Proverbios 3; 5-8
“Fíate de Jehová de todo
tu corazón,
Y no te apoyes en tu propia prudencia.
Reconócelo en todos tus caminos,
Y él enderezará tus veredas.
No seas sabio en tu propia opinión;
Teme a Jehová, y apártate del mal;
Porque será medicina a tu cuerpo,
Y refrigerio para tus huesos. “
El sabio Salomón continúa sus
exhortaciones en el mismo tono paternal que antes, como queriendo grabar más y más profundamente sus enseñanzas en
el corazón de sus discípulos. El profeta es el hombre de Dios y habla en su
nombre; el sabio reflexiona y descubre la sabiduría que Dios ha derramado sobre
las obras todas de la creación y ha revelado de una manera especial en su Ley.
Los frutos que aquí
promete el sabio a quienes siguen sus enseñanzas son largos años de vida y
prosperidad, lo que incluye la idea de una vida feliz. Es la recompensa tantas
veces prometida por Dios en el Antiguo Testamento a los israelitas que
observasen la Ley, y que coincide con el “habitar la tierra”. Cuando
la vida individual y familiar está regulada por las enseñanzas de la sabiduría
de Dios, reina la paz entre todos sus miembros, y ello lleva consigo la
felicidad' y la prosperidad.
Exigencias de la
sabiduría son los sentimientos de bondad para con Dios y para con el prójimo y
la fidelidad a las obligaciones que respecto de ambos tenemos. Ambos términos
unidos aparecen muchas veces en el Antiguo Testamento y significan perfección
moral en las relaciones de Dios para con el hombre4, del ser humano
para con Dios, de los seres humanos
entre sí. Las imágenes con que el sabio las recomienda, empleadas en el
Deuteronomio para recomendar los
mandamientos de Yahvé, y que los fariseos materializaron en las
filacterias, indica a sus discípulos que las han de llevar continuamente en su
mente y corazón para cumplirlas en todo momento. Frutos suyos serán el favor de
Dios, con los beneficios que de ello derivan, y la estima de los hombres, que
admirarán su conducta. Junto a la bondad y fidelidad, la sabiduría quiere una
gran confianza en Dios, con la consiguiente desconfianza en sí mismo. Es un
principio que repite la fe cristiana. La vida es tan compleja, que no hay prudencia
humana capaz de salir a flote en tantas complicadas circunstancias como
presenta la vida. El ser humano debe estudiar los consejos de los sabios y
esforzarse por obrar conforme a ellos, pero debe a la vez poner toda su confianza en Dios y esperar de Él el éxito de
sus obras, pues “lo que Dios ha hecho ya por nosotros es suficientemente
grande como para que podamos esperar lo demás con fe y confianza,”
El v.7 contiene una triple recomendación: la
humildad, el temor de Yahvé y la huida del mal. Hay entre ellas íntima
relación. La práctica de la humildad, que la fe cristiana considera como base y
fundamento de la vida espiritual, remueve el principal obstáculo que se alza
contra la sabiduría bíblica, la soberbia. Dios resiste a los soberbios y no da
su gracia sino a los humildes. El “teme
a Dios y evita el mal” encierra toda la sabiduría práctica y la ética de
los Proverbios; “el temor de Dios — dice el libro de Job —, ésa es la
sabiduría; apartarse del mal, ésa es la inteligencia.” La humildad lleva de la
mano al temor de Dios, y éste lógicamente aparta al hombre del mal. La
recompensa se indica en términos que se refieren expresamente al cuerpo; es
claro que la fe con la práctica de las virtudes, la continencia, la santidad y
la huida de los vicios, favorece la salud corporal. Pero no se limita a él;
también el alma recibe como fruto una profunda paz y alegría interior, que
repercute ella misma en el buen estado del cuerpo.
Cuando tenemos alguna decisión
importante que tomar, a veces nos sentimos que no podemos confiar en nadie, ni
siquiera en Dios. Sin embargo, Él sabe lo que es mejor para nosotros. ¡Incluso
juzga mejor que nosotros para saber lo que queremos! Debemos confiar en El
completamente en todas las decisiones que tomemos. Esto no significa que
debamos dejar de pensar con cuidado ni menospreciar la capacidad de
razonamiento que Dios nos ha dado. Significa, sin embargo, que no nos creamos
sabios ante nuestros ojos. Siempre debemos estar dispuestos a escuchar y a que
la Palabra de Dios y consejeros sabios nos enmienden. Llevemos en oración
nuestras decisiones a Dios. Utilicemos la Biblia como guía, como manual de
instrucciones y luego sigamos la dirección de Dios. El hará nuestros caminos
derechos al encaminarnos y protegernos
Para
recibir la dirección de Dios, dice Salomón, debemos colocarlo a Él en el primer
lugar de nuestra vida. Esto significa entregarle cada esfera de la vida.
Alrededor de mil años después, Jesús enfatizó esta misma verdad (Mateo 6:33). Analicemos nuestros valores y
prioridades. ¿Qué es importante para nosotros? ¿En qué esferas reconocemos a
Dios? ¿Cuál es el consejo de Él? Quizás ya reconocimos a Dios en varios
aspectos de nuestra vida, pero las que intentamos restringir o pasar por alto
su influencia son las que nos causarán dolor. Mantengamos a Dios en el primer
lugar en todo lo que hagamos. Entonces Él nos guiará debido a que trabajamos
para llevar a cabo sus propósitos.
¡Maranatha! ¡Sí, ven Señor Jesús!
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