Juan 5; 39
“Escudriñad las Escrituras; porque a
vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan
testimonio de mí;”
Los judíos minuciosamente escudriñaban las Escrituras, para saber cuántas
letras había, o para ver cuántos textos pudieran memorizar y recitar, o para
formular alegorías, y al hacer todo esto creían que con tal uso de la palabra
de Dios podían ganar vida eterna. Aparentemente muchos judíos rendían culto a
las Escrituras, pero no las estudiaban para entenderlas (2Corintios_3:16). Hoy, como entonces, se idolatra la
Biblia en el sentido de rendirle culto, ponerla en un pedestal donde se vea
bien; se adquiere la más grande para ponerla simplemente como adorno, pero rara
vez se estudia con el fin de obedecer la Palabra de Dios.
Los judíos no dejaban de escudriñar las Escrituras, pero no
encontraban a Cristo en ellas. "¿Qué ventaja tiene, pues, el judío? ¿O de
qué aprovecha la circuncisión? Mucho, en todas maneras. Primero, ciertamente,
que les ha sido confiada la palabra de Dios" (Romanos
3:1-2). Los judíos no solamente poseían las Escrituras, sino que se
gloriaban en ellas, pero la palabra no moraba
en ellos; es decir, solamente tenían los libros o rollos en sus manos para
leerlos, pero la palabra leída no entraba en su corazón para morar
permanentemente allí, ni transformar su mente. La palabra no controlaba su
vida. Así se usa la palabra morar
en las Escrituras: por ejemplo, Romanos_7:20,
"el pecado mora en
mí", tiene control sobre mi vida; Romanos_8:9,
"el Espíritu de Dios mora
en vosotros", el Espíritu tiene control sobre vuestra vida; Colosenses_3:16, "La
palabra de Cristo more en
abundancia en vosotros", que la palabra de Cristo tenga residencia
permanente en el corazón y que tenga control total sobre la mente, la voluntad
y las emociones. Los judíos tenían
las Escrituras, leían las
Escrituras, y discutían las
Escrituras, pero la palabra de Dios no moraba
en ellos.
Al escudriñar las
Escrituras, ¿qué buscaban? Buscaban argumentos para probar lo que ya creían,
las tradiciones que habían inventado. Tenían su propia teología y escudriñaban
las Escrituras para probarla. Escudriñaban las Escrituras para encontrar las
promesas de bendiciones físicas para Israel, incluyendo la de independencia y
renombre mundial. Frecuentemente los profetas emplearon lenguaje de bendiciones
físicas para describir bendiciones espirituales, pero a los judíos no les
interesaban las promesas espirituales. Por eso, no encontraron a Cristo.
Los líderes religiosos sabían
lo que decía la Biblia, pero no aplicaban sus palabras a la vida. Conocían las
enseñanzas de las Escrituras, pero no reconocieron al Mesías que las Escrituras
señalaban. Conocían las leyes, pero no vieron al Salvador. Atrincherados en su
sistema religioso, se negaron a permitir que el Hijo de Dios cambiase sus
vidas.
Está claro que no
leían las Escrituras como es debido. Las leían con la mente cerrada. No para
buscar a Dios, sino para encontrar argumentos que apoyaran sus puntos de vista.
No amaban a Dios de veras; amaban sus propias ideas acerca de Dios. Era tan
probable que el agua penetrara en una roca, como que la Palabra de Dios
penetrara en sus mentes. No aprendían teología humildemente en la Sagrada
Escritura, sino que usaban la Escritura para