1 Juan 2; 1
Hijitos míos, os escribo estas cosas para que no pequéis. Y si
alguno peca, Abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo.
Expresa Juan que su
propósito al escribirles es que no pequen. Pero en caso de pecar, el cristiano
tiene a Jesucristo por abogado. Él es la propiciación por el pecado. Debe el
cristiano, pues, evitar el pecado, andando en obediencia a la verdad, según anduvo
Jesucristo. La idea es ésta: Si pasa que, en realidad uno comete un pecado,
entonces puede pedir perdón a Dios por el abogado que tenemos en Cristo Jesús.
No se halla en el hombre la perfección
absoluta, pero eso no estorba para que no se arrepienta cuando peca y confiesa
a Dios su pecado por Jesucristo. El no ser absolutamente perfectos -- como Dios
lo es -- no nos justifica en pensar ligeramente acerca del pecado, y por eso
entregarnos a él, ni porque la sangre de Cristo limpia o perdona, podemos vivir
en el pecado. El perdón de Dios es condicional. Tenemos que abandonar el
pecado, pero si pecamos, no hemos de desesperarnos, entregándonos a una vida de
pecado, sino arrepentidos confesar el pecado cometido, porque tenemos un
abogado en Jesucristo, quien intercede por nosotros ante el Padre. Lejos de
justificarnos en pecar solamente porque no somos absolutamente perfectos y
porque hay perdón, debemos “andar como él anduvo”.
Juan dice dos cosas acerca del pecado.
La primera, acaba de decir que el pecado es universal; cualquiera que diga que
no ha cometido ningún pecado, es un mentiroso. Segunda, que hay perdón para los
pecados en lo que Jesucristo ha hecho y sigue haciendo por los hombres. Ahora
bien, sería posible usar estas dos afirmaciones como una excusa para pensar en
el pecado con ligereza. Si todos hemos pecado, ¿por qué armar tanto jaleó
acerca de ello, y de qué sirve luchar contra algo que es en cualquier caso una
parte inevitable de la condición humana? Además, si hay perdón de pecados,
¿para qué preocuparse?
A la vista de esto Juan, tiene dos cosas
que decir:
Primera, el cristiano es el que ha
llegado a conocer a Dios; y el compañero inseparable del conocimiento debe ser la obediencia; conocer a Dios y
obedecer a Dios deben ser, como Juan deja bien claro, partes gemelas de la
misma experiencia.
Segunda, el que pretenda permanecer en
Dios y en Jesucristo, debe vivir la misma clase de vida que Jesús vivió; es
decir: la unión con Cristo conlleva necesariamente la imitación de Cristo.
Así es que Juan establece sus dos
grandes principios éticos: el conocimiento conlleva, al amor, éste a la
obediencia, y la unión conlleva la imitación. Por tanto, en la vida cristiana
nunca puede haber nada que nos induzca a pensar en el pecado con ligereza.
2 Corintios 6; 2
pues El (Dios) dice: EN EL TIEMPO
PROPICIO TE ESCUCHE, Y EN EL DIA DE SALVACION TE SOCORRI. He aquí, ahora es EL
TIEMPO PROPICIO; he aquí, ahora es EL DIA DE SALVACION.
Dios lo dice, o las
Escrituras lo dicen. A toda hora Dios está dispuesto a salvar, como en el
tiempo de Isaías (49:8), así ahora en el tiempo
de Pablo. Se les exhorta a los corintios a aceptar este tiempo que Dios les
había dado para andar en su gracia, y no recibirla en vano. No tendrían un
tiempo más aceptable, más favorable, más propicio, en que hacerlo.
En la época entre el día de Pentecostés
(Hch_2:1-47) y la segunda venida de Cristo (Heb_9:28) está el tiempo de salvación para el hombre.
Pero cada individuo y generación tiene su tiempo de "ahora".
Seguramente pasa este tiempo con la muerte de la persona (Luc_12:13-21; Luc_16:23-31), pero puede pasar aun
antes, si deja pasar la oportunidad que Dios le da. Nadie sabe cuándo el Señor
volverá (Mat_25:1-13), ni cuándo terminará la
paciencia de Dios (2Pe_3:15) con alguno. Debemos
regocijarnos en nuestro "ahora" y no despreciarlo.
¡Maranata!¡Ven
pronto mi Señor Jesús!
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