Lamentaciones 1; 20
Mira, oh Yahvé, estoy atribulada,
mis entrañas hierven.
Mi corazón se trastorna dentro de
mí, porque me rebelé en gran manera.
Por fuera hizo estragos la espada;
por dentro señoreó la muerte
Jerusalén, sentada en el suelo,
deprimida, llama a los que pasan para que consideren si su caso no les
concierne. En medio de tanta desolación y angustia no le queda a Jerusalén sino
implorar a Yahvé el fin de tantos dolores. Las entrañas y el corazón
- centro de las emociones - la desazonan sobremanera al contemplar en su vida
tanta prevaricación y rebeldía. Sólo la misericordia divina puede llevar
tranquilidad a su alma. Por otra parte, la tragedia ha sido inmensa y
suficiente para calmar la justicia divina; todos sus hijos han desaparecido:
los que estaban fuera de los muros, por la espada, y los que
estaban asediados, por la epidemia y mortandad.
Sus sufrimientos externos eran grandes, pero sus sufrimientos internos
eran más difíciles de soportar, por el sentido de culpa. La tristeza por el
pecado debe ser pesar grande y debe afectar el alma. Es una personificación en
la forma de hambre y de pestilencia. Un extremado dolor mental afecta a las
entrañas y a todo el organismo. Aquí vemos el mal del pecado y podemos ser
advertidos para huir de la ira venidera. Lo que se aprenda de los sufrimientos
de Jerusalén, puede aprenderse mucho más de los sufrimientos de Cristo. ¿No nos
habla Él desde la cruz a cada uno de nosotros? ¿No dice: Es nada para vosotros,
todos los que pasáis? Que todas nuestras penas nos guíen a la cruz de Cristo,
que nos guíen para notar su ejemplo y seguirle alegremente.
Hay
aquí un terrible reconocimiento de la verdad del pecado y castigo y de la
realidad del poder de Dios solo. Sólo
Dios, y no un mero aliado, podía hacer esto, y todavía no era tiempo para que
él lo hiciera. El poema concluye con un ruego de que Judá sola no sufra la ira
de Dios, pero que sus enemigos sean también llamados a cuentas en el día
de su ira.
Lamentaciones 3; 57
Te acercaste el día que te invoqué; dijiste: No temas.
En un momento de su ministerio, a Jeremías lo lanzaron a una cisterna
vacía y lo dejaron allí para que muriera en el lodo que había en el fondo (Jeremías_38:6-13). Pero Dios lo rescató. Jeremías utilizó
esta experiencia para ilustrar cómo la nación se hundía en el pecado. Si se
volvían a Dios, El los rescataría.
Al fin la plegaria del profeta, en el colmo de
la tribulación, es oída por Dios, recibiendo palabras de confortamiento: No temas.
En medio de la casi total desesperación siempre hay un horizonte de
esperanza en Yahvé, y, finalmente, Dios termina por oír a los que humildemente
le buscan.
La fe viene como vencedora, porque en estos versículos el profeta
concluye con algo de consuelo. La oración es el aliento del hombre nuevo, que
inhala el aire de la misericordia en las peticiones y lo exhala en alabanzas;
prueba y mantiene la vida espiritual. Él silenció sus temores y aquietó sus
espíritus. Tú dijiste: No temas. Este fue el lenguaje de la gracia de Dios, por
el testimonio de su Espíritu en sus espíritus. ¿Y qué son todas nuestras penas
comparadas con las del Redentor? Él libra a su pueblo de todo problema, y
revive a su Iglesia de toda persecución. Él salvará a los creyentes con
salvación eterna, mientras sus enemigos perecerán con destrucción eterna.
¡Maranata! ¡Sí, ven Señor Jesús!
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