Mateo 12; 33
O haced bueno el
árbol y bueno su fruto, o haced malo el árbol y malo su fruto; porque por el
fruto se conoce el árbol. (Biblia de las Américas)
Una persona puede perder la capacidad de reconocer la bondad y la
verdad cuando las vea. Si mantiene
cerrados los ojos y los oídos a las cosas de Dios; si no hace más que volverle
la espalda a los mensajes que Dios le envía; si no ocupa la mente nada más que en
sus propias ideas, negándoles la entrada a las que Dios quiere sugerirle... al
final acabará por no poder reconocer la verdad y la belleza y la bondad de Dios
cuando las vea. Llegará a un estado en que su propio mal le parecerá el bien, y
el bien de Dios le parecerá el mal.
Este era el
estado en que se encontraban aquellos escribas y fariseos. Habían permanecido
ciegos y sordos tanto tiempo a la dirección y a las sugerencias del Espíritu de
Dios, y se habían empecinado tanto y tanto tiempo en su propio camino que
habían acabado por no reconocer la verdad y la bondad de Dios cuando las veían.
Podían estar viendo la bondad de Dios en Persona, y llamarla la personificación
del mal; podían estar viendo al Hijo de Dios, y llamarle aliado de Satanás. El
pecado contra el Espíritu Santo consiste en rechazar la voluntad de Dios tan
insistentemente que se acaba por no reconocerla cuando se nos despliega a la
luz del día.
¿Por qué ha de
ser imperdonable ese pecado?
¿Qué lo distingue tan terriblemente de otros pecados? La respuesta es sencilla.
Cuando se llega a ese estado, el
arrepentimiento es imposible. Si una persona no puede reconocer la
bondad cuando la ve, no la puede desear. Si no se reconoce el mal como mal, no
se puede lamentar ni desear evitarlo. Y si no se puede, aunque sea con
fracasos, amar el bien y aborrecer el mal, entonces uno no se puede arrepentir;
y si no se puede arrepentir, no se le puede perdonar, porque el arrepentimiento
es la única condición del perdón. Ahorraría muchas angustias el que la gente se
diera cuenta de que una persona que no puede haber cometido el pecado contra el
Espíritu Santo es la que tiene temor de haberlo cometido, porque el pecado
contra el Espíritu Santo se puede describir como la pérdida de todo sentido del
pecado.
A ese estado era
al que habían llegado aquellos escribas y fariseos. Habían pasado tanto tiempo
haciéndose los sordos y ciegos a Dios que habían perdido la facultad de
reconocerle cuando se encontraban cara a cara con Él. No es que Dios los
hubiera desterrado de los límites del perdón, sino que ellos mismos se habían
excluido. Años de resistencia a Dios los habían vuelto así.
Aquí hay una
advertencia terrible. Debemos tener en cuenta a Dios todos nuestros días para
que no se nos atrofie la sensibilidad, ni ensordezca el oído espiritual. Es ley
de vida que no oiremos nada más que lo que queramos oír, o nos hayamos
capacitado para oír.
Se cuenta de un
campesino que estaba en la oficina de un amigo, en medio de todo el ruido del
tráfico y el tráfago de la ciudad, y le dijo de pronto: « ¡Escucha!»
"¿Qué?» le preguntó el amigo de la ciudad. "¡Un grillo!», le contestó
el campesino. Tenía los oídos habituados a los sonidos del campo que no podían
percibir los de la ciudad. Por otra parte, el tintineo de una moneda al caer a
la acera habría hecho que muchos pares de ajos localizaran el punto, y habría
pasado inadvertido para el campesino, que tal vez no lo habría oído nunca
antes. Sólo el experto, el que se ha habituado a oírlo, puede reconocer el
canto característico de cada ave en el
concierto del bosque. Sólo el experto que ha entrenado el oído distingue los
sonidos de los diferentes instrumentos de la orquesta hasta el punto de poder
localizar el fallo de una nota solitaria que ha salido de los segundos
violines.
Es ley de vida
que oímos lo que nos hemos entrenado a oír; Día a día debemos escuchar a Dios,
para que día a día se nos haga Su voz, no cada vez más tenue, hasta que
lleguemos a no poder percibirla, sino cada vez más clara, de forma que sea el
sonido al que tengamos los oídos más sintonizados.
Así que Jesús
acaba con el desafío: «Si he hecho una buena obra, debéis reconocer que soy un
hombre bueno; si he hecho una mala obra, entonces podéis pensar que soy malo.
No podéis saber cómo es un árbol nada más que por la calidad de sus frutos, ni
el carácter de una persona si no es por sus obras.» Pero, ¿y si uno se ha
vuelto tan ciego para Dios que no puede reconocer la bondad cuando la ve?
