} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: ¿SOMOS SIERVOS O ESCLAVOS DE CRISTO?

miércoles, 2 de mayo de 2018

¿SOMOS SIERVOS O ESCLAVOS DE CRISTO?



Filipenses 1; 1

  Pablo y Timoteo, siervos de Cristo Jesús: A todos los santos en Cristo Jesús que están en Filipos, incluyendo a los obispos y diáconos:

La ciudad de Filipos  sin ser la capital de la provincia de Macedonia, Filipos era su principal ciudad. Su importancia se debía a sus riquezas mineras, de las que sobresalía el oro y la plata. Pero, además, debía su fama a su estratégica situación geográfica, que constituía una verdadera puerta de entrada a Europa.

Estaba situada sobre la famosa Vía Ignacia, a unos 14 km. de la costa del Mar Egeo. Antiguamente su nombre había sido "Ciudad de las Fuentes". Fue más tarde que el rey Filipo, o Felipe, de Macedonia, padre de Alejandro el Grande, hizo en ella muchas mejoras. Y fue en su honor que se le puso el nombre de Filipos.

Tiempo después el emperador Augusto César la distinguió con el privilegio de ser una colonia romana, lo cual la eximía de pagar tributos y le daba una organización parecida a Roma. Así, pues, sus habitantes ostentaban la dignidad de ser ciudadanos romanos con sus consiguientes privilegios.

En respuesta al llamado del "Varón Macedonio", Pablo y sus compañeros de ministerio llegaron a Filipos para establecer una iglesia que amaba y lo amaba, y que lo apoyó y sostuvo en todo su ministerio. Fue, precisamente, una ofrenda enviada por esta iglesia a Pablo, estando él preso en Roma, y por medio de Epafrodito, lo que dio oportunidad al Apóstol de escribir esta singular epístola, de la cual emana profundo amor cristiano y gozo en Cristo.
Las palabras introductorias definen el tono de toda la carta. Se trata de la carta de un amigo a sus amigos. Con la excepción de las cartas a los tesalonicenses y la nota personal a Filemón, Pablo empieza todas sus cartas presentándose como apóstol; por ejemplo, empieza su carta a los Romanos diciendo: «Os manda esta carta Pablo, esclavo de Jesucristo, llamado para ser apóstol». Empieza las otras cartas presentando las credenciales oficiales que le confieren el derecho a escribir, y a los destinatarios el deber de prestar atención; pero no lo hace cuando escribe a los Filipenses. No hacía falta. Sabía que le atenderían, y con mucho cariño. De todas sus iglesias, la de Filipos era la que estaba más en su corazón; y escribe, no como un apóstol a los miembros de su iglesia, sino como un amigo a sus amigos.
Pero hay un título del que no prescinde. Se presenta como siervo (dulos) de Jesucristo, como lo pone la Reina-Valera; pero dulos es más que servidor: es esclavo. Un servidor es libre para ir y venir; pero un esclavo es posesión exclusiva de su amo para siempre. Cuando Pablo se llama esclavo de Jesucristo hace tres cosas:
 (i) Asegura que es posesión exclusiva de Cristo, Que le amó y compró por un precio (1Co_6:20), y ya no puede pertenecer nunca a otro amo.
(ii) Establece que debe absoluta obediencia a Cristo. El esclavo no tiene voluntad propia; la voluntad de su amo es la suya. Así también Pablo no tiene más voluntad que la de Cristo, y no obedece sino a su Salvador y Señor.
(iii) En el Antiguo Testamento el título regular de los profetas es el de siervos de Dios (Amo_3:7; Jer_7:25). Ese fue el título que se dio a Moisés, a Josué y a David (Jos_1:2; Jue_2:8; Sal_78:70; Sal_89:3; Sal_89:20). De hecho el máximo título de honor es siervo de Dios; y cuando Pablo se aplica ese título se coloca humildemente en la línea de sucesión de los profetas y de los hombres de Dios. La esclavitud del cristiano a Jesucristo no es una sumisión humillante. Como expresaba el dicho latino: Illi servire regnare est, ser Su esclavo es ser un rey.

En el Imperio romano los esclavos eran muy numerosos, y había quienes tenían cientos y hasta miles de esclavos. La esclavitud era una institución que tenía la protección del gobierno imperial. Los cristianos del primer siglo no se opusieron a la autoridad gubernamental en este respecto, ni abogaron por una sublevación de los esclavos. Respetaron el derecho legal de otras personas —entre las que se contaban sus compañeros cristianos— a poseer esclavos. Esta fue la razón por la que el apóstol Pablo envió de regreso a Onésimo, un esclavo fugitivo. Puesto que había llegado a ser cristiano, Onésimo regresó de buena gana a su amo, sometiéndose como esclavo a un compañero cristiano. (Flm 10-17) El apóstol Pablo también aconsejó a los esclavos cristianos que no se aprovecharan de su relación con sus amos creyentes. Dijo: “Los que tienen dueños creyentes, no menosprecien a estos, porque son hermanos. Al contrario, que sean esclavos con mayor prontitud, porque los que reciben el provecho de su buen servicio son creyentes y amados”. (1Ti 6:2.) Para un esclavo era una bendición tener un amo cristiano, pues su dueño estaba bajo la obligación de tratarle con justicia y equidad. (Ef 6:9; Col 4:1.)
La aceptación del cristianismo colocaba sobre los que estaban en servidumbre la responsabilidad de ser mejores esclavos, “no siendo respondones, no cometiendo robos, sino desplegando buena fidelidad”. (Tit 2:9, 10.) Incluso si sus amos los trataban de manera injusta, tenían que rendir debidamente. Al sufrir por causa de la justicia, imitaban el ejemplo de Jesucristo. (1Pe 2:18-25.) “Esclavos —escribió el apóstol Pablo—, sean obedientes en todo a los que son sus amos en sentido carnal, no con actos de servir al ojo, como quienes procuran agradar a los hombres, sino con sinceridad de corazón, con temor de Dios. Cualquier cosa que estén haciendo, trabajen en ello de toda alma como para Dios, y no para los hombres.” (Col 3:22, 23; Ef 6:5-8.) Esa conducta excelente para con sus amos evitó que acarrearan reproche al nombre de Dios, ya que nadie podría culpar al cristianismo de producir esclavos perezosos y que no servían para nada. (1Ti 6:1.)
Por supuesto, el que un esclavo ‘obedeciera en todo’ no incluiría los actos de desobediencia a la ley de Dios, ya que eso hubiera significado temer a los hombres más bien que a Dios. La mala conducta de los esclavos, hasta en el caso de que la ordenase un superior, no habría ‘adornado la enseñanza de su Salvador, Dios’, sino que hubiera representado mal y deshonrado esta enseñanza. (Tit 2:10.) Por consiguiente, tenían que guiarse por su conciencia cristiana.
Todos los miembros de la congregación cristiana ocupaban la misma posición sin importar su condición social. A todos se les ungió con el mismo espíritu y, por lo tanto, participaban de la misma esperanza como miembros del mismo cuerpo. (1Co 12:12, 13; Gál 3:28; Col 3:11.) A pesar de que estaba más limitado en lo que podía hacer para esparcir las buenas nuevas, el esclavo cristiano no tenía que preocuparse por este aspecto. Sin embargo, si se le concedía la oportunidad de conseguir la libertad, debía aprovecharse de esta situación para aumentar su actividad cristiana. (1Co 7:21-23.)
¡Maranata!

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