Lucas 12; 20-21
“Pero Dios le
dijo: Necio, esta noche vienen a pedirte tu alma; y lo que has provisto, ¿de
quién será? Así es el que hace para sí tesoro, y no es rico para con Dios”
Según
esto se puede concluir que ante los ojos de Dios todos los que imitan a este
hombre rico, viviendo solamente para los placeres y comodidades de esta vida,
son “necios”. El hombre de la historia de Jesús murió antes de que pudiera
empezar a usar lo almacenado en sus graneros. Planear para nuestra jubilación,
preparándonos para vivir antes
de morir, es sabio, pero pasar por alto la vida después de la muerte es desastroso. Si acumulamos tesoros solo
para nuestro enriquecimiento, sin preocuparnos en ayudar a los demás, iremos a
la eternidad con las manos vacías.
Los que no viven para el espíritu, sino solamente
para la carne son “necios”. Filipenses 3:19,
“cuyo dios es el vientre… que sólo piensan en lo terrenal”.
¡Esta noche! La muerte del hombre carnal es una
experiencia “de noche”, experiencia de “oscuridad” y triste, pero para los
fieles es una experiencia de día, llena de luz.
El dijo “mi alma”, pero el Señor tomó posesión de
ella para llevársela. Eclesiastés_12:7.
El dijo “mis bienes” pero los perdió todos. 1Timoteo_6:7.
Sin duda
el mundo decía que este hombre rico era hombre muy exitoso, sabio y prudente.
Imagínese las noticias en los diarios y en la televisión de la muerte de tales
hombres ahora. Pero Dios, dijo, “Necio”. El mundo no aborrece la avaricia, pero
Dios sí la aborrece.
Este
hombre rico fue llevado a un mundo donde no hay placer. Podemos comparar este
caso de otro rico semejante: Lucas_16:24, “Estoy
atormentado en esta llama”.
Si Jesús hubiera instruido a este hombre, sin
duda le habría dicho lo mismo que dijo al joven rico (Lucas_18:18-27).
¿Qué diremos, pues, de nuestras posesiones? ¿Nos hacen ricos para con Dios? ¿O
estamos simplemente acumulando cosas que tendremos que dejar aquí en la tierra
para ser quemadas? (2Pedro_3:10). Lucas_16:9, si
usamos los bienes correctamente, nos recibirán en las moradas eternas.
¿Por qué ahorramos dinero? ¿Para nuestros retiro?
¿Para adquirir automóviles o casas más costosas? ¿Por seguridad? Jesús nos
desafía a pensar más allá de las metas terrenales y usar lo que tenemos para el
Reino de Dios. Fe, servicio y obediencia son el camino para comenzar a ser
ricos en Dios.
Lucas 12; 33
“Vended lo que poseéis, y dad
limosna; haceos bolsas que no se envejezcan, tesoro en los cielos que no se
agote, donde ladrón no llega, ni polilla destruye.”
Lucas
enfatiza mucho la mayordomía y la generosidad. Pedro dice (Mateo_19:27) “He aquí, nosotros lo hemos dejado todo,
y te hemos seguido”. ¿Qué podrían vender? Jesús no está diciendo que
literalmente todo cristiano debe vender toda posesión y darla a
los pobres. Aun después de Hechos 4:34-37 vemos
que una hermana fiel tenía una casa (Hechos 12:12).
En esta casa oraban por Pedro. También leemos de varias iglesias que se reunían
en las casas de los hermanos (Romanos_16:5; Colosenses 4:15;
Filemón_1:2). Por eso, este texto debe entenderse a la luz de 1Corintios_16:1-2; 2Corintios 8:1-24; 2Corintios 9:1-15; Efesios_4:28
etc. Cristo no quería que los
discípulos quedaran totalmente destituidos de sus posesiones para luego ser una
carga para otros. La lección principal es que no seamos como el sembrador rico
de la parábola de Lucas_12:16-21 que guardaba
sus cosechas solamente para sí mismo.
Las
“bolsas que no se envejezcan” son el “tesoro en los cielos que no se agote”.
Este texto nos enseña a poner nuestra confianza en Dios, y no en cosas
terrenales (materiales). Jesús no condena la posesión sino el mal uso
de bienes materiales. El "corazón" del asunto es el corazón. Si
tenemos "limpio corazón", buscaremos tesoros celestiales.
Los
argumentos aquí usados son para animarnos a echar sobre Dios nuestra
preocupación, que es la manera correcta de obtener tranquilidad. Como en
nuestra estatura, así en nuestra condición es sabio aceptarla como es. Una
búsqueda angustiosa y ansiosa de las cosas de este mundo, aún de las
necesarias, no va con los discípulos de Cristo. Los temores no deben dominar
cuando nos asustamos con pensamientos de un mal venidero, y nos disponemos a
preocupaciones innecesarias sobre cómo evitarlo. Si valoramos la belleza de la
santidad, no codiciaremos los lujos de la vida. El dinero que se usa como fin
en sí mismo pronto nos atrapa y nos separa de Dios, así también de los necesitados.
La clave para usar el dinero con sabiduría es ver cuánto podemos emplear en los
propósitos de Dios y no cuánto podemos acumular para nosotros. ¿Llega el amor
de Dios hasta nuestra cartera? ¿Nos da nuestro dinero libertad para ayudar a
otros? Si es así, almacenamos tesoros en el cielo. Si nuestras metas
financieras y posesiones estorban nuestra generosidad, amor a otros o servicio
a Dios, vendamos lo que debamos para poner en orden nuestra vida, y no sea
estorbo en la fe que profesamos creer.
¡Maranatha!
¡Sí, ven Señor Jesús!
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