1 Corintios 15; 3-4
“Porque primeramente os he enseñado
lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las
Escrituras; y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las
Escrituras;”
Pablo había
recibido del Señor lo que entregó (Gálatas_1:11-12;
Efesios_3:3). El evangelio que hemos de predicar hasta la fecha es el
mismo que fue entregado a los apóstoles de Cristo por inspiración (Lucas_24:46-49; Hechos_1:8; Hechos_2:42). Ese
evangelio son las buenas nuevas de lo que Dios ha hecho en Cristo Jesús para la
salvación del hombre (Hechos_2:26), y de lo que
el hombre tiene que hacer para ser salvo.
Algunos corintios, al
negar la resurrección general de los muertos, estaban siguiendo el subjetivismo;
es decir, siguiendo sus propias ideas e imaginaciones (el existencialismo).
Pablo les recuerda del objetivismo; es decir, de un objeto (el
evangelio) que él les había entregado y que había tenido su fuente en Dios.
El llamado “evangelio
social” de los modernistas es “otro evangelio” (2 Corintios_11:4)
y no salva a nadie.
Muchos de mis hermanos en Cristo hoy en día están dejando lo que Pablo
entregó por el pobre substituto de los modernistas. Otros van en pos del
evangelio de la prosperidad que apela a la codicia de los “creyentes” para
engrosar las cuentas corrientes de estos falsos maestros y charlatanes.
La doctrina de la muerte y resurrección de Cristo es el fundamento del
cristianismo. Si se quita, se hunden de inmediato todas nuestras esperanzas de
eternidad. Por sostener con firmeza esta verdad los cristianos soportan el día
de la tribulación, y se mantienen fieles a Dios. Creemos en vano, a menos que
nos mantengamos en la fe del evangelio. Esta verdad es confirmada por las
profecías del Antiguo Testamento; muchos vieron a Cristo después que resucitó.
Este apóstol fue altamente favorecido, pero siempre tuvo una baja opinión de
sí, y la expresaba. Cuando los pecadores son hechos santos por la gracia
divina, Dios hace que el recuerdo de los pecados anteriores los haga humildes,
diligentes y fieles. Atribuye a la gracia divina todo lo que era valioso en él.
Aunque no ignoran lo que el Señor ha hecho por ellos, en ellos y por medio de
ellos, cuando miran toda su conducta y sus obligaciones, los creyentes
verdaderos son guiados a sentir que nadie es tan indigno como ellos. Todos los
cristianos verdaderos creen que Jesucristo, y éste crucificado, y resucitado de
entre los muertos, es la suma y la sustancia del cristianismo. Todos los
apóstoles concuerdan en este testimonio; por esta fe vivieron y en esta fe
murieron.
Hay muchas cosas en
la vida que intentan quitarnos la fe. Cosas que nos suceden a nosotros, o a
otros, que desarticulan el entendimiento; la vida tiene sus problemas, que
parecen insolubles; la vida tiene sus lugares tenebrosos en los que no se puede
hacer más que resistir. La fe es siempre la victoria del alma que
mantiene tenazmente su arraigo en Dios.
Todas las congregaciones
tienen personas que aún no creen. Algunos se mueven en dirección a creer, y
otros simplemente lo suponen. Los impostores, sin embargo, no serán removidos,
esa tarea queda en las manos de Dios. Las buenas nuevas acerca de Jesucristo
nos salvan, si las creemos, obedecemos con firmeza y si las seguimos con
fidelidad.
Romanos 10; 11
“Pues la Escritura
dice: Todo aquel que en él creyere, no será avergonzado”
Pablo
no se refiere a que los cristianos estarán exentos de vergüenzas y
desilusiones. Habrá veces en que la gente nos defraudará y las circunstancias
empeorarán. Pablo dice que Dios cumple su parte del trato: todo aquel que lo
invoca será salvo. Dios siempre ha de justificar a los que creen.
Los hombres son inconstantes y
por eso, si ponemos la confianza en ellos, tarde o temprano nos darán motivo
para avergonzarnos. Pero no es así con nuestra fe en Cristo. En el juicio final
él nos confesará y conducirá a la vida eterna.
La
confesión de fe se centra en Jesús como Señor. Creer significa reconocer a
Jesús como Señor y someterse de forma permanente a su soberanía. Que esto sea
una exigencia que abarca la vida entera. Pero la fe apunta, además, a una confesión del
Señor Jesús expresamente formulada en este hecho concreto: que «Dios le
resucitó de entre los muertos». La resurrección de Jesús es el hecho
fundamental y, bien entendido, la raíz de la confesión de fe cristiana. Pues,
en Cristo y con Cristo, Dios nos ha resucitado para vivir la vida que ya
poseemos ahora, en fe, en una fe esperanzada, aunque todavía no con una contemplación
manifiesta. Con la resurrección de Jesús de entre los muertos, Dios ha
demostrado su fuerza creadora, y es precisamente esta potencia divina que
vuelve a crear, a la que hay que someterse con fe, a fin de que la salvación
aparezca como una creación nueva de Dios.
¡Maranatha! ¡Sí, ven Señor Jesús!
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