Romanos 12:16
Tened el mismo
sentir unos con otros; no seáis altivos en vuestro pensar, sino condescendiendo
con los humildes. No seáis sabios en vuestra propia opinión.
Pablo ofrece una serie de reglas y
principios para gobernar nuestras relaciones con nuestros semejantes.
(i)
El cristiano debe sufrir la persecución
orando por los que le persiguen. Hace mucho tiempo Platón había dicho que
una buena persona prefiere que le hagan mal antes que hacérselo ella a los
demás; y odiar siempre es malo. Cuando un cristiano es insultado o maltratado,
tiene el ejemplo de su Maestro, Que pidió el perdón de los que Le estaban
crucificando.
Una de las más fuertes fuerzas de
atracción al Cristianismo ha sido esta serena actitud de perdón que han
mostrado los mártires de todos los tiempos. Esteban murió pidiéndole a Dios que
perdonara a los que le estaban apedreando (Hec_7:60), entre los cuales
había un joven llamado Saulo, que después sería Pablo, apóstol de los gentiles
y siervo de Cristo. No cabe duda que el impacto de la escena de la muerte de
Esteban fue una de las claves de su conversión. Como dijo Agustín: "La
Iglesia debe Pablo a la oración de Esteban.» Muchos perseguidores han llegado a
ser seguidores de la fe que trataron de destruir al comprobar cómo perdonan los
cristianos.
(ii)
Hemos de alegrarnos con los que están alegres, y llorar con los que lloran.
Hay pocos lazos tan entrañables como el del dolor compartido. Las
personas tienen que llorar juntas para ser amigas.» El lazo que producen las
lágrimas une más que nada en el mundo. Y sin embargo es más fácil llorar con
los que lloran que alegrarse con los que están alegres. Hace mucho, Crisóstomo
escribió sobre este pasaje: «Requiere más talante cristiano alegrarse con los
que están alegres que llorar con los que lloran; porque esto último se hace
perfectamente por naturaleza, y no hay nadie tan duro de corazón que no llore
con el que pasa por una calamidad; pero lo otro requiere un alma muy noble, que
no sólo está libre de la envidia, sino que siente placer con la persona que es
estimada.» Es verdad que es más difícil congratularse con el éxito ajeno,
especialmente cuando supone una desilusión propia, que sentir el dolor o la
pérdida de otro. Sólo cuando estamos muertos al yo podemos regocijarnos en el
éxito de otro como si fuera nuestro.
(iii) Hemos de vivir en armonía con los demás.
Fue Nelson el que, después de una de sus
grandes victorias, dio como la razón de ésta en su informe: «Tuve la dicha de
mandar a una compañía de hermanos.» Eso es lo que debe ser una iglesia
cristiana: una compañía de hermanos. "La forma de gobierno eclesiástico puede
ser optativa; pero la paz y la concordia, la amabilidad y la buena voluntad son
indispensables.» Cuando la discordia se introduce en la sociedad cristiana, se
pierde la esperanza de hacer un buen trabajo.
(iv) Hemos de guardarnos del orgullo y el esnobismo.
Tenemos que recordar siempre que el parámetro
por el que juzga el mundo no es necesariamente el mismo que usa Dios. La
santidad no tiene nada que ver con el rango, la riqueza o el nacimiento. Eso es
lo que hacía el Cristianismo, que era lo único que lo podía hacer en el Imperio
Romano. La iglesia cristiana era el único lugar en el que se sentaban el amo y
el esclavo el uno al lado del otro. Sigue siendo el único sitio en el que todas
las diferencias humanas han desaparecido, porque Dios no hace discriminación.
(v) Hemos
de procurar que nuestra conducta sea tal que no ofenda a nadie. Pablo
insiste en que la conducta cristiana no sólo debe ser buena, sino parecerlo.
Hay un supuesto «cristianismo» intransigente y antipático; pero el verdadero
Cristianismo es algo que da gusto ver.
(vi) Hemos de vivir en paz con todo el mundo.
Pero Pablo añade dos condiciones:'
(a) Dice si es posible. Puede
llegar el momento en que las exigencias de la cortesía tengan que ceder el paso
a las del principio. El Cristianismo no es una pachorra tolerante que lo acepta
todo con los ojos cerrados. Puede que haya momentos en los que hay que librar
batallas, y el cristiano no debe evadirlas.
(b) Dice en lo
que dependa de vosotros. Pablo sabía muy bien que a algunos les es más
fácil vivir en paz que a otros. Sabía que algunos tienen que contenerse más en
una hora que otros en toda la vida. Haremos bien en recordar que la bondad les
es considerablemente más asequible a unos que a otros. Eso nos librará de la
crítica y del desánimo.
(vii) Hemos de abstenernos hasta de pensar en vengarnos.
Pablo da tres razones:
(a) La venganza no nos corresponde a
nosotros, sino a Dios. En última instancia ningún ser humano tiene derecho a
juzgar a otro; sólo Dios puede hacerlo.
(b) La mejor manera
de ganarnos a una persona es tratarla con amabilidad en lugar de vengarnos. La
venganza puede quebrantar su espíritu; pero la amabilidad quebrantará su
corazón. "Si somos amables con nuestros enemigos dice Pablo-, eso
amontonará brasas sobre su cabeza.» Eso no quiere decir que hará que le caiga
encima un castigo peor, sino que les hará sentir una vergüenza que no podrán
soportar, y que los obligará a cambiar.
(c) El rebajarnos a vengarnos es dejarnos
vencer por el mal. El mal nunca se puede conquistar con el mal. Cuando el odio
se encuentra frente al odio, se crece; pero si se encuentra con el amor, se
desintegra. La única manera de dejar de tener enemigos es
hacernos sus amigos.
En su conducta
moral los cristianos pueden hacer las mismas cosas que quienes no lo son y
obran de acuerdo con su recta conciencia; sin embargo, no se trata de la misma
realidad. Pues el cristiano puede llevar a efecto múltiples obras buenas, en
las que pone su esfuerzo, como exigidas por Dios, y desde luego como preceptos
que es preciso observar en la hora presente, sin que por lo mismo realice
todavía un acto sagrado propiamente dicho. Esto es lo que pondría especialmente
de relieve el que manda «servir al precepto del tiempo». Pertenece al cristiano
el juzgar rectamente «cuál es la voluntad de Dios, lo que es bueno, lo que le
agrada, lo que es perfecto». Ahora bien, esto acontece precisamente cuando me
esfuerzo por comprender cuál es la voluntad de Dios ahora, en este nuestro
tiempo, en este nuestro momento. Reconozco la voluntad de Dios cuando tomo en
serio este mi tiempo y en él descubro la presencia divina. El cristiano procura
responder a esa voluntad. El amor cristiano verdadero nos hará participar en
las penas y alegrías de unos y otros. Trabaja lo más que pueda para concordar
en las mismas verdades espirituales; y cuando no lo logres, concuerda en
afecto. Mira con santo desprecio la pompa y dignidad mundanas. No te preocupes
por ellas, no te enamores de ellas. Confórmate con el lugar en que Dios te ha
puesto en su providencia, cualquiera sea. Nada es más bajo que nosotros sino el
pecado. Nunca encontraremos en nuestros corazones la condescendencia para con
el prójimo mientras alberguemos vanidad personal; por tanto, esta debe ser
mortificada.
¡Maranata!
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