Apocalipsis 1; 17-18
Cuando le vi, caí como muerto a sus
pies. Y él puso su diestra sobre mí, diciéndome: No temas; yo soy el primero y
el último;
y el que vivo, y estuve muerto; mas
he aquí que vivo por los siglos de los siglos, amén. Y tengo las llaves de la
muerte y del Hades.
Los versículos 13 al 16 describen al Cristo glorioso quien está dando
esta revelación. Cayó Juan como muerto delante de su presencia. El mundo no estaba bajo el control de
Domiciano, sino ¡de Jesucristo! ¡Cuán grande consolación para la iglesia
perseguida!
Lo
que se dice de Jehová en el Antiguo Testamento (Isaías_41:4)
aquí se dice de Cristo Jesús.
Cuando le vi, caí como muerto a sus
pies.
Esta fue también la
experiencia de Ezequiel cuando Dios le habló (Ezequiel_1:28; Ezequiel_3:23; Ezequiel_43:3).
Pero también podemos recordar otra historia evangélica de la que puede
ser reflejo. Aquel día en Galilea cuando pescaron tantos peces y Pedro intuyó
Quién era Jesús, cayó de rodillas ante Él abrumado por el sentimiento de que él
no era más que un pecador Lucas_5:8. Hasta
el fin de nuestro camino no podemos sentir más que reverencia en la presencia
de la santidad y la gloria del Cristo Resucitado.
No temas
Sin duda aquí nos
encontramos también con reminiscencias de la historia evangélica, porque estas
fueron palabras que los discípulos oyeron más de una vez de los labios de
Jesús. Fueron las que les dirigió cuando se dirigió a ellos por el agua (Mateo_14:27; Marcos_6:50);
y sobre todo fueron las que les habló en el Monte de la Transfiguración,
cuando estaban aterrados por haber escuchado la voz divina (Mateo_17:7).
Hasta en el Cielo, cuando lleguemos cerca de la gloria inaccesible,
Jesús nos dirá: «Estoy aquí, no tengáis miedo.»
Yo soy el primero y el último
En el Antiguo
Testamento esta no es sino la descripción que hace Dios de Sí mismo (Isaias_44:6; Isaias_48:12).
Jesús nos promete que Él está al principio y al final, en el momento del
nacimiento y en el de la muerte, cuando iniciamos nuestro camino cristiano y
cuando terminamos la carrera.
Y el que vivo, y estuve muerto; mas
he aquí que vivo por los siglos de los siglos, amén
Aquí hay tanto la
credencial como la promesa de Cristo, la credencial del Que ha conquistado la
muerte y la promesa del Que está vivo para siempre para estar con Su pueblo.
Y tengo las llaves de la muerte y del Hades.
La muerte tiene sus
puertas (Salmo_9:13;
Isaias_38:10); y Cristo tiene las llaves de esas puertas. Ha
habido algunos, y todavía los hay, que han tomado estas palabras como una
referencia al descendimiento a los
infiernos (1Pedro_3:18-20). La Iglesia
antigua tenía la idea de que, cuando Jesús descendió al Hades, abrió sus
puertas y sacó de allí a Abraham y a todos los fieles de Dios que habían vivido
y muerto en generaciones pasadas; pero nosotros lo tomamos en el sentido aún
más amplio de que Jesucristo ha abolido la muerte y sacado a luz la
inmortalidad por el Evangelio (2 Timoteo_1:10 );
de que porque Él vive, nosotros también viviremos Juan_14:19 ), y de que, por tanto, para los que Le amamos ya ha pasado para
siempre la amargura de la muerte.
A medida que las autoridades romanas avanzaban en
su persecución de los cristianos, Juan debió de haberse preguntado si la
iglesia podría sobrevivir y mantenerse frente a la oposición. Pero Jesucristo
apareció en gloria y esplendor, ratificándole a Juan que él y los demás
creyentes poseían el poder de Dios para enfrentarse a esas pruebas. Si estás afrontando
dificultades, recuerda que el poder que estaba a disposición de Juan y de los
primeros cristianos también está a tu disposición (1Juan_4:4)
Nuestros pecados nos condenan, pero Jesucristo
tiene las llaves de la muerte y del Hades. Solo Él puede librarnos de la
esclavitud de Satanás. Solo Él tiene poder y autoridad para darnos libertad del
dominio del pecado. Los creyentes no tienen por qué temer al Hades ni a la
muerte porque Cristo tiene las llaves de ambos. Lo único que tenemos que hacer
es apartarnos del pecado y volvernos a Él con fe. Si mantenemos nuestra vida y
muerte en nuestras manos, nos condenamos a nosotros mismos al infierno. Si
ponemos nuestra vida en las manos de Cristo, nos restaura y resucita para una
eternidad de comunión apacible con El.
¡Maranata! ¡Sí, ven Señor Jesús!
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