} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: LA VIDA DE ELÍAS XV

domingo, 13 de noviembre de 2022

LA VIDA DE ELÍAS XV


1 Reyes 18; 6 Y dividieron entre sí el país para recorrerlo; Acab fue por un camino, y Abdías fue separadamente por otro.

 

     Acab no era un gentil, un pagano, sino un israelita privilegiado; pero se había casado con una idólatra y se había prendado de sus falsos dioses. Había naufragado de su fe y era llevado a la destrucción. ¡Qué terrible es dejar al Dios vivo y abandonar el Refugio de nuestros padres!  La razón de este proceder es clara: yendo el rey en una dirección y el mayordomo en otra, el terreno cubierto era doble que si hubieran ido juntos. Pero, ¿no podemos, también, percibir un significado místico en estas palabras: Amo 3:3  ¿Andarán dos juntos, si no estuvieren de acuerdo? ¿Y qué concierto había entre estos dos hombres? No era mayor que el que existe entre la luz y las tinieblas, Cristo y Belial; pues, mientras el uno era apóstata, el otro temía al Señor desde su mocedad (1Reyes 18:12  Acontecerá que luego que yo me haya ido, el Espíritu de Jehová te llevará adonde yo no sepa, y al venir yo y dar las nuevas a Acab, al no hallarte él, me matará; y tu siervo teme a Jehová desde su juventud.) . Era propio, pues, que se separaran y tomaran cursos diferentes y opuestos, por cuanto viajaban hacía destinos eternos enteramente distintos. No se considere esta sugerencia como “forzada”, sino, más bien, cultivemos el hábito de buscar el significado espiritual y la aplicación bajo el sentido literal de la Escritura. "Y yendo Abdías por el camino, topóse con Elías” (1 Reyes 18; 7). Ello, verdaderamente, parece confirmar la aplicación mística hecha del versículo anterior, porque hay, sin duda, un sentido espiritual en lo que acabamos de citar. ¿Cuál era “el camino” por el que Abdías andaba? Era la senda del deber, el camino de la obediencia a las órdenes de su amo. Ciertamente, la tarea que estaba llevando a cabo era humilde: buscar hierba para los caballos y las mulas; así y todo, éste era el trabajo que Acab le habla asignado, ¡y mientras cumplía la palabra del rey fue recompensado encontrando a Elías! En Génesis 24:27 (y dijo: Bendito sea Jehová, Dios de mi amo Abraham, que no apartó de mi amo su misericordia y su verdad, guiándome Jehová en el camino a casa de los hermanos de mi amo) hay un caso paralelo, cuando Eliezer, cumpliendo las instrucciones de Abraham, encontró la doncella que Dios había seleccionado para ser la esposa de Issac. Así fue, también, como la viuda de Sarepta encontró al profeta mientras estaba en el sendero del deber (recogiendo serojas). En la publicación anterior consideramos la conversación que tuvo lugar entre Abdías y Elías; no obstante, mencionemos aquí los sentimientos mezclados que debieron de llenar el corazón del primero al encontrarse con tan inesperada como grata visión. Debió de llenarse de temor y deleite al ver a aquél cuya palabra había causado la temible sequía y el hambre que habían desolado casi por completo el país; aquí estaba el profeta de Galaad, vivo y sano, dirigiéndose con calma y solo hacia Samaria. Parecía demasiado bello para ser verdad, y Abdías apenas podía creer lo que veían sus ojos. Saludándole con la deferencia propia, pregunta: “¿No eres tú mi señor Elías?” Aseguránctole su identidad, Elías le envía a informar a Acab de su presencia. Ésta era una ingrata misión; sin embargo, la llevó a cabo con obediencia: “Entonces Abdías fue a encontrarse con. Acab, y dióle el aviso”. ¿Y qué de Elías mientras esperaba la llegada del rey apóstata? ¿Estaba intranquilo, imaginando al enojado monarca reuniendo alrededor suyo a sus oficiales, antes de aceptar el reto del profeta, y avanzando con odio amargo y muerte en su corazón? No, mi estimado lector, no podemos pensarlo ni por un solo momento. El profeta sabía perfectamente que Aquél que le había guardado tan fielmente, y que había suplido todas sus necesidades de modo tan bondadoso durante la larga sequía, no le abandonarla ahora. ¿No tenía motivo para recordar el modo cómo Jehová apareció a Labán cuando perseguía con ardor a Jacob? “Y vino Dios a Labán arameo en sueños aquella noche, y le dijo: Guárdate que no hables a Jacob descomedidamente.”, (Génesis 