1 Timoteo 1; 13-14
aun habiendo sido yo antes blasfemo, perseguidor y agresor. Sin
embargo, se me mostró misericordia porque lo hice por ignorancia en mi incredulidad.
Pero la gracia de
nuestro Señor fue más que abundante, con la fe y el amor que se hallan en Cristo Jesús.
Dice Pablo que Jesucristo había tenido
misericordia de él porque él había cometido sus pecados contra Cristo y Su
Iglesia en los días de su ignorancia. A menudo se piensa que los judíos creían
que el sacrificio expiaba el pecado: uno pecaba, su pecado quebrantaba su
relación con Dios, y entonces el sacrificio se ofrecía y Dios se apaciguaba y
se restauraba la relación. Copiado por el Catolicismo Romano.
Puede que fuera esa la opinión popular y
vulgar del sacrificio; pero el pensamiento judío más elevado insistía en dos
cosas. Primera, insistía en que el sacrificio no podía nunca expiar por el
pecado deliberado, sino solamente por los pecados que uno cometiera por
ignorancia o arrastrado por la pasión. La segunda, el pensamiento judío más
elevado insistía en que ningún sacrificio podía expiar por ningún pecado a
menos que hubiera contrición en la persona que lo ofrecía. Aquí Pablo está
hablando desde su trasfondo judío. La misericordia de Cristo le había
quebrantado el corazón; sus pecados los habían cometido en los días antes de
conocer a Cristo y Su amor; y por estas razones tenía la convicción de que
había alcanzado misericordia.
Es que la obra de la gracia de Cristo en
el corazón de Pablo fue ayudada por la fe y el amor que él encontró en los
miembros de la Iglesia Cristiana, cosas como la simpatía y la comprensión y la
amabilidad que le mostraron hombres como Ananías, que le devolvió la vista y le
llamó " hermano» (Hec_9:10-19),
y Bernabé, que se puso a su lado cuando el resto de la Iglesia le miraba
con fría, y razonable, sospecha (Hec_9:26-28 ). Estos últimos me recuerdan la
actitud inmisericorde de los religiosos actuales en las congregaciones. Esta
es una idea muy preciosa; y, si es correcta, podemos ver que hay tres factores
que cooperan en la conversión de cualquier persona.
(i) Primero,
está Dios. Fue la oración de Jeremías: «Haz que nos convirtamos a Ti,
Señor, y nos convertiremos» (Lam_5:21). Como decía Agustín, no habríamos nunca
empezado a buscar a Dios si no fuera porque Él ya nos había encontrado. El
Primer Motor es siempre Dios; por detrás del primer deseo de bondad que podamos
sentir nosotros, está Su amor buscándonos.
(ii) Está la propia persona. La Versión Autorizada inglesa
traduce Mat_18:3
totalmente en pasiva: «Except ye be converted and become as
little children, ye will never enter the kingdon of heaven» que podríamos
traducir: "A menos que se os convierta y se os vuelva como niñitos,
nunca entraréis en el reino del cielo.» En las versiones españolas se usa la
forma reflexiva, más idiomática en nuestra lengua: "Si no os volvéis y os
hacéis como niños, no entraréis en el Reino del Cielo.» Debe haber una
respuesta humana a la invitación divina. Dios le da a cada uno libre albedrío,
que puede usar para aceptar o para rechazar Su ofrecimiento.
(iii) Está la intervención de alguna persona cristiana. Pablo
estaba convencido de que había sido enviado para abrirles los ojos a los
gentiles, para que se volvieran de las tinieblas a la luz y de la potestad de
Satanás a Dios, para que recibieran el perdón de sus pecados (Hec_26:18). Y Santiago creía que cualquier
persona que convierta al pecador del error de su camino «salvará un alma de la
muerte y cubrirá una multitud de pecados» (Stg_5:19 s).
Así que se nos impone una doble obligación. Se ha dicho que un santo es
alguien que hace a otros más fácil creer en Dios, y alguien en quien Cristo
vive otra vez. Debemos dar gracias por los que nos mostraron a Cristo, cuyas
palabras y ejemplo nos trajeron a Él; y debemos esforzarnos para ser la
influencia que traiga a otros a Él.
En
esta cuestión de la conversión, se combinan la iniciativa de Dios, la respuesta
de la persona, y la influencia de los cristianos.
Lo que resalta en este pasaje es la
insistencia con que Pablo recuerda su propio pecado. Se remonta con un
verdadero clímax de palabras para demostrar lo que él Le hizo a Cristo y a la
Iglesia.
El
insultó a la Iglesia;
les había dirigido palabras ardientes y airadas a los cristianos, acusándolos
de crímenes contra Dios; había sido perseguidor; había echado
mano de todos los medios a su alcance bajo la ley judía para aniquilar la
Iglesia Cristiana; y entonces viene una terrible palabra: había sido un hombre de
violencia insolente y brutal.
