de nuestros padres te ha designado de antemano para
conocer su voluntad, y ver al justo, y oír la palabra de su boca, porque le
serás testigo ante todos los hombres de lo que has visto y oído» (Hechos_22:14s). Los profetas anunciaron la venida del
Justo (Hechos_7:51s). Jeremías dice: «He aquí
que vienen días en que yo suscitaré a David un vástago de justicia, que, como
verdadero rey, reinará prudentemente, y hará derecho y justicia en la tierra» (Jeremías_23:5). El distintivo del tiempo mesiánico es
la justicia. Es el Mesías quien cumple perfectamente la voluntad de Dios. Es el
santo y justo (Hechos_3:13). La vista del
Crucificado no retrae de la confesión del Mesías, sino que lleva a ella.
La confesión del centurión pagano es una acusación contra los judíos
que no creyeron a Jesús. Esteban formula este reproche: «¡Gentes de dura cerviz
e incircuncisos de corazón y de oídos! Siempre estáis resistiendo al Espíritu
Santo. Como vuestros padres, igual vosotros. ¿A quién de entre los profetas no
persiguieron vuestros padres? Hasta dieron muerte a los que preanunciaban la
venida del Justo, de quien vosotros ahora os habéis hecho traidores y asesinos»
(Hechos_7:51s).
¡Maranata!
¡Sí, ven Señor Jesús!
No hay comentarios:
Publicar un comentario