} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: RAZONES PARA VIVIR COMO DIOS MANDA

lunes, 7 de mayo de 2018

RAZONES PARA VIVIR COMO DIOS MANDA




1 Pedro 2; 11 - 12

Amados, os ruego como a extranjeros y peregrinos, que os abstengáis de las pasiones carnales que combaten contra el alma.
   Mantened entre los gentiles una conducta irreprochable, a fin de que en aquello que os calumnian como malhechores, ellos, por razón de vuestras buenas obras, al considerarlas, glorifiquen a Dios en el día de la visitación.

Pedro nos dirige su exhortación como a gente de paso, a transeúntes, a peregrinos, porque estamos en este mundo solamente de paso, rumbo al cielo donde tenemos nuestra ciudadanía (Flp_3:20).  
El mandamiento clave de este pasaje es que el cristiano debe abstenerse de los deseos carnales. Es de la mayor importancia el que veamos lo que Pedro quiere decir con esto. Las frases pecados de la carne y deseos carnales se han ido reduciendo en significado a pecado sexual; pero en el Nuevo Testamento son mucho más generales que eso. La lista de los pecados de la carne que da Pablo en Gal_5:19-21 incluyen " inmoralidad, impureza, promiscuidad, idolatría, brujería, enemistad, peleas, celos, rabia, orgullo, disensión, sectarismo, envidia, borrachera, orgías, y cosas semejantes.» Hay mucho más que pecados corporales aquí.

En el Nuevo Testamento, la carne representa mucho más que la naturaleza física del hombre; incluye también la naturaleza humana aparte de Dios; quiere decir la naturaleza humana sin redimir; la vida que se vive aparte de los niveles, la ayuda, la gracia y la influencia de Cristo. Los deseos carnales y los pecados de la carne, por tanto, incluyen no solamente los pecados más groseros, sino todo lo que es característico de la naturaleza humana caída. De estos pecados y deseos se debe abstener el cristiano. Como Pedro lo ve, hay dos razones para esta abstinencia:

(i) El cristiano debe abstenerse de estos pecados porque es un extranjero y un peregrino. Las palabras originales son pároikos y parapidémos. Son muy corrientes en griego, y describen a alguien que reside sólo temporalmente en un lugar, y cuyo hogar está en otra parte. Suelen describir a los patriarcas en sus peregrinaciones, y especialmente a Abraham, que salió no sabiendo adónde iba, y que lo que buscaba era la ciudad cuyo arquitecto y constructor es Dios (Heb_11:9; Heb_11:13). Solían usarse para describir a los israelitas cuando eran esclavos y extranjeros en Egipto antes de entrar en la Tierra Prometida (Hec_7:6).

Estas palabras contienen dos grandes verdades sobre el cristiano:
 (a) Hay un sentido real en el que se es un extranjero en el mundo; y por esta causa no puede aceptar las leyes y las maneras y las categorías del mundo. Otros puede que las acepten; pero el cristiano es súbdito del Reino de Dios, y es por las leyes de ese Reino por las que debe dirigir su vida. Debe asumir toda su parte de la responsabilidad por vivir en la Tierra; pero su ciudadanía está en el Cielo, y las leyes del Cielo son supremas para él.
(b) El cristiano no es un residente fijo de la Tierra. Está de camino hacia un país que está más allá. Por tanto no debe hacer nada que le impida alcanzar su meta final. Nunca debe involucrarse en el mundo hasta tal punto que no pueda escaparse de sus garras; nunca debe ensuciarse hasta tal punto que se descalifique para entrar a la presencia del Dios Santo a Quien se dirige.

