Salmo 32; 5
Mi pecado te declaré, y no encubrí
mi iniquidad.
Dije: Confesaré mis transgresiones
a Jehová;
Y tú perdonaste la maldad de mi
pecado. Selah
Este es el punto central del Salmo, el salmista confiesa su pecado a
Dios. La fórmula es sencilla: confesar, humillarse, reconocer que hizo mal; es
la misma verdad de 1Juan_1:8-9, y tiene el mismo
resultado, y tú perdonaste. Dios está pronto a perdonar porque es Dios
de amor y ha hecho provisión en la obra de Cristo.
¿Qué es la confesión de los pecados? Confesar es decir con la boca
aquello que se ha hecho y reconocerlo como pecado en forma clara y total.
Debemos confesar nuestros pecados sin demora, con humildad, contrición y
arrepentimiento. Al hacerlo no debemos echar en cara el pecado de nuestro
prójimo. Como regla general debemos confesar ante quienes hemos ofendido.
Debemos afirmar nuestra intención de abandonar el pecado a fin de servir a Dios
con mayor fidelidad.
El pecado es la causa de nuestra desgracia; pero las transgresiones
del creyente verdadero a la ley divina son todas perdonadas puesto que están
cubiertas por la expiación. Cristo llevó sus pecados, en consecuencia, no se le
imputan. Puesto que se nos imputa la justicia de Cristo, y por haber sido
hechos justicia de Dios en Él, no se nos imputa nuestra iniquidad, porque Dios
cargó sobre Él el pecado de todos nosotros, y lo hizo ofrenda por el pecado por
nosotros. No imputar el pecado es un acto de Dios, porque Él es el Juez. Dios
es el que justifica.
Fijaos en el carácter de aquel cuyos pecados son perdonados; es
sincero y busca la santificación por el poder del Espíritu Santo. No profesa
arrepentirse con la intención de darse el gusto pecando, porque el Señor esté
listo para perdonar. No abusa de la doctrina de la libre gracia. Y al hombre
cuya iniquidad es perdonada, se le promete toda clase de bendiciones.
El efecto de la restauración es inmediato: el salmista quiere
compartir su gozo con otros, que ellos oren también y sean restaurados. En
el tiempo en que puedas ser hallado subraya la importancia de responder
cuando el Espíritu de Dios redarguye, pues uno que rechaza la voz de Dios puede
endurecerse hasta el punto cuando ya no le oye más. El ser humano siempre
necesita la protección de Dios para que no se pierda en las caudalosas aguas
de maldad y destrucción.
Proverbios 28; 13
El que encubre sus pecados no
prosperará;
Mas el que los confiesa y se aparta
alcanzará misericordia.
Este versículo nos recuerda el
pecado de David al adulterar con Betsabé (2Samuel_11:4
ss.) y su lucha para encubrir al pecado (2Samuel_11:6
ss; 2Samuel_12:1 ss.). Tal actitud no tiene futuro, no prosperará.
Solamente la oración de confesión resultará (1Juan_1:8-10).
Junto a la confesión se agrega el abandono del pecado, que requiere el poder
del Espíritu Santo. Así se logra la misericordia divina. Quien se confiesa recibe misericordia de la
humanidad, así como de Dios.
Hay algo en nosotros que se niega fuertemente a admitir que estamos
equivocados. De ahí que admiremos a quienes con franqueza y sencillez admiten
sus errores y pecados. Estas personas tienen una autoestima muy sólida. No
siempre tienen que tener la razón para sentirse bien con ellas mismas. Estemos
dispuestos a reconsiderar, a admitir que estamos equivocados y a cambiar
nuestros planes cuando sea necesario. Y recordemos, el primer paso hacia el
perdón es la confesión.
¡Maranata! ¡Sí, ven Señor Jesús!
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