} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: 22 Octubre LA BUENA SEMILLA (Meditación)

domingo, 22 de octubre de 2017

22 Octubre LA BUENA SEMILLA (Meditación)


Romanos 8; 26-27
Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles.
   Mas el que escudriña los corazones sabe cuál es la intención del Espíritu, porque conforme a la voluntad de Dios intercede por los santos

Como la esperanza que produce la paciencia nos ayuda, de igual manera nos ayuda el Espíritu Santo. Es otra ayuda adicional. Nuestra debilidad  es la incapacidad de saber qué pedirle a Dios como conviene. El cristiano sincero tiene sentimientos de anhelos y hondas necesidades que no sabe expresar en su lucha contra el pecado y en su esfuerzo por alcanzar la vida eterna. El Espíritu Santo le ayuda, intercediendo, o suplicando y declarando a Dios cuáles son estos gemidos indecibles que tiene el cristiano en su lucha (1Corintios_9:26) con la cosas mundanas (1Juan_2:15-17).

Dios escudriña los corazones humanos. Sabe también la intención del Espíritu, o sea la mente o disposición del Espíritu. Dios sabe cuál es esta disposición producida en el cristiano por el Espíritu Santo.
¿No podemos engañarnos en nuestra esperanza? ¿Cómo sabemos que nuestra esperanza no nos induce a error, cuando esperamos «lo que no vemos»?. La respuesta no puede reducirse simplemente a que no hacemos más que esperar y aferrarnos a un futuro, a cualquier futuro. Si confiamos en el Espíritu, que nos guía, nuestra esperanza no carece de dirección, sino que es «según el querer de Dios». Es precisamente esa confianza en el Espíritu, que se nos ha dado como «Espíritu de adopción», como «primicias», lo que se nos reclama, por cuanto «no sabemos qué hemos de pedir para orar como es debido», pues «el mismo Espíritu intercede».

Ello no quiere decir que la oración del cristiano sea superflua, sino que adquiere una mayor hondura en el sentido de una confianza en el Espíritu. En la oración podemos presentar ante Dios los anhelos y necesidades de nuestra existencia; nuestra fe nos alienta a esperarlo todo de Dios y de su gracia. Pero el hecho de que incluso en nuestra oración, en nuestros anhelos y esperanzas dejemos que Dios sea totalmente Dios, que nos entreguemos de lleno con nuestras aspiraciones más caras a ese Dios que justifica y otorga la salvación y el hecho de que no recurramos a ningún otro dios sustitutivo, requiere el concurso del Espíritu que «viene en ayuda de nuestra debilidad» y que «intercede con gemidos inexplicables», en los cuales no sólo se incluyen el gemido y el anhelo de la creación sino hasta sus mismas esperanzas no siempre plenamente conscientes. Es así, con el apoyo del Espíritu de Dios, como nuestra esperanza adquiere su certeza peculiar.
Hay dos razones muy obvias por las que no podemos orar como debiéramos. La primera es porque no podemos predecir el futuro. No podemos ver el año que viene, ni siquiera la hora que viene; y por tanto, puede que pidamos ser librados de cosas que serían para nuestro bien, y que se nos concedan otras que nos causarían la ruina. Y en segundo lugar, no podemos orar como es debido porque, en una situación dada, no sabemos qué es lo que más nos conviene. Muchas veces estamos en la situación del niño que quiere algo que le podría traer muchos males; y Dios está muchas veces en el lugar del padre que tiene que negarle al hijo lo que le pide, y mandarle hacer lo que no quiere; porque sabe mejor que el niño lo que le conviene.
No podemos saber cuáles son nuestras verdaderas necesidades, ni abarcar con nuestras mentes finitas todo el plan de Dios; en última instancia, todo lo que podemos dirigir a Dios es un suspiro inarticulado que el Espíritu Santo Le traducirá por nosotros.
Pablo veía que la oración, como todo lo demás, es cosa de Dios. Pablo veía que al hombre no le es posible justificarse por su propio esfuerzo; y también sabía que no puede el hombre, por mucho que quiera forzar su inteligencia, saber lo que tiene que pedirle a Dios. En última instancia, la oración perfecta es decir sencillamente: " Padre, en Tus manos encomiendo mi espíritu. Hágase Tu voluntad y no la mía.»


¡Maranata! ¡Sí, ven Señor Jesús!

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