Lucas
18; 14
Os
digo que éste descendió a su casa justificado pero aquél no; porque todo el que
se ensalza será humillado, pero el que se humilla será ensalzado.
El publicano sí
recibió algo, el don más precioso de todos: la justificación.
En este versículo nos da una seria advertencia: este texto no debe ser
usado para enseñar que el pecador solamente tiene que orar humildemente a Dios
pidiendo misericordia y perdón; es decir, este publicano no es ejemplo para los
pecadores que nunca han obedecido al evangelio de Cristo. Él era judío, y desde
nacimiento, era hijo de Dios. Luc_19:9; otro publicano llamado Zaqueo era hijo de
Abraham (y por eso hijo de Dios). Por eso, él sólo tuvo que confesar su pecado
y pedir perdón. Así es con la persona que obedezca al evangelio y luego volver
a pecar. Recordemos el caso de Simón el mago (Hch_8:22).
El apóstol Pedro le dijo, “Arrepiéntete, pues, de esta tu maldad, y ruega a Dios,
si quizás te sea perdonado el pensamiento de tu corazón”, porque ya había sido
bautizado (Hch_8:13). El mismo Pedro dijo a los
judíos que no habían obedecido al evangelio que deberían arrepentirse y ser
bautizados para perdón de los pecados (Hch_2:38).
Todos
estamos inclinados por naturaleza á creernos justos. Falta es esta de que
adolecemos todos los hijos de Adán.
Desde
el más noble hasta el más humilde, todos nos creemos mejores de lo que en
realidad somos. En nuestro interior nos
halagamos con la idea de que no somos tan malos como otros, y que hay
algo en nosotros que nos hace dignos de las
bendiciones de Dios. "Muchos hombres pregonan cada cual el bien que
han hecho." Pro_20:6. Y olvidamos lo que
dicen las Escrituras: "Todos
ofendemos en muchas cosas." "No hay hombre justo sobre la tierra, que
haga bien, y nunca peque."
"¿Qué cosa es el hombre para que sea limpio, y que se justifique el
nacido de mujer?" Ecles. 7:10; Job_15:14.
El
mejor remedio que el hombre puede emplear contra este pecado es el conocimiento
de sí mismo. Si el Espíritu ilumina
nuestro entendimiento y nos hace ver tales como somos, es bien seguro
que dejaremos de hacer alarde de nuestra bondad.
Si examinamos
nuestro corazón y estudiamos la ley de Dios, no volveremos jamás á jactarnos,
mas antes bien, exclamaremos como el
leproso: "¡Inmundo!, ¡Inmundo!" Lev_13:45.
Eclesiastés
5; 2
No
te des prisa en hablar, ni se apresure tu corazón a proferir palabra delante de
Dios. Porque Dios está en el cielo y tú en la tierra; por tanto sean pocas tus
palabras.
Cuando entramos
en la presencia de Dios, debemos acceder con una actitud correcta para poder estar
abiertos y listos para escucharle, no para dictarle lo que pensamos que El debe
hacer. Ve al culto de Dios y dedica tiempo a fin de prepararte para Él. Evita
que tus pensamientos divaguen y deambulen; guarda tus afectos para que no
corran hacia objetos indebidos. Debemos evitar las repeticiones vanas; aquí no
se condenan las oraciones copiosas, sino las que no tienen sentido. ¡Cuán a menudo
nuestros pensamientos errabundos prestan atención a las ordenanzas divinas
apenas mejor que el sacrificio de los necios! Las muchas palabras, y las
presurosas, usadas en la oración, demuestran la necedad del corazón, los bajos
pensamientos sobre Dios y los pensamientos desconsiderados de nuestras propias
almas.
El
apresuramiento en la oración no alcanza a ver la magnitud de la diferencia
entre Dios y los seres humanos. Cielo es el lugar de la gloria de Dios;
el adorador debe recordar que él no se allega a Dios como un igual.
Por
tanto debes acercarte a él con palabras cuidadosamente escogidas, tú, débil
criatura de la tierra.
El silencio es
la actitud reverente ante Dios (Hab_2:20).
Cuando ora, el necio trata de remediar la deficiencia de la calidad aumentando
las palabras (Mt 6:7)
¡Maranata!¡Ven
pronto mi Señor Jesús!
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