} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: LA VIDA DE ELÍAS XVI

domingo, 27 de noviembre de 2022

LA VIDA DE ELÍAS XVI

 

 

"Y como Acab vio a Elías, dijole Acab: ¿Eres tú el que alborotas a Israel? (I Reyes 18:17).

      ¡Cómo revelan el estado de nuestro corazón las palabras de nuestra boca! Semejante lenguaje, después del juicio doloroso que Dios había enviado a sus dominios, mostraba la dureza e impenitencia del corazón del rey. Considerad las oportunidades que le habían sido dadas. Había sido prevenido por el profeta de las consecuencias ciertas que le reportarla el seguir en el pecado. Había visto que lo que el profeta anunció se había cumplido. Había quedado demostrado que los ídolos que él y Jezabel adoraban no podían evitar la calamidad ni dar la lluvia que necesitaban tan urgentemente. Tenía motivos sobrados para convencerse de que "Jehová Dios de Elías” era el Rey soberano de cielos y tierra, cuyos decretos nadie puede anular, y cuyo brazo todopoderoso nadie puede resistir. Así es el pecador abandonado a sí mismo. Dejad que el freno divino le sea quitado, y veréis cómo la locura de la que su corazón está poseído se desborda como por un dique roto. Esta resuelto a hacer su propia voluntad a todo coste. No importa cuán graves y solemnes sean los tiempos que le- toquen vivir: ello no le vuelve a su juicio. No importa la gravedad del peligro que se cierna sobre su país, ni cuántos de sus conciudadanos sean mutilados o muertos; él ha de seguir saturándose de los placeres de pecado. Aunque los juicios de Dios truenen en sus oídos cada vez de modo más fuerte, él los cierra deliberadamente y procura olvidar los sinsabores en un remolino de algazara. Aunque su país esté en guerra, luchando por su existencia, su "vida nocturna” y sus orgías siguen como siempre. Si los bombardeos se lo impiden, las proseguirá en los refugios subterráneos. ¿Qué es ello sino un esforzarse contra el Todopoderoso", y un acometerle “en la cerviz” (Job 15: 25-26   Por cuanto él extendió su mano contra Dios, Y se portó con soberbia contra el Todopoderoso. Corrió contra él con cuello erguido, Con la espesa barrera de sus escudos.  )? Si, al escribir estas líneas, recordamos aquellas palabras escudriñadoras: "¿Quién te distingue?" (I Corintios 4:7 Porque ¿quién te distingue? ¿o qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿por qué te glorías como si no lo hubieras recibido?), es decir, ¿quién te hace a ti diferente de los demás? Sólo hay una respuesta: un Dios soberano en la plenitud de su asombrosa gracia. Al comprender esto, cómo deberíamos humillarnos hasta el polvo, por cuanto, por naturaleza y práctica no hay diferencia entre nosotros y los demás. "En otro tiempo anduvisteis conforme a la condición de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora obra en los hijos de desobediencia; entre los cuales todos nosotros también vivimos en otro tiempo en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos” (Efesios 2:2,3). Fue la misericordia determinativa de Dios que nos buscó cuando estábamos “sin Cristo”. Fue su amor determinativo el que nos resucitó a una nueva vida cuando estábamos "muertos en delitos y pecados”. De este modo, no tenemos razón para jactarnos, ni base para vanagloriarnos. Por el contrario, hemos de andar con cuidados y de modo penitente ante Aquél que nos ha salvado de nosotros mismos.

