Filipenses 1;
1
Pablo y Timoteo,
siervos de Cristo Jesús: A todos los santos en Cristo Jesús que están en
Filipos, incluyendo a los obispos y diáconos:
La ciudad de Filipos sin ser la capital de la provincia de
Macedonia, Filipos era su principal ciudad. Su importancia se debía a sus
riquezas mineras, de las que sobresalía el oro y la plata. Pero, además, debía
su fama a su estratégica situación geográfica, que constituía una verdadera
puerta de entrada a Europa.
Estaba
situada sobre la famosa Vía Ignacia, a unos 14 km. de la costa del Mar Egeo.
Antiguamente su nombre había sido "Ciudad de las Fuentes". Fue más
tarde que el rey Filipo, o Felipe, de Macedonia, padre de Alejandro el Grande,
hizo en ella muchas mejoras. Y fue en su honor que se le puso el nombre de
Filipos.
Tiempo
después el emperador Augusto César la distinguió con el privilegio de ser una
colonia romana, lo cual la eximía de pagar tributos y le daba una organización
parecida a Roma. Así, pues, sus habitantes ostentaban la dignidad de ser
ciudadanos romanos con sus consiguientes privilegios.
En respuesta al
llamado del "Varón Macedonio", Pablo y sus compañeros de ministerio
llegaron a Filipos para establecer una iglesia que amaba y lo amaba, y que lo
apoyó y sostuvo en todo su ministerio. Fue, precisamente, una ofrenda enviada
por esta iglesia a Pablo, estando él preso en Roma, y por medio de Epafrodito,
lo que dio oportunidad al Apóstol de escribir esta singular epístola, de la
cual emana profundo amor cristiano y gozo en Cristo.
Las palabras introductorias definen el
tono de toda la carta. Se trata de la carta de un amigo a sus amigos. Con la
excepción de las cartas a los tesalonicenses y la nota personal a Filemón,
Pablo empieza todas sus cartas presentándose como apóstol; por ejemplo, empieza
su carta a los Romanos diciendo: «Os manda esta carta Pablo, esclavo de
Jesucristo, llamado para ser apóstol».
Empieza las otras cartas presentando las credenciales oficiales que le
confieren el derecho a escribir, y a los destinatarios el deber de prestar
atención; pero no lo hace cuando escribe a los Filipenses. No hacía falta.
Sabía que le atenderían, y con mucho cariño. De todas sus iglesias, la de
Filipos era la que estaba más en su corazón; y escribe, no como un apóstol a
los miembros de su iglesia, sino como un amigo a sus amigos.
Pero hay un título del que no prescinde.
Se presenta como siervo (dulos) de Jesucristo, como lo pone la Reina-Valera;
pero dulos es más que servidor:
es esclavo. Un servidor es
libre para ir y venir; pero un esclavo es posesión exclusiva de su amo para
siempre. Cuando Pablo se llama esclavo de Jesucristo hace tres cosas:
(i) Asegura que es posesión exclusiva de
Cristo, Que le amó y compró por un precio (1Co_6:20),
y ya no puede pertenecer nunca a otro amo.
(ii) Establece que debe absoluta
obediencia a Cristo. El esclavo no tiene voluntad propia; la voluntad de su amo
es la suya. Así también Pablo no tiene más voluntad que la de Cristo, y no
obedece sino a su Salvador y Señor.
(iii) En el Antiguo Testamento el título
regular de los profetas es el de siervos
de Dios (Amo_3:7; Jer_7:25). Ese fue el
título que se dio a Moisés, a Josué y a David (Jos_1:2;
Jue_2:8; Sal_78:70; Sal_89:3; Sal_89:20). De hecho el máximo título de
honor es siervo de Dios; y cuando Pablo
se aplica ese título se coloca humildemente en la línea de sucesión de los
profetas y de los hombres de Dios. La esclavitud del cristiano a Jesucristo no
es una sumisión humillante. Como expresaba el dicho latino: Illi servire regnare est, ser Su esclavo es
ser un rey.
En
el Imperio romano los esclavos eran muy numerosos, y había quienes tenían
cientos y hasta miles de esclavos. La esclavitud era una institución que tenía
la protección del gobierno imperial. Los cristianos del primer siglo no se
opusieron a la autoridad gubernamental en este respecto, ni abogaron por una
sublevación de los esclavos. Respetaron el derecho legal de otras personas
—entre las que se contaban sus compañeros cristianos— a poseer esclavos. Esta
fue la razón por la que el apóstol Pablo envió de regreso a Onésimo, un esclavo
fugitivo. Puesto que había llegado a ser cristiano, Onésimo regresó de buena
gana a su amo, sometiéndose como esclavo a un compañero cristiano. (Flm 10-17) El apóstol Pablo también aconsejó a los
esclavos cristianos que no se aprovecharan de su relación con sus amos
creyentes. Dijo: “Los que tienen dueños creyentes, no menosprecien a estos,
porque son hermanos. Al contrario, que sean esclavos con mayor prontitud,
porque los que reciben el provecho de su buen servicio son creyentes y amados”.
(1Ti 6:2.) Para un esclavo era una bendición
tener un amo cristiano, pues su dueño estaba bajo la obligación de tratarle con
justicia y equidad. (Ef 6:9; Col 4:1.)
La
aceptación del cristianismo colocaba sobre los que estaban en servidumbre la
responsabilidad de ser mejores esclavos, “no siendo respondones, no cometiendo
robos, sino desplegando buena fidelidad”. (Tit 2:9, 10.)
Incluso si sus amos los trataban de manera injusta, tenían que rendir
debidamente. Al sufrir por causa de la justicia, imitaban el ejemplo de
Jesucristo. (1Pe 2:18-25.) “Esclavos —escribió
el apóstol Pablo—, sean obedientes en todo a los que son sus amos en sentido
carnal, no con actos de servir al ojo, como quienes procuran agradar a los
hombres, sino con sinceridad de corazón, con temor de Dios. Cualquier cosa que
estén haciendo, trabajen en ello de toda alma como para Dios, y no para los
hombres.” (Col 3:22, 23; Ef 6:5-8.) Esa conducta
excelente para con sus amos evitó que acarrearan reproche al nombre de Dios, ya
que nadie podría culpar al cristianismo de producir esclavos perezosos y que no
servían para nada. (1Ti 6:1.)
Por
supuesto, el que un esclavo ‘obedeciera en todo’ no incluiría los actos de
desobediencia a la ley de Dios, ya que eso hubiera significado temer a los
hombres más bien que a Dios. La mala conducta de los esclavos, hasta en el caso
de que la ordenase un superior, no habría ‘adornado la enseñanza de su
Salvador, Dios’, sino que hubiera representado mal y deshonrado esta enseñanza.
(Tit 2:10.) Por consiguiente, tenían que guiarse
por su conciencia cristiana.
Todos
los miembros de la congregación cristiana ocupaban la misma posición sin
importar su condición social. A todos se les ungió con el mismo espíritu y, por
lo tanto, participaban de la misma esperanza como miembros del mismo cuerpo. (1Co 12:12, 13; Gál 3:28; Col 3:11.) A pesar de que
estaba más limitado en lo que podía hacer para esparcir las buenas nuevas, el
esclavo cristiano no tenía que preocuparse por este aspecto. Sin embargo, si se
le concedía la oportunidad de conseguir la libertad, debía aprovecharse de esta
situación para aumentar su actividad cristiana. (1Co
7:21-23.)
¡Maranata!
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