Eclesiastés 2; 22-23
Pues,
¿qué recibe el hombre de todo su trabajo y del esfuerzo de su corazón con que
se afana bajo el sol?
Porque
durante todos sus días su tarea es dolorosa y penosa; ni aun de noche descansa
su corazón. También esto es vanidad.
El final de las
reflexiones del Predicador es hasta aquí un abismo de desesperación. A pesar de
la sabiduría (habilidad práctica), el conocimiento (información)
y talento (el éxito que viene de sabiduría y conocimiento), nada hay que
pueda evitar la muerte o garantizar permanencia. Solamente el evangelio da una
respuesta: “vuestro arduo trabajo en el Señor no es en vano” (1 Cor. 15:58). ¿Qué logran el duro trabajo
(trabajo, empeños) y el conflicto de corazón (lucha
emocional-intelectual)? La respuesta: Dolores y frustración pueden referirse a
lo mental o a lo físico. Ambos aspectos deben estar en vista porque de noche se
refiere al insomnio que puede venir con la frustración.
El único fruto
que él tiene no sólo son los dolores en sus días, sino que todos sus
días son dolores, y su trabajo, (no sólo tiene dolores envueltos en él, sino
que él mismo es) dolor, o tristeza.
Salomón continuó
mostrando que el trabajo no produce fruto duradero para los que trabajan
exclusivamente para ganar dinero y obtener posesiones. No sólo se quedará todo
atrás cuando muramos, sino que puede quedar para personas que no han hecho nada
para ganarlo. Además, puede que no lo cuiden, y todo lo que se ganó puede
perderse (el hijo de Salomón que heredó el trono, fue a menudo necio; 1 Reyes 12). El trabajo arduo realizado con motivos
correctos (suplir las necesidades de la familia, servir a Dios) no es malo.
Debemos trabajar para sobrevivir, y más importante aún, somos responsables del
bienestar físico y espiritual de las personas que tenemos bajo nuestro cuidado.
Sin embargo, el fruto del trabajo arduo hecho para glorificarse uno mismo lo
pueden heredar personas que quizá más tarde lo pierdan o lo arruinen todo. Tal
afán a menudo lleva al sufrimiento, mientras que servir a Dios nos lleva a un
gozo eterno.
¿Conoces la verdadera razón por la que trabajas tanto?
Efesios 3; 8
A mí, que
soy menos que el más pequeño de todos los santos, se me concedió esta gracia:
anunciar a los gentiles las inescrutables riquezas de Cristo
Pablo siempre se
sentía profundamente indigno de ser apóstol de Cristo. Nunca se le olvidó la
gran misericordia de Dios al perdonarle haber sido "blasfemo, perseguidor
e injuriador" (1Ti_1:13). No solamente le
perdonó, sino también le hizo ministro y apóstol de Cristo. En 1Co_15:8-9, dice, "y al último de todos, como a
un abortivo, me apareció a mí. Porque yo soy el más pequeño de los apóstoles,
que no soy digno de ser llamado apóstol, porque perseguí a la iglesia de
Dios". La palabra "abortivo" se refiere, como indica el
siguiente versículo, al concepto tan humilde que Pablo tenía de sí mismo. Se
usó esta expresión para indicar inferioridad, porque generalmente el niño
abortivo (prematuro) era más pequeño y más débil.
Pablo se veía como un hombre al que se
le había concedido un doble privilegio. Se le había concedido el privilegio de
descubrir el secreto de que era la voluntad de Dios el que toda la humanidad
estuviera reunida en Su amor. Y se le había concedido el privilegio de darle a
conocer este secreto a la Iglesia, y de ser el instrumento para que la gracia
de Dios llegara a los gentiles. Pero esa conciencia de privilegio no le hacía a
Pablo orgulloso; le hacía intensamente humilde. Él se maravillaba que este gran
privilegio se le hubiera concedido a él, que, según él veía las cosas, era
menos que el menor de todo el pueblo de Dios.
Si alguna vez se nos concede el
privilegio de predicar o de enseñar el mensaje del amor de Dios o de hacer algo
por Jesucristo, debemos recordar siempre que la grandeza no depende de
nosotros, sino de nuestra tarea y mensaje.
Lo trágico es que haya quienes se preocupen más de su propio prestigio
que del prestigio de Jesucristo, y que tengan más interés en que se fije la
gente en ellos que en que los demás conozcan a Jesucristo.
¡Maranata!¡Ven pronto
mi Señor Jesús!
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