31:24). Para el Señor era cosa fácil amedrentar el corazón de Acáb e impedirle que matara a Elías, sin importar cuánto deseara hacerlo. Que los siervos de Dios sean fortalecidos con el pensamiento de que ÉI tiene a todos sus enemigos bajo Su dominio, tiene Su brida en sus bocas y los hace volverse como quiere, de modo que no puedan tocar ni un cabello de sus cabezas sin Su conocimiento y permiso. Elías, pues, esperó la llegada de Acab con espíritu impávido y con calma en el corazón, consciente de su propia integridad y seguro de la protección divina. Bien podían hacer suyas las palabras: “En Dios he confiado: no temeré lo que me hará el hombre. En qué estado de ánimo más distinto debla de estar el rey cuando “vino a encontrarse con EI(as”. Aunque estuviera encolerizado contra el hombre cuyo anuncio terrible había sido cumplido exactamente, con todo había de sentir cierto temor de encontrarle. Acab había sido testigo de su firmeza inflexible y su valor sorprendente, y sabedor de que Elías no se dejaría intimidar por su enojo, tenía razones para temer que esta entrevista no fuera demasiado honrosa para él. El hecho de que el profeta le buscara, y de que hubiera enviado a Abdías diciendo: "Aquí está Elías", ya debía inquietarle. Los impíos son, por lo general, grandes cobardes; sus propias conciencias les acusan, y, a menudo, les causan mucho recelo cuando están en presencia de algún siervo fiel de Dios, aunque éste ocupe en la vida una posición muy inferior a la de ellos. Así fue con el rey Herodes en relación al precursor de Cristo, por cuanto se nos dice que “porque Herodes temía a Juan, sabiendo que era varón justo y santo, y le guardaba a salvo; y oyéndole, se quedaba muy perplejo, pero le escuchaba de buena gana.” (Marcos 6:20). De la misma manera, Félix, el gobernador romano, tembló ante Pablo (aunque era un prisionero), "Pero al disertar Pablo acerca de la justicia, del dominio propio y del juicio venidero, Félix se espantó, y dijo: Ahora vete; pero cuando tenga oportunidad te llamaré.” (Hechos 24:25). Que los ministros de Cristo no duden en dar su mensaje con valentía, sin temor al disfavor de los que son más influyentes en sus congregaciones. "Y Acab vino a encontrarse con Elías”. Era de esperar que, después de haber tenido pruebas tan dolorosas de que el tisbita no era un impostor, sino un verdadero siervo de Jehová cuyas palabras se hablan cumplido exactamente, Acab se habría ablandado, convencido de su pecado y locura, y que se volvería al Señor con arrepentimiento humilde. Pero no, en vez de ir al profeta con el deseo de recibir instrucción espiritual, pidiéndole sus oraciones en su favor, esperó con fervor vengar todo lo que él y sus súbditos habían sufrido. El saludo que le dirigió mostró enseguida el estado de su corazón: "Cuando Acab vio a Elías, le dijo: ¿Eres tú el que turbas a Israel? (1Reyes 18; 17); ¡qué contraste con el saludo que le dirigió el piadoso Abdías! Ni una palabra de contrición salió de los labios de Acab. Endurecido por su pecado, “teniendo cauterizada la conciencia', dio salida a su obcecación y su furor. “Dijole Acab: ¿Eres tú el que turbas a Israel? No hay que considerar estas palabras como un estallido desmesurado, como la expresión petulante de una represalia repentina, sino más bien como indicación del estado miserable de su alma, por cuanto “de la abundancia  del corazón habla la boca". Era el antagonismo declarado entre el mal y el bien; el silbido de la simiente de la serpiente contra un miembro de Cristo; el rencor desatado del que se sentía condenado en la presencia del justo. Años más tarde, hablando de otro siervo devoto de Dios cuyo consejo consultó Josafat, este mismo Acab dijo: “El rey de Israel respondió a Josafat: Aún hay un varón por el cual podríamos consultar a Jehová, Micaías hijo de Imla; mas yo le aborrezco, porque nunca me profetiza bien, sino solamente mal. Y Josafat dijo: No hable el rey así.” ( 1 Reyes 22:8). Así pues, esta acusación de Acab contra el carácter y la misión de Elías era un tributo a su integridad, por cuanto no hay testimonio más elevado de la fidelidad de los siervos de Dios que el producir el fuerte odio de los Acabs que los rodean.  

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