Salmo
27; 10
Porque aunque mi
padre y mi madre me hayan abandonado, el SEÑOR me recogerá.
Muchos han
tenido la triste experiencia de ser abandonados por su padre o su madre. Los
hogares destruidos, las diferencias de creencia, el vicio de las drogas o el
alcohol, y aun el aislamiento sicológico pueden dejar a los niños afectados por
esta pérdida. Este dolor puede persistir aun siendo adultos. Dios puede ocupar
ese lugar en nuestras vidas, llenar ese vacío y sanar esa herida. Él puede
dirigirnos hacia adultos que pueden ser para nosotros padres o madres. El amor
de Dios basta para todo.
Donde
estuviere el creyente, puede hallar el camino al trono de gracia por la
oración. Dios nos llama por su Espíritu, por su palabra, por su adoración y por
providencias especiales, misericordiosas que nos afligen. Cuando estamos
neciamente coqueteando con las vanidades mentirosas, Dios está, por amor a
nosotros, llamándonos a buscar nuestras misericordias en Él. La llamada es
general. “Buscad mi rostro”, pero
debemos aplicarlo a nosotros mismos, “tu
rostro buscaré”. La palabra no sirve cuando no aceptamos la exhortación:
el corazón bondadoso responde rápidamente a la llamada del Dios bondadoso,
siendo voluntario en el día de su poder.
El
salmista requiere el favor del Señor; la continuación de su presencia con él;
el beneficio de la dirección divina y el beneficio de la protección divina. El
tiempo de Dios para ayudar a los que confían en Él llega cuando toda otra ayuda
falla. Él es un Amigo más seguro y mejor de lo que son o pueden ser los padres
terrenales. ¿Cuál era la creencia que sustentaba al salmista? Que vería la
bondad del Señor. Nada hay como la esperanza de fe en la vida eterna, los
vistazos anticipados de esa gloria y el sabor previo de sus placeres para
impedir que desfallezcamos mientras estamos sometidos a todas las calamidades.
Mientras tanto él debe ser fortalecido para soportar el peso de sus cargas.
Miremos al Salvador sufriente y oremos en fe que no seamos entregados a las
manos de nuestros enemigos. Animémonos unos a otros a esperar en el Señor con
paciente esperanza y oración ferviente.
¡Maranata!¡Ven
pronto mi Señor Jesús!
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