(ii) Pero había para Pedro otra razón todavía más práctica para que el cristiano se abstuviera de los deseos carnales. La Iglesia original se encontraba bajo fuego enemigo. Constantemente le estaban lanzando acusaciones calumniosas; y la única manera verdaderamente efectiva de refutarlas era vivir vidas tan encantadoras que hicieran absurdas las acusaciones.
La antigua versión Reina-Valera usaba aquí una palabra confusa para los oídos modernos. Decía: " Teniendo vuestra conversación honesta entre los gentiles.» Parece que quiere decir que el cristiano siempre tiene que decir la verdad; pero la palabra que se traducía por conversación es anastrofé, que quiere decir toda la conducta de una persona, y no simplemente su manera de hablar. Eso era, de hecho, lo que quería decir la palabra conversación en los siglos XVI y XVII, y la palabra que se traducía por honesta es kalós. En griego hay dos palabras para bueno. Una es agathós, que quiere decir simplemente bueno de cualidad; y la otra, kalós, que quiere decir no solamente bueno, sino también amable -agradable, atractivo, simpático. Eso es lo que honestus quería decir en latín. Lo que Pedro está diciendo es que el cristiano debe procurar que toda su manera de vivir sea tan amable y tan buena que dé el mentís a las calumnias de sus enemigos paganos.

Aquí tenemos una verdad intemporal. Nos guste o no, todos los cristianos somos un anuncio del Evangelio; con nuestra vida hacemos que los demás lo aprecien o lo desprecien. La más poderosa fuerza misionera que hay en el mundo es la vida cristiana.

En los tiempos de la Iglesia original, esta demostración del encanto de la vida cristiana era absolutamente necesaria, por las calumnias que los paganos arrojaban deliberadamente contra la Iglesia Cristiana. Veamos cuáles eran algunas de estas calumnias:

(i) En un principio, el Cristianismo estaba íntimamente relacionado con el judaísmo. Racialmente, Jesús era judío; Pablo era judío; el judaísmo fue la cuna del Cristianismo, y naturalmente muchos de sus primeros conversos eran judíos. Durante un cierto tiempo, el Cristianismo se consideraba una secta del judaísmo. El antisemitismo no es nada reciente.  “Según Tácito, los judíos enseñaban a sus prosélitos por encima de todo a despreciar a sus dioses, a renunciar a su patria, a dejar de querer a sus padres, hijos, hermanos y hermanas. Según Juvenal, Moisés enseñó a los judíos que no indicaran a nadie un camino, ni guiaran a un viajero sediento a la fuente, a menos que fuera judío. Apión declara que, en el reinado de Antíoco Epifanes, los judíos engordaban todos los años a un griego y le ofrecían solemnemente en sacrificio un día determinado en cierto bosque, devoraban sus entrañas y juraban eterna hostilidad a los griegos.» Este tipo de cosas eran las que los paganos estaban convencidos de que eran verdad acerca de los judíos, e inevitablemente los cristianos heredaron ese odio.

(ii) Aparte de estas calumnias dirigidas originalmente a los judíos, había otras que se les dirigían particularmente a los mismos cristianos. Los acusaban de canibalismo. Esta acusación tuvo su origen en la perversión de las palabras de la última Cena: «Esto es Mi cuerpo,» y «Esta copa es el Nuevo Pacto en Mi sangre.» A los cristianos los acusaban de matar y comer a un niño en sus fiestas.

También los acusaban de inmoralidad y hasta de incesto. Esta acusación tenía su origen en el hecho de que ellos llamaban a. sus reuniones «ágapes», que quiere decir «fiestas del amor.» Los paganos pervertían ese nombre haciéndolo significar que las fiestas cristianas -eran orgías sensuales en las que se cometían obras nefandas.

A los cristianos los acusaban de estropear los negocios. Esa fue la acusación de los plateros de Éfeso (Hec_19:21-41).

Los acusaban de «inmiscuirse en relaciones familiares» porque, con frecuencia, de hecho, se dividían los hogares cuando algunos miembros de la familia se convertían y los otros no.

Los acusaban de hacer que los esclavos se volvieran contra sus amos, porque no cabe duda que el Cristianismo le daba un nuevo sentido de dignidad y aprecio a todas las personas.

Los acusaban de «aborrecer a la humanidad», porque no cabe duda que a veces los cristianos hablaban como si el mundo y la Iglesia fueran totalmente incompatibles.

Por encima de todo los acusaban de ser desleales al César, porque ningún cristiano daría culto a la divinidad del emperador, o quemaría la pizca de incienso declarando que César era señor; porque, para él, Jesucristo era el único Señor.

Tales eran las acusaciones que se dirigían contra los cristianos. Para Pedro no había más que una sola manera de refutarlas, y era viviendo de tal forma que la vida cristiana demostrara que estaban equivocados. Cuando le dijeron a Platón que cierto individuo había estado haciendo acusaciones calumniosas contra él, respondió: «Viviré de tal manera que nadie crea lo que ese ha dicho de mí.» Esa era también la solución de Pedro.

