Salmo 139; 1-4
Para el director del coro. Salmo de David.
Oh SEÑOR, tú me has escudriñado y conocido.
Tú conoces mi sentarme
y mi levantarme; desde lejos comprendes mis pensamientos.
Tú
escudriñas mi senda y mi descanso, y conoces bien todos mis caminos.
Aun antes de que haya palabra en mi boca, he
aquí, oh SEÑOR, tú ya la sabes
toda.
Dios no es como
un receptor impersonal de la tecnología moderna que capta todo pero sin discernir
entre estados de ánimo, motivos, etc. Dios conoce todo, pero puede discernir
nuestras necesidades más íntimas. Dios conoce todos mis proyectos, mis sueños,
mis deseos, mis propósitos. Él sabe si mi
acostarme es pereza o el descanso necesario.
Dios tiene un
conocimiento perfecto de nosotros, y todos nuestros pensamientos y acciones
están abiertos ante Él. Más provechoso es meditar en las verdades divinas
aplicándolas a nuestros propios casos, con el corazón elevado a Dios en
oración, que con un enfoque mental de curiosidad o de debate. Que Dios sabe
todas las cosas, es omnisciente y que esté por doquier, es omnipresente, ambas
son verdades reconocidas por todos, pero rara vez creídas correctamente por la
humanidad. Dios lleva la cuenta estricta de cada paso que damos, de cada paso
bueno y cada paso malo. Él sabe por qué regla andamos, hacia cuál finalidad nos
encaminamos, con qué compañía andamos. Cuando soy separado de toda compañía, tú
sabes lo que tengo en mi corazón. No hay palabra vana, ni palabra buena en mí
sin que sepas qué origen tuvo en mis pensamientos, y con qué intención fue
dicha. Dondequiera estemos, estamos bajo el ojo y la mano de Dios. No podemos
descubrir cómo Dios nos escudriña; no conocemos cómo somos conocidos. Tales
pensamientos debieran evitarnos el pecar.
Nuestra mente no
alcanza, no comprendemos cómo Dios puede saber todos estos detalles de nuestra
vida. Y conoce los mismos detalles acerca de miles y millones de otras personas
a la vez. La fe verdadera reconoce la grandeza de Dios, aunque la mente no la
puede alcanzar. Para el salmista que ama a Dios, todo esto no es negativo;
implica dos lecciones grandes:
1) la
responsabilidad, pues hemos de ser francos con Dios y dejar que nos examine
a fondo
2) la seguridad, porque Dios conoce
nuestras dificultades y peligros y nos ama, sabemos que nos cuida: Sobre mí pones tu mano.
¡Maranata!¡Ven pronto
mi Señor Jesús!
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