Romanos 8; 17
y si
hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si en
verdad padecemos con El a fin
de que también seamos glorificados con El
.
Pablo toma la
adopción para ilustrar la nueva relación del creyente con Dios. En la cultura
romana, la persona adoptada perdía todos sus derechos en su familia anterior y
ganaba los derechos de un hijo legítimo en su nueva familia. Se convertía en
heredero de las posesiones de su nuevo padre. Asimismo, cuando uno acepta a
Cristo, gana todos los privilegios y responsabilidades de un hijo en la familia
de Dios. Uno de estos privilegios notables es recibir la dirección del Espíritu
Santo (Gal_4:5-6). Quizás no sintamos siempre
que pertenecemos a Dios, pero el Espíritu Santo es nuestro testigo. Su
presencia en nosotros nos recuerda quiénes somos, y nos anima con su amor
divino (Gal_5:5).
Ya no somos esclavos temerosos y viles. Ahora
somos hijos del Amo. ¡Qué privilegio! Debido a que somos hijos de Dios,
disfrutamos de grandes riquezas como coherederos. Dios ya nos ha dado sus
mejores regalos: su Hijo, perdón, vida eterna; y nos anima a pedirle todo lo
que necesitemos.
Identificarse uno con Jesús tiene un precio.
Junto con las grandes riquezas que menciona, Pablo habla de los sufrimientos
que los cristianos enfrentarán. ¿Qué clase de sufrimientos serán? Para los
creyentes del primer siglo hubo consecuencias sociales y económicas, y muchos
enfrentaron persecución y muerte. Nosotros también debemos pagar un precio por
seguir a Jesús. En muchos lugares del mundo actual, los cristianos enfrentan
presiones tan severas como las de los primeros seguidores de Cristo. Aun en
países donde el cristianismo se tolera o alienta, los cristianos no deben bajar
la guardia. Vivir como Cristo lo hizo (servir a otros, ceder sus derechos,
resistir las presiones para conformarse al mundo) siempre exige un precio. Nada
que suframos, sin embargo, podrá compararse al gran precio que Jesús pagó por
nosotros para salvarnos.
Efesios 3; 8
A mí, que soy menos que el más pequeño de todos los santos, se
me concedió esta gracia: anunciar a los gentiles las inescrutables riquezas de
Cristo,
Pablo se veía
como un hombre al que se le había concedido un doble privilegio. Se le había
concedido el privilegio de descubrir el secreto de que era la voluntad de Dios
el que toda la humanidad estuviera reunida en Su amor. Y se le había concedido
el privilegio de darle a conocer este secreto a la Iglesia, y de ser el
instrumento para que la gracia de Dios llegara a los gentiles. Pero esa
conciencia de privilegio no le hacía a Pablo orgulloso; le hacía intensamente
humilde. Él se maravillaba que este gran privilegio se le hubiera concedido a
él, que, según él veía las cosas, era menos que el menor de todo el pueblo de
Dios.
Si alguna vez se
nos concede el privilegio de predicar o de enseñar el mensaje del amor de Dios
o de hacer algo por Jesucristo, debemos recordar siempre que la grandeza no
depende de nosotros, sino de nuestra tarea y mensaje.
Lo
trágico es que haya quienes se preocupen más de su propio prestigio que del
prestigio de Jesucristo, y que tengan más interés en que se fije la gente en
ellos que en que los demás conozcan a Jesucristo.
Colosenses
3; 16
Que la palabra de Cristo habite en abundancia en vosotros, con
toda sabiduría enseñándoos y amonestándoos unos a otros con salmos, himnos y
canciones espirituales, cantando a Dios con acción de gracias en vuestros
corazones.
Pablo añade una más a las virtudes y las
gracias: la que él llama el vínculo
perfecto del amor. El amor es el poder que vincula y mantiene unido todo
el Cuerpo de Cristo. La tendencia de cualquier cuerpo de personas es a
disgregarse más tarde o más temprano. El amor es el único vínculo que puede
mantenerlas en una comunión inquebrantable.
Y entonces Pablo usa una alegoría
preciosa: «Que la paz de Dios sea la que lo decida todo en vuestros corazones.»
Lo que quiere decir literalmente: «Que la paz de Dios sea el árbitro en vuestro
corazón.» Usa un verbo que viene del campo de los deportes; es la palabra que
se refiere al árbitro que decide las cosas discutibles. Si la paz de Cristo es
el árbitro en nuestro corazón, entonces, cuando los sentimientos estén en
conflicto y nos sintamos impulsados en dos sentidos opuestos, la decisión de
Cristo nos mantendrá en el camino del amor, y la Iglesia se mantendrá como el
Cuerpo que está destinada a ser. El camino del recto proceder es nombrar a
Jesucristo árbitro entre las emociones conflictivas de nuestro corazón; y si
aceptamos Sus decisiones, no erraremos.
Es interesante saber que la Iglesia ha
sido desde el principio una Iglesia cantadora. Lo heredó de los judíos, que
Filón nos dice que pasaban a menudo toda la noche cantando himnos y Salmos. Una
de las primeras descripciones que tenemos de la Iglesia es la de Plinio, el
gobernador romano de Bitima, que le mandó un informe de las actividades de los
cristianos al emperador Trajano en el que le decía: «Se reúnen al alba para
cantarle un himno a Cristo como Dios.» La gratitud de la Iglesia Cristiana
siempre se ha elevado a Dios Padre en alabanza y cánticos.
Por último Pablo da el gran principio
para la vida de que todo lo que hagamos o digamos ha de ser en el nombre de
Jesús. Una de las mejores pruebas de una acción es: ¿Podemos hacerla invocando
el nombre de Jesús? ¿Podemos hacerla pidiendo Su ayuda? Y una de las mejores
pruebas de una palabra es: ¿Podemos decirla nombrando juntamente a Jesús?
¿Podemos decirla teniendo presente que Él la escucha? Si una persona somete
todas sus palabras y acciones a la prueba de la presencia de Cristo, no errará jamás.
¡Maranata!¡Ven pronto mi Señor Jesús!
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