Romanos 5:1
Por
tanto, habiendo sido justificados por la fe, tenemos paz para con Dios por
medio de nuestro Señor Jesucristo, (Biblia de las Américas)
Aquí tenemos uno de esos grandes pasajes
del Apóstol Pablo, en el que canta el íntimo gozo de su confianza en Dios. La
confianza de la fe realiza lo que nunca podría conseguir el esfuerzo por
producir las obras de la Ley: le da al hombre la paz con Dios. Hasta que vino
Jesús, nadie podía sentirse realmente cerca de Dios.
Si
hemos de ser guiados por la autoridad de los manuscritos, la lección correcta
aquí, fuera de duda, es: “Tengamos paz:” lección que la mayoría rechaza, sin
embargo, porque piensa que es ilógico exhortar a los hombres a que tengan lo
que le toca a Dios darles, y porque el apóstol no está dando exhortación aquí
sino expresando una verdad. Pero como parece arriesgado hacer a un lado el
testimonio decisivo de los manuscritos, referente a lo que el apóstol en efecto
escribió en preferencia a lo que opinamos que debió haber escrito, hagamos una
pausa y preguntémonos: Si es el privilegio de los justificados “tener paz para
con Dios,” ¿por qué no pudo el apóstol empezar la enumeración de los frutos de
la justificación invitando a los creyentes a realizar esta paz que les
pertenece, o a aprovechar el gozoso conocimiento de ella al hacerla suya
propia? Y si esto fuera lo que él hizo en efecto, no sería necesario que
continuara en el mismo estilo, y los demás frutos de la justificación los podría
enumerar como simples hechos. Esta “paz” es primeramente un cambio en las
relaciones de Dios para con nosotros; y luego, a consecuencia del mismo, es un
cambio de nuestra parte para con él. Dios, por una parte, “nos ha reconciliado
a sí por Jesucristo” (2Co_5:18); y nosotros, por
la otra, poniendo nuestro sello a esto, “somos reconciliados con Dios” (2Co_5:20). La “propiciación” es el lugar de reunión; y
así termina la controversia de ambas partes en una honorable y eterna “paz.”
En lugar de
justificados por obras de ley (moralidad legalista, la base de la esperanza
humana, según los judíos), equivale a decir llegar a ser justos por la
obediencia al evangelio, en lugar de la obediencia a ley. No dice Pablo que
somos justificados por la fe sola, aparte de obediencia al evangelio, pero tal
es el sentido erróneo que algunos sectarios dan a estas palabras de Pablo. Tal
interpretación sectaria ignora por completo la discusión de Pablo en los
capítulos tres y cuatro de la justificación. Los que no obedecen al evangelio,
dice Pablo (2Ts_1:8-9), serán castigados de
eterna perdición.
Al decir “por
tanto,” Pablo introduce la conclusión del asunto argumentado en los capítulos
anteriores.
Este es uno de
los frutos referidos. El estado de pecado es enemistad con Dios. Perdonado uno
del pecado, tiene amistad (paz) con Dios. Es la paz del alma, o de la
conciencia.
Sólo cuando nos damos cuenta de que Dios
es el Padre de nuestro Señor Jesucristo entra en nuestra vida esa intimidad con
Él, esa nueva relación que Pablo llama justificación.
Por medio de Jesús, dice Pablo, tenemos
acceso a esta Gracia en la que nos sentimos seguros. La palabra que usa para acceso es prosagógué. Es una palabra que sugiere dos imágenes:
(i) Es la palabra corriente para
introducir a una persona a la presencia de la realeza; y es también la palabra
que se usa para el adorador que se acerca a Dios. Es como si Pablo dijera:
«Jesús nos introduce a la presencia de Dios mismo;
nos abre la puerta de acceso a la presencia del Rey de reyes. Y cuando se abre
esa puerta, lo que encontramos es la
Gracia; no condenación, ni juicio, ni venganza; sino la prístina,
inmerecida, increíble amabilidad de Dios.»
(ii) Pero prosagógué nos presenta otra escena. En el griego posterior es
la palabra para el lugar donde atracan los barcos, puerto o muelle. Si la tomamos en este sentido, quiere decir que
mientras tratemos de depender de nuestros propios esfuerzos nos encontramos a
merced de las tempestades, como los marineros que luchan con un mar que amenaza
tragárselos irremisiblemente; pero ahora que hemos oído la Palabra de Cristo,
hemos llegado por fin al puerto de la Gracia de Dios, y conocemos la calma que
viene de depender, no de lo que podemos hacer por nosotros mismos, sino de lo
que Dios ha hecho por nosotros.
Gracias a Jesús tenemos entrada a la
presencia del Rey de reyes y al puerto de la Gracia de Dios.
Cuando Pablo acaba de decir esto, se le
presenta la otra cara de la moneda. Todo esto es cierto, y es la misma gloria;
pero sigue sucediendo que en esta vida los cristianos lo tenemos muy difícil.
Era difícil ser cristiano en Roma. Al recordarlo, Pablo presenta un gran
clímax: "La oposición dice produce
entereza.» La palabra que usa para oposición es thlipsis, que quiere decir literalmente opresión. Hay un montón de cosas que pueden oprimir a un
cristiano: necesidades, estrecheces, dolor, persecución, rechazamiento y
soledad. Todo lo que oprime, dice Pablo, produce entereza. La palabra que usa
para entereza es hypomoné, que quiere decir más que
aguante: es el espíritu que puede vencer al mundo, que no se limita a resistir
pasivamente, sino que vence activamente las pruebas y tribulaciones de la vida.
Hypomoné
no es un espíritu que se tumba y deja que la riada le pase por encima,
sino el espíritu que apechuga con la adversidad y la vence.
«La entereza -continúa Pablo- produce
carácter.» La palabra que usa para carácter
es dokimé. Dokimé se
dice de un metal que ha pasado por el fuego de forma que ha quedado limpio de
todo lo inferior. Se usa de una moneda de quilates. Cuando se soporta la aflicción con entereza, se sale
de la batalla más fuerte, más puro y mejor y más cerca de Dios.
«El carácter -continúa Pablo- produce
esperanza.» Dos personas se enfrentan con la misma situación; a una la puede
conducir a la desesperación, y puede espolear a la otra a una acción
victoriosa. Para una puede ser el final de la esperanza, y para la otra un
desafío a la grandeza. La diferencia está en las personas. Si uno se
ha dejado llegar a ser débil y flojo, si ha dejado que las circunstancias le
venzan, si no ha hecho más que gimotear y achicarse bajo la aflicción, ha
llegado a un punto en el que, cuando se presenta el desafío de la crisis, no
puede hacer más que desesperarse. Si, por el contrario, uno ha ido por la vida
con la frente alta, enfrentándose con las cosas hasta conquistarlas, entonces,
cuando llega el desafío, lo resiste con los ojos inflamados por la esperanza.
El carácter que ha resistido la prueba siempre sale lleno de esperanza.
Pero la esperanza que se pone en Dios,
no se desvanece, ni deja frustrados. La esperanza que se pone en el amor de
Dios no es ninguna ilusión; porque Dios nos ama con un amor eterno respaldado
por un poder eterno.
¡Maranata!¡Ven pronto
mi Señor Jesús!
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