 Y como Acab vio a Elías, díjole Acab: ¿Eres tú el que alborotas a Israel?” Elías era quien, más que ningún otro, se oponía al deseo de Acab de unir Israel al culto de Baal, y de este modo, como suponía él, establecer pacíficamente la religión en la nación. Elías era quien, a sus ojos, era responsable de todas las aflicciones y sufrimientos que llenaban el país. No discernía la mano de Dios en la sequía, ni se sentía compungido por su conducta pecaminosa; por el contrario, Acab procuraba cargar la responsabilidad a otro, y acusar al profeta de ser el autor de las calamidades que llenaban la nación. La característica del corazón no humillado y sin juicio que se duele bajo la vara de la justicia de Dios es dar la culpa a otro, del mismo modo que la nación cegada por el pecado, al ser azotada a causa de o sus iniquidades, atribuirá sus penalidades a los desatinos de sus gobernantes. No es cosa rara el que los ministros rectos de Dios sean calificados de alborotadores de las gentes y las naciones. El fiel Amós fue acusado de conspirar contra Jeroboam segundo, y se le dijo que la tierra no podía sufrir todas sus palabras (Amós 7:10 Entonces el sacerdote Amasías de Bet-el envió a decir a Jeroboam rey de Israel: Amós se ha levantado contra ti en medio de la casa de Israel; la tierra no puede sufrir todas sus palabras.). El Salvador fue acusado de alborotar al pueblo (Lucas 23:5 Pero ellos porfiaban, diciendo: Alborota al pueblo, enseñando por toda Judea, comenzando desde Galilea hasta aquí.). Lo mismo se dijo de Pablo y Silas en Filipos (Hechos 16:20  y presentándolos a los magistrados, dijeron: Estos hombres, siendo judíos, alborotan nuestra ciudad,), y en Tesalónica (Hechos 17:6 Pero no hallándolos, trajeron a Jasón y a algunos hermanos ante las autoridades de la ciudad, gritando: Estos que trastornan el mundo entero también han venido acá ). No hay, por tanto, testimonio más noble de su fidelidad que el que los siervos de Dios provoquen el rencor y la hostilidad de los reprobados. Una de las condenaciones más graves que pueden pronunciarse contra los hombres es la que se contiene en aquellas terribles palabras de nuestro Señor a sus hermanos incrédulos: "No puede el mundo aborreceros a vosotros; más a mí me aborrece, porque yo doy testimonio de él, que sus obras son malas" (Juan 7:7). Empero, ¡quién no preferirá recibir todas las acusaciones que los Acabs de este mundo puedan amontonar sobre nosotros, que oír esta sentencia de los labios de Cristo! El deber de los siervos de Dios es prevenir a los hombres de su peligro, señalarles que la rebelión contra Dios lleva a la destrucción cierta, y exhortarles a dejar las armas de su rebelión y huir de la ira que vendrá. Su deber es enseñarles que han de volverse de sus ídolos y servir al Dios vivo, y que de otro modo perecerán. Su deber es reprobar la impiedad dondequiera que se encuentre, aún dentro de las iglesias, y declarar que la paga del pecado es muerte. Ello no contribuirá a su popularidad, por cuanto condenará e irritará a los impíos, a quienes les molestará seriamente semejante claro lenguaje, y les prohibirán hablar para no perturbar las normas humanas. Los que ponen en evidencia a los hipócritas, resisten a los tiranos y se oponen a los impíos, serán siempre considerados unos alborotadores; dejados de lado, cuando no presionados para alejarse y no molestar. Pero, como Cristo declaró: “Bienaventurados sois cuando os vituperaren y os persiguieren, y dijeren de vosotros todo mal por mi causa, mintiendo. Gozaos y alegraos; porque vuestra merced es grande en los cielos; que así persiguieron a los profetas que fueron antes de vosotros” (Mateo 5:11,12).

