Romanos 12; 1-2
“Así que,
hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros
cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto
racional.
No os conforméis a este siglo, sino
transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que
comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta.”
Cuando se sacrificaba un
animal de acuerdo a la Ley de Dios, el sacerdote daba muerte al animal, lo
cortaba en pedazos y lo ponía sobre el altar. El sacrificio era importante,
pero aun en el Antiguo Testamento Dios aclara que la obediencia de corazón es
mucho más importante (1Samuel_15:22; Salmo_40:8; Amos 5:21-24).
El ruego de Pablo de que transformemos nuestras vidas no viene de la
nada. Es sólo en vista de las
misericordias de Dios que su ruego se vuelve relevante y que nuestra
obediencia a él es posible. Cuando reconocemos todo lo que Dios ha hecho por
nosotros en su Hijo, nos damos cuenta de que ofrecernos nosotros mismos a Dios como sacrificio vivo es,
verdaderamente, un acto de culto
racional (logiken). La
palabra vivo nos recuerda lo
que Dios nos ha hecho: somos personas que ahora estamos vivas “para Dios en
Cristo Jesús”.
Pablo nos anima a ver toda nuestra vida cristiana como un acto de
adoración. No es sólo lo que se hace el domingo dentro del edificio de una
iglesia lo que “rinde honor” a Dios, sino lo que Dios y el mundo ven en
nosotros todos los días y a cada momento de la semana.
Dios desea que nos ofrezcamos a nosotros mismos en sacrificio vivo, no animales. Cada día debemos
echar a un lado nuestros deseos y seguirle, poniendo todas nuestras energías y
recursos a su disposición y confiando en su dirección. Lo hacemos en gratitud
porque nuestros pecados han sido perdonados.
Si Dios nos ha redimido, nos
toca dedicarnos totalmente a Él en sacrificio completo. La palabra
“misericordias” se refiere a todo cuanto Dios ha hecho para el pecador por el
evangelio. Cuando el hombre contempla lo que Dios ha hecho para él, debe querer
entregarse a Dios en plena obediencia. La misericordia de Dios fue el tema
central de Pablo en los capítulos anteriores.
Debe el cristiano
usar su cuerpo en las cosas de la justicia, apartándose de la injusticia. Pablo no está diciendo que, en vista de lo
que ha hecho Dios para mí, ahora es razonable (aceptable) que yo le rinda
culto. Dios es espíritu y le adoramos en espíritu y en verdad (Juan 4:24). Presentar nuestros cuerpos a Dios en
sacrificio viva, etcétera, es un servicio o adoración espiritual. Es del
corazón, del alma, de la mente.
El cristiano sabe
que su cuerpo pertenece a Dios tanto como su alma, y que puede servir a Dios
tanto con su cuerpo como con su mente o su espíritu.
El cuerpo es el templo del Espíritu Santo y el instrumento con el que
hace Su obra. Después de todo, el gran hecho de la Encarnación quiere decir
básicamente que Dios no desdeñó asumir un cuerpo humano, vivir en él y obrar
por medio de él.
El verdadero culto es
ofrecerle a Dios nuestro cuerpo y todo lo que hacemos con él todos los días. El
verdadero culto a Dios no es ofrecerle una liturgia, por muy noble que sea, o
un ritual, ni siquiera el más solemne. El
verdadero culto es ofrecerle a Dios nuestra vida cotidiana; no algo que
hay que hacer en la iglesia, sino algo que ve todo el mundo, porque somos el
templo del Dios vivo. Uno puede que diga: «Voy a la iglesia a dar culto a
Dios»; pero debería también decir: «Voy a la fábrica, la tienda, la oficina, la
escuela, el garaje, la mina, el astillero, el campo, el jardín o la cocina, a
dar culto a Dios.» Esto no quiere decir precisamente estar cantando himnos o
pensando en Dios o " dando testimonio» mientras se trabaja, lo cual tal
vez nos restaría concentración en lo que estamos haciendo; sino hacer lo que se
espera de nosotros lo mejor posible, como si fuera -¡como que es!- para la
gloria de Dios En 1 Corintios 7:31 Pablo habla de la “apariencia de este
mundo.” Se refiere a la moda o costumbre de los mundanos. La palabra griega es
skema, de la cual tenemos “esquema.” En Romanos 12:1-21
es la misma palabra, nada más en
forma verbal. Así es que el cristiano no sigue las modas y prácticas
pecaminosas de este mundo.