Efesios 4; 1
Una
teología, por buena y correcta que sea, no tiene sentido si no hay una
aplicación lógica en la vida del creyente o si no se pone en práctica. Pablo ha
manifestado el ideal de la iglesia como la expresión máxima de la gloria de
Dios en la tierra al través de la historia subsecuente. Ahora, habla de la vida
y el comportamiento de la iglesia.
Hay
que recordar que cuando el Apóstol escribió esta carta no la dividió con
capítulos y versículos. La escribió tal como escribimos una carta en nuestro
día, pasando de un pensamiento a otro en forma lógica y progresiva.
La
continuidad del pensamiento del escritor y la conexión que existe entre los
párrafos se señalan con el uso de frases como por eso, por tanto, por lo demás u otra expresión que sirve como
conjunción. Por esta razón, hay que entender cualquier porción como parte del
todo y a la luz de lo que se dice antes y después, y del sentido general de
toda la epístola.
Con esto dicho pasemos ahora a considerar la
sección de virtudes prácticas. Consideraremos dos características de la
iglesia: su unidad corporal y espiritual, sus capacidades y su propósito, y la
conducta moral de la iglesia como nuevo hombre en Cristo.
Si
bien en la primera parte de la epístola Pablo trata del propósito eterno de
Dios de reunir en Cristo todas las cosas, el autor procede ahora a hacer un
llamado a la fidelidad de parte de los creyentes. Esta fidelidad será expresada
por medio de una conducta digna como respuesta a la vocación cristiana. La
fidelidad de los miembros de la iglesia es esencial para que haya unidad en el
cuerpo.
Otra
vez se identifica con el título prisionero
en el Señor. Emplea la misma palabra que usó en 3:1, con la diferencia
que aquí es prisionero en el Señor
y en aquel es prisionero de Cristo
Jesús. Pablo usa esta expresión
“a fin de dar a entender que tiene derecho a ese título doloroso en un sentido
especial, que él es por excelencia ‘el prisionero en el Señor’”. De esta manera
el Apóstol llama la atención a su condición para inspirar a sus lectores. Tanto
la situación física como la actitud mental y espiritual de Pablo bajo las
condiciones en que se hallaba le daban un nuevo grado de autoridad para
exhortar a sus hermanos. En verdad él fue un prisionero en el servicio del
Señor. Su ministerio consagrado trasciende las cadenas que le amarran.
Habiendo
establecido así su autoridad, el autor procede a exhortar a sus lectores: Os exhorto a que andéis como es digno del llamamiento
con que fuisteis llamados Este
uso repetido al estilo paulino establece el hecho de la vocación cristiana, que
es la respuesta humana al llamamiento divino. El llamado cristiano es una
vocación sagrada que compete a cada creyente todos los días. Corresponde a la
respuesta individual al llamado de Jesús en Luc_9:23:
Si alguno quiere venir en pos de mí,
niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame.
La
idea de exhortar es la misma de suplicar, rogar o llamar. Pablo exhorta a los
cristianos de Asia con respecto a su conducta cristiana. No tiene ningún
sentido negativo de acusar o regañar como algunos equivocadamente piensan
cuando usan las palabras exhortar o exhortación. Por lo que dice a continuación
la exhortación de Pablo tiene que ver con la conducta cristiana en respuesta a
la vocación divina. El implora a los creyentes a que andéis como es digno del llamamiento. Como
vimos antes, tiene que ver con el estilo de vida del cristiano, cómo vive éste
y qué hace. Este estilo de vida debe alcanzar la medida elevada del llamamiento
a que responde. No sólo tiene que ver con ¿quiénes son los llamados?, tiene que
ver también con ¿quién ha llamado? Aquí está en juego no sólo el creyente, sino
aquel de quien los cristianos toman su nombre, Cristo. La conducta cristiana
debe alcanzar la altura de la persona que nos ha amado, escogido, redimido y
unido, Dios mismo.
Además,
esta conducta y el llamamiento a que responde tienen que ver con la iglesia.
Los llamados son los miembros de la iglesia y el que hizo el llamamiento es
Cristo, la cabeza de la iglesia. No sólo es la conducta del creyente individual
y por separado, sino es la conducta de cada creyente como parte integral del
cuerpo que ya describió. El andar cristiano en el mundo es el único testimonio
que éste puede ver de la iglesia en su medio. La conducta cristiana, por buena
o mala que sea, es lo que el mundo ve de la iglesia. Pablo exhorta a los
creyentes de Éfeso y de Asia a que su comportamiento cristiano esté a la altura
de la vocación cristiana que profesan.
¡Maranata!¡Ven
pronto mi Señor Jesús!
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