Elías respondió: Yo no he alborotado a Israel, sino tú y la casa de tu padre, dejando los mandamientos de Jehová, y siguiendo a los Baales” (1 Reyes 18:18). Si Elías hubiera sido uno de aquellos parásitos rastreros que por regla general acompañan a los reyes, se hubiera echado a los pies de Acab pidiendo clemencia y ofreciendo sumisión indigna. Por el contrario, era el embajador de un Rey mayor, el Señor de los ejércitos; consciente de ello, conservó la dignidad de su oficio y carácter actuando como el que representa una potencia superior. Fue porque Elías se daba cuenta de la presencia de Aquél por el cual los reyes reinan, y que puede detener la ira del hombre y hacer que los demás le alaben, que el profeta no temió la presencia del monarca apóstata de Israel. Estimado lector, si comprendiéramos más la presencia y suficiencia de nuestro Dios, no temeríamos lo que el hombre pueda hacernos. La incredulidad es la causa de nuestros temores. Ojalá pudiéramos decir: "He aquí Dios es salvación mía; me aseguraré y no temeré; porque mi fortaleza y mi canción es JAH Jehová, quien ha sido salvación para mí.” (Isaías 12:2). Elías no iba a ser intimidado por la difamación lanzada contra él, ni las manipulaciones perversas de una mujer. Con valentía impertérrita negó, primeramente, la acusación injusta: “Yo -no he alborotado a Israel”. Bienaventurados somos si podemos apropiarnos estas palabras con verdad: que los castigos que Sión está ahora recibiendo de manos de un Dios santo no han sido causados en medida alguna por mis pecados. ¿Quién de nosotros puede afirmar esto?

En segundo lugar, Elías devuelve con audacia la acusación, culpando a quien correspondía justamente: “Yo no he alborotado a Israel, sino tú y la casa de tu padre”. Ved ahí la fidelidad del siervo de Dios; como Natán dijo a David, así también Elías a Acab: “Tú eres aquel hombre". Una acusación justa y grave: que Acab y la casa de su padre eran la causa de todos los males dolorosos y las calamidades tristes que habían llenado la nación. La autoridad divina con la cual estaba investido permitió a Elías encausar al mismísimo rey.

En tercer lugar, el profeta procedió a aportar pruebas de la acusación que habla hecho contra Acab: “... dejando los mandamientos de Jehová, y siguiendo a los Baales”. El profeta, lejos de ser el enemigo de su país, procuraba su bien. Es cierto que había orado y pedido a Dios que juzgara la impiedad y la apostasía del rey y la nación, más ello era porque deseaba que se arrepintieran de sus pecados y que rectificaran sus caminos. Eran las obras malas de Acab y su esposa Jezabel lo que había traído la sequía y el hambre. La intercesión de Elías nunca hubiera prevalecido contra un pueblo santo: “Como el gorrión en su vagar, y como la golondrina en su vuelo, Así la maldición nunca vendrá sin causa.” (Proverbios 26:2). El rey y su familia eran los líderes de la rebelión contra Dios, y el pueblo había seguido ciegamente: ésa fue la causa de la aflicción; ellos eran los "alborotadores” temerarios de la nación, los perturbadores de la paz, los ofensores de Dios. Aquellos que por sus pecados provocan la ira de Dios son los alborotadores verdaderos, no quienes advierten de los peligros a los que les expone su iniquidad. "Tú y la casa de tu padre, dejando los mandamientos de Jehová, y siguiendo a los Baales”. Está perfectamente claro, a pesar de lo breve del relato de la Escritura, que Omri, el padre de Acab, fue uno de los peores reyes que jamás tuvo Israel; y Acab habla seguido en los pasos impíos- de su padre. Los estatutos de aquellos reyes eran la idolatría más grosera. Jezabel, la esposa de Acab no consintió ser confrontada ni juzgada por Elías,  en su odio a Dios y a Su pueblo, y en su celo por el culto degradado de los ídolos. Su mala influencia fue tan persistente y efectiva que permaneció durante doscientos años (Miqueas 6:16 Porque los mandamientos de Omri se han guardado, y toda obra de la casa de Acab; y en los consejos de ellos anduvisteis, para que yo te pusiese en asolamiento, y tus moradores para burla. Llevaréis, por tanto, el oprobio de mi pueblo.), y produjo la venganza del cielo sobre la nación apóstata.

¿Cuántas Jezabeles, actualmente, se ocultan tras una apariencia de piedad religiosa?

 

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