Los
judíos dividían el tiempo en dos épocas: la actual para ellos, antes de la
venida del Mesías, y la de después (Mateo_12:32),
o sea, este siglo y el venidero. “Este siglo” vino a significar la época mundana
y mala. Aunque ha venido ya el Mesías, la expresión “este siglo” sigue significando
“este mundo malo” (Gálatas_1:4).
Es
responsable el cristiano por este cambio que obra lentamente en él (2 Corintios_4:16). La única manera de renovar el
entendimiento es dejar de pensar como los hombres (Isaías_55:8-9)
y pensar como está revelado en las Sagradas Escrituras (Filipenses_4:8). ¡Estudiemos la Biblia diariamente! (1Tesalonicenses_5:21). El evangelio, obrando en
nosotros, nos transformará.
Cuando
la mente renovada obra esta transformación de carácter en el cristiano, ya por
la propia experiencia de vida el cristiano está experimentando que es buena,
agradable, y perfecta la voluntad de Dios. Dios tiene planes buenos, agradables
y perfectos para sus hijos. Él quiere transformarnos en un pueblo con una mente
renovada, vivos para honrarle y obedecerle. Debido a que El solo quiere lo
mejor para nosotros y por haber dado a su Hijo para que tengamos vida nueva,
deberíamos ofrecernos con gozo en sacrificio vivo para su servicio. Los
cristianos tenemos este llamado: "No os conforméis a este siglo". No
hemos de estar conformes con la conducta y costumbres de este mundo, que por lo
general son egocéntricas y a menudo corruptas. Muchos cristianos dicen
sabiamente que la conducta mundana se extralimita demasiado. Nuestro rechazo a
formar parte del mundo, sin embargo, debe ir más allá del nivel de conducta y
costumbres. Debe estar firmemente arraigado en nuestras mentes: "Transformaos
por medio de la renovación de vuestro entendimiento". Es posible evitar
muchas de las costumbres mundanas sin dejar de ser orgullosos, codiciosos,
egoístas, obstinados y arrogantes. Solo cuando el Espíritu Santo renueva,
reeduca y reorienta nuestra mente somos en verdad transformados Pablo exige un cambio radical. No debemos adoptar
las formas del mundo; sino transformarnos, es decir, adquirir una nueva manera
de vivir. "No
tratéis de estar siempre a tono con todas las modas de este mundo; no seáis
"camaleones", tomando siempre el color del ambiente.»
La
conversión y la santificación son la renovación de la mente; cambio, no de la
sustancia, sino de las cualidades del alma. El progreso en la santificación,
morir más y más al pecado, y vivir más y más para la justicia, es llevar a cabo
esta obra renovadora, hasta que es perfeccionada en la gloria. El gran enemigo
de esta renovación es conformarse a este mundo. Cuidémonos de formarnos planes
para la felicidad, como si estuviera en las cosas de este mundo, que pronto
pasan. No caigamos en las costumbres de los que andan en las lujurias de la
carne, y se preocupan de las cosas terrenales. La obra del Espíritu Santo
empieza, primero, en el entendimiento y se efectúa en la voluntad, los afectos
y la conversación, hasta que hay un cambio de todo el hombre a la semejanza de
Dios, en el conocimiento, la justicia y la santidad de la verdad. Así, pues,
ser piadoso es presentarnos a Dios.
Así, dice Pablo, para dar culto
y servir a Dios tenemos que experimentar un cambio, no de aspecto, sino de
personalidad. ¿En qué consiste ese cambio? Cuando Cristo entra en la vida de un
hombre, éste es un nuevo hombre;
tiene una mentalidad diferente, porque tiene la mente de Cristo.
Cuando Cristo llega
a ser el centro de nuestra vida es cuando podemos presentarle a Dios el culto
verdadero, que consiste en ofrecerle cada momento y cada acción.
La
esencia del éxito en la vida cristiana es la renovación de nuestra mente para que podamos comprobar cuál sea la voluntad de Dios,
es decir, reconocer y poner en práctica la voluntad de Dios para cada situación
que enfrentemos. Dios no nos ha dado a los creyentes en Cristo un complejo
conjunto de reglas para guiarnos. Nos ha dado su Espíritu quien está trabajando
para cambiar nuestros corazones y nuestras mentes desde adentro, para que
nuestra obediencia a Dios sea natural y espontánea.
¡Maranatha!
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