Jesús también había dicho, y sin duda Pedro tenía en mente Sus palabras: «Dejad que vuestra luz brille ante la gente de tal manera que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en el Cielo» (Mat_5:16). Esta era una manera de pensar que los judíos conocían muy bien.  

Lo sorprendente de la historia es que, de hecho, los cristianos derrotaron las calumnias de los paganos con sus vidas. En la primera parte del siglo III, Celso hizo el ataque más famoso y sistemático contra los cristianos, en el que los acusaba de ignorancia y estupidez y superstición y toda clase de cosas, pero nunca de inmoralidad. En la primera parte del siglo IV, Eusebio, el gran historiador de la Iglesia, podía escribir: «Pero el esplendor de la Iglesia universal y única verdadera, que es siempre la misma, creció en magnitud y poder, y reflejó su piedad y sencillez y libertad, y la modestia y pureza de su vida y filosofía inspiraban a todas las naciones, tanto de griegos como de bárbaros. Al mismo tiempo, las acusaciones calumniosas que se habían hecho contra toda la Iglesia también se desvanecieron, y no quedó más que nuestra enseñanza, que ha prevalecido en toda la línea, y que se reconoce que es superior a .todas en dignidad y templanza, y en doctrinas teológicas y filosóficas. De tal manera que ninguna de ellas se aventura ya a proferir ninguna baja calumnia contra nuestra fe, o ninguna de las falsas acusaciones que nuestros antiguos enemigos se deleitaban en proferir contra nosotros anteriormente» (Eusebio, Historia Eclesiástica 4. 7. IS).
Es verdad que no se habían terminado todavía los terrores de la persecución, porque los cristianos nunca admitirían que César era señor; pero la excelencia de sus vidas había silenciado las calumnias contra la Iglesia.

Aquí están nuestro desafío y nuestra inspiración. Es con el encanto de nuestra vida y conducta diaria como debemos  testificar del Evangelio a todos los que no lo creen.

Pedro afirma que va a haber un tiempo ("día") cuando Dios mirará, u observará, para cierto propósito, a cierta gente.
         Hay varias interpretaciones dadas al final de este versículo. Dios "visita" con castigo, Luc_19:44, (la destrucción de Jerusalén), como también con salvación (Sal_106:4). ¿Habla aquí Pedro de visitar a los cristianos, o a los gentiles inconversos?
         1. Algunos entienden que Pedro se refiere al Juicio Final, a la visitación de Dios a los hermanos para salvarles eternamente, y a los de las naciones para castigarles. Dice Flp_2:10-11 que forzosamente todo el mundo va a doblar la rodilla delante de Cristo y a confesarle. Le van a glorificar.
         2. Otros entienden que Dios visita (en su providencia) a los gentiles (a las naciones en general) para salvarles, usando del buen ejemplo de conducta diaria de los hermanos para traerles al arrepentimiento y a las subsecuentes bendiciones de Dios (Se cita Mat_5:16 como apoyo para esta interpretación). Ella concuerda con la enseñanza general de las Escrituras.
         3. Se concede que los judíos usaban la palabra "visitación" para indicar castigo (Isa_10:3; Jer_10:15, en lugar de "castigo", en otras versiones "visitación"; Luc_19:14). Si esta carta fue escrita antes de 70 d. de J.C., y parece que 4:7 ("el fin") se refiere a la destrucción de Jerusalén, entonces se saca la conclusión de que Pedro está diciendo que los gentiles, convertidos en cristianos a consecuencia del ejemplo de los hermanos, glorificarían a Dios en el tiempo de la destrucción de Jerusalén porque estarían ellos seguros. Esta interpretación deja algo de dudas.  
         De todos modos, el punto principal de Pedro es que la buena conducta de los cristianos de alguna manera produzca el efecto de que los murmuradores glorifiquen a Dios en un tiempo de visitación de parte de Dios. Esta verdad debe motivar al cristiano a soportar las malignidades del mundo al mantener un comportamiento diario que adorne al evangelio.

¡Maranata!


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