Salmo 19, 1-4
“Los cielos cuentan la gloria de
Dios,
Y el firmamento anuncia la obra de sus manos.
Un día emite palabra a otro día,
Y una noche a otra noche declara sabiduría.
No hay lenguaje, ni palabras,
Ni es oída su voz.
Por toda la tierra salió su voz,
Y hasta el extremo del mundo sus palabras.
En ellos puso tabernáculo para el sol”
Los
versículos de este Salmo constituyen un himno al Creador, cuya grandeza se
manifiesta en los misterios del cosmos. Todo es armonía y sucesión sincronizada en la
marcha de la creación, porque todo obedece a una inteligencia superior.
Los
cielos límpidos de Oriente son de una belleza incomparable; por eso, mejor que
en ninguna otra parte, se destacan las miríadas de luminarias que proclaman la
grandeza, la omnipotencia y la sabiduría de Dios, que las gobierna. El salmista
se extasía ante esta maravilla única de la creación, y declara que los cielos
entonan un himno mudo y silencioso al Creador, pero no por ello menos
elocuente. La gloria de Dios se refleja en esta obra grandiosa. Se
manifestó en la presencia luminosa que dirigió al pueblo israelita por el
desierto. Es la revelación de sí mismo.
El salmista considera aquí la gloria de Dios como la manifestación
radiante de su poder y sabiduría en la creación. La creación en el fondo es una revelación
de Dios. El firmamento, o
bóveda maciza celeste, según la concepción de los antiguos hebreos, era la
muestra palmaria de la magnificencia divina, al aparecer tachonada de estrellas
y astros luminosos.
Y este clamor mudo de la
creación no se interrumpe. El día y la
noche, lejos de anularse
mutuamente en la proclamación de la gloria de Dios, se completan, ya que se
suceden como dos centinelas de turno que se transmiten el mensaje o consigna: la gloria de Dios. A la luz del día se manifiestan los portentos del
reino natural y animal: los valles de verde esmeralda, las cumbres nevadas de
las montañas, las ocres mesetas de cereales, las rocas calcáreas, los mares;
todo es un despliegue deslumbrante de las posibilidades de Dios en la creación.
Así, pues, el día y la noche son como dos coros que
alternativamente proclaman la grandeza de Dios. Estas afirmaciones del salmista
tienen particular relieve en unos tiempos en que los pueblos gentiles, egipcios,
mesopotámicos, fenicios, adoraban los astros como seres divinos. En su
perspectiva son obras de Dios que
tienen una finalidad en orden al ser humano. El lenguaje mudo de los cielos y del firmamento no es perceptible por los sentidos, pero no por eso
es menos elocuente. Pablo dirá que el
Dios invisible puede ser rastreado a través de sus obras visibles. Toda
la tierra pregona la grandeza y
gloria de Dios.
En este salmo, la meditación de David lo llevó
paso a paso desde la creación, a través de la Palabra de Dios, a través de sus
propios pecados, hasta la salvación. Cuando Dios se revela por medio de la
naturaleza, aprendemos sobre su gloria y nuestra condición finita. Cuando Dios
se revela por medio de las Escrituras, aprendemos acerca de su santidad y de
nuestra pecaminosidad. Cuando Dios se revela por medio de las experiencias
diarias, aprendemos acerca de su perdón misericordioso y de nuestra salvación.
Todo pueblo puede oír en su propio idioma a los
predicadores que cuentan las obras maravillosas de Dios. Demos la gloria a Dios
por todo consuelo y provecho que tenemos por las luces del cielo, aun mirando
arriba y más allá de ellas hacia el Sol de justicia.
Salmo 107; 31
“Alaben
la misericordia de Jehová,
Y sus maravillas para con los hijos de los
hombres.”
Un cuarto ejemplo de la bondad de Dios es la intervención en
la salvación de los náufragos. La vida del mar es azarosa y siempre en peligro.
El salmista menciona a los que se van a lejanas tierras por razones
comerciales. Los fenicios eran los grandes mercaderes y marineros de la
antigüedad. En sus largos viajes eran testigos de las maravillosas
intervenciones de Dios en favor de los hijos de los seres humanos, pues cuando por orden suya se encrespan
las olas, azotadas por el huracán, y cuando la pericia de los marineros no puede hacer riada, está la
intervención divina respondiendo a sus angustiadas oraciones. Al punto el huracán se trueca en brisa, que hinche las velas y lleva
la nave al puerto ansiado Esto puede
recordarnos de los terrores y angustias de conciencia que muchos tienen y de
aquellas escenas hondas de problemas por las cuales pasan muchos en su carrera
cristiana. Sin embargo, respondiendo a sus clamores, el Señor vuelve su
tormenta en calma y hace que sus pruebas terminen en alegría.
Quienes no han sufrido de
verdad quizás no aprecien a Dios tanto como los que han madurado debido a los
tiempos difíciles. Los que han visto obrar a Dios en momentos de angustia
tienen una visión mucho más profunda de su amorosa bondad.
Si has experimentado grandes
pruebas, cuentas con un gran potencial para ofrecerle grandes alabanzas.
¡Maranatha! ¡Sí, ven
Señor Jesús!
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