Juan 6; 35
Jesús
les dijo: Yo soy el pan de la vida; el que viene a mí no tendrá hambre, y el
que cree en mí nunca tendrá sed.
Jesús dijo, Yo
soy la luz del mundo, Yo soy la puerta, Yo soy el buen pastor, Yo soy la
resurrección y la vida, Yo soy el camino, la verdad y la vida, Yo soy la vid y
vosotros los pámpanos.
Cristo se
entregó a sí mismo para satisfacer toda necesidad y todo deseo del alma.
Este es uno de los grandes pasajes del
Cuarto Evangelio, y de todo el Nuevo Testamento. En él encontramos dos grandes
líneas de pensamiento que debemos tratar de analizar.
En primer lugar, ¿qué quería decir Jesús
con: " Yo soy el pan de la vida»? No basta con tomarlo sencillamente como
una frase bonita y poética. Vamos a analizarla paso a paso:
(i) El pan sostiene la vida. Es algo sin
lo cual la vida no puede proseguir. (ii) Pero, ¿qué es la vida? No cabe duda de
que es mucho más que la mera existencia física. ¿Cuál es el sentido espiritual
de la vida?
(iii) La vida verdadera es la nueva
relación con Dios, esa relación de confianza y obediencia y amor.
(iv) Esa relación sólo es posible por
medio de Jesucristo sin El no podemos entrar en ella.
(v) Es decir: sin Jesús puede que haya
existencia, pero no vida.
(vi) Por tanto, si Jesús es esencial a
la vida, se Le puede describir como el pan de la vida. El hambre de la
situación humana termina cuando conocemos a Cristo y, por medio de Él, a Dios.
En Él el alma inquieta encuentra reposo; el corazón hambriento encuentra
satisfacción.
En segundo lugar, este pasaje nos
despliega las etapas de la vida cristiana. (i) Vemos a Jesús. Le vemos en las
páginas del Nuevo Testamento, en la enseñanza de la Iglesia, a veces hasta cara
a cara.
(ii) Habiéndole visto, acudimos a Él. Le miramos, no
como un héroe o dechado distante, no como el protagonista de un libro, sino
como Alguien accesible.
(iii) Creemos en Él. Es decir, Le aceptamos como la
suprema autoridad acerca de Dios, de nosotros mismos y de la vida. Eso quiere
decir que no acudimos a Él por mero interés, ni en igualdad de términos; sino,
esencialmente, para someternos.
(iv) Este proceso nos da la vida. Es decir, nos pone
en una nueva relación de amor con Dios, en la que Le conocemos como Amigo
íntimo; ahora podemos sentirnos a gusto con el Que antes temíamos y no
conocíamos.
(v) Esta posibilidad es gratuita y universal. La
invitación es para todos los seres humanos. No tenemos más que aceptarlo, y ya
es nuestro el pan de la vida.
(vi) El único
acceso a esta nueva relación con Dios es por medio de Jesús; sin Él nunca
habría sido posible, y aparte de Él sigue siendo imposible. No hay investigación
de la mente ni anhelo del corazón que pueda encontrar a Dios aparte de Jesús.
(vii) Detrás de todo este proceso está Dios. Los que
acuden a Jesús son los que Dios Le ha dado. Dios no se limita a proveer la
meta; también mueve el corazón para que Le desee; también obra en el corazón
para desarraigar la rebeldía y el orgullo que podrían obstaculizar la entrega
total. No podríamos ni siquiera empezar a buscarle si no fuera porque Él ya nos
ha encontrado. (viii) Queda ese algo tozudo en el corazón humano que nos hace
seguir rehusando la invitación de Dios. En último análisis, lo único que puede
frustrar el propósito de Dios es la oposición del corazón humano. La vida está
ahí para que la tomemos... o para que la rechacemos.
Cuando la tomamos, suceden dos cosas. La
primera es que entra en la vida una nueva satisfacción. El corazón humano
encuentra lo que estaba buscando, y la vida deja de ser un mero vegetar para
ser algo lleno a la vez de emoción y de paz. Y la segunda es que tenemos
seguridad hasta más allá de la muerte. Aun el último día, cuando todo termine,
estaremos a salvo. Como dijo un gran comentarista: " Cristo nos lleva al
puerto en el que se acaban todos los peligros.» Esas son la grandeza y la
gloria de las que nos privamos cuando rehusamos Su invitación.
2 Corintios 5; 17
De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es ;
las cosas viejas pasaron; he aquí, son hechas nuevas.
Si uno quiere seguir la enseñanza de Cristo sobre la generosidad, el
perdón o la lealtad suprema, siempre habrá «sabios-según-el-mundo» que no
tengan pelos en la lengua para llamarle chiflado. Pablo sabía que hay un tiempo
para la conducta sensata y tranquila, y también para el comportamiento que el
mundo toma por locura; y estaba dispuesto a seguir cualquiera de los dos por
causa de Cristo y de las personas.
Pablo llega, como acostumbraba, de una situación concreta y determinada
a un principio básico de toda la vida cristiana: Cristo murió por todos. Para
Pablo, un cristiano es, en su frase favorita, una persona en Cristo; y por tanto, la vieja personalidad del
cristiano murió con Cristo en la Cruz y resucitó con Él a una nueva vida, de
forma que ahora es una nueva persona, tan nueva como si Dios la acabara de
crear. En esta novedad de vida, el cristiano ha adquirido una nueva escala de
valores. Ya no aplica a las cosas el baremo del mundo. Hubo un tiempo en el que
Pablo mismo había juzgado a Cristo según su tradición, y se había propuesto
eliminar Su recuerdo del mundo. Pero ya no. Ahora tenía una escala de valores
diferente. Ahora, el Que había tratado de borrar era para él la Persona más
maravillosa del mundo, porque le había dado la amistad de Dios que había
anhelado toda la vida.
La
más característica expresión de Pablo sobre lo que significaba ser un
cristiano. La muerte y resurrección de Cristo, y nuestra identificación con Él
por medio de la fe, hace posible que cada uno de nosotros se convierta en una nueva criatura. En el presente, esta
nueva creación sólo puede ser experimentada de forma parcial, pero debe ser
nuestra máxima aspiración, mientras se completa la recreación de nuestra
naturaleza. Nuestra relación con Cristo modifica todos los aspectos de la vida.
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