En
griego usa la palabra hybristés, que indica una clase de sadismo
arrogante, y describe a un hombre que se dedica a infligir dolor por el simple
placer de infligirlo. El nombre abstracto correspondiente es hybris: Xybris quiere decir hacer daño y afligir a
las personas de tal manera que se apila vergüenza sobre el que es herido y
afrentado, sin que la persona que inflige el daño y la injuria gane nada más de
lo que ya posea, sino que lo haga por el placer que encuentra en su propia
crueldad y en el sufrimiento ajeno.»
Así había sido Pablo en relación con la
Iglesia Cristiana. No contento con palabras de insulto, llegó al límite de la
persecución legal; y no contento con la persecución legal, llegó al límite de
la brutalidad sádica en su intención de erradicar la fe cristiana. Recordaba aquello;
y hasta el fin de su vida se consideraba el primero de los pecadores. No es que
había sido
el
primero de los pecadores; lo seguía siendo. Es verdad que no podía olvidar
nunca que era un pecador perdonado; pero tampoco podía olvidar nunca que era un
pecador. ¿Por qué había de recordar su pecado tan vivamente?
(i) El
recuerdo de su pecado era la manera más segura de guardarse del orgullo. No
podía haber tal cosa como orgullo espiritual para un hombre que había hecho las
cosas que había hecho Pablo. John Newton fue uno de los grandes predicadores y
autores de himnos de la Iglesia; había caído en lo más bajo a que puede llegar
un hombre en los días que navegaba los mares en un barco de tráfico de
esclavos. Así es que, cuando se convirtió y llegó a ser predicador del
Evangelio escribió un texto en letras grandes letras, y lo colocó en la parte
de su despacho donde no podía por menos de verlo: «Te acordarás de que fuiste siervo en la tierra de Egipto, y que el
Señor tu Dios te rescató» (Deu_15:15).
Y él también escribió su
propio epitafio: "John Newton,
empleado, antaño infiel y libertino, traficante de esclavos en África, fue por
la misericordia de nuestro Señor y Salvador Jesucristo preservado, restaurado,
perdonado y nombrado para predicar la Fe que tanto había tratado de destruir.»
John Newton nunca olvidó que era un
pecador perdonado; y tampoco Pablo. Y tampoco debemos olvidarlo nosotros. Es
bueno para una persona recordar sus pecados; la libra del orgullo espiritual.
(ii) El recuerdo de su pecado era la manera más segura de mantener la llama
de su gratitud. El recordar que hemos sido perdonados es la manera más
segura de mantener vivo nuestro amor a Jesucristo. Cuando recordamos como hemos
herido a Dios y a los que nos aman y a nuestros semejantes, y cuando recordamos
cómo nos han perdonado Dios y los hombres, ese recuerdo debe despertar la llama
de la gratitud en nuestros propios corazones.
(iii) El recuerdo de su pecado era un acicate constante para realizar un
mayor esfuerzo. Es absolutamente cierto que un hombre no puede ganar nunca
la aprobación de Dios, o merecer Su amor; pero es igualmente cierto que no
puede nunca dejar de tratar de hacer algo para mostrar hasta qué punto aprecia
el amor y la misericordia que le han hecho lo que es. Siempre que amamos a una
persona no podemos evitar el tratar siempre de demostrar nuestro amor. Cuando
recordamos cuánto nos ama Dios, y lo poco que lo merecemos, cuando recordamos
que fue por nosotros por lo que Jesucristo pendió de la Cruz y murió en el
Calvario debe impulsarnos a un esfuerzo que Le diga a Dios que nos damos cuenta
de lo que ha hecho por nosotros, y que Le muestre a Jesucristo que Su
Sacrificio no fue en vano.
(iv) El recuerdo de su pecado no podía por menos de ser un aliento constante
para otros. Pablo usa una imagen plástica. Dice que lo que le sucedió a él
era una especie de boceto de lo que les iba a suceder a los que aceptaran a
Cristo en los días por venir. Es como si Pablo dijera: "¡Fijaos en lo
que Cristo ha hecho por mí! Si uno como yo se puede salvar, hay esperanza para
todo el mundo.» Supongamos que un hombre está sumamente grave, y tiene que
someterse a una operación peligrosa; sería el máximo ánimo que se le pudiera
dar si hablara con alguien que había pasado aquella operación y había quedado totalmente
curado. Pablo no ocultaba tímidamente su pasado; se lo presentaba claramente a
otros para que tuvieran coraje y se llenaran de esperanza de que la gracia que
le había cambiado a él podía cambiarlos igualmente a ellos.
El pecado de Pablo era algo que él se negaba a
olvidar; porque cada vez que recordaba la grandeza de su pecado recordaba la
aún mayor grandeza de Jesucristo. No era que estuviera obsesionado de una
manera enfermiza con su pecado; era que lo recordaba para regocijarse en la
maravilla de la gracia de Jesucristo.
¡Maranata!¡Ven pronto mi Señor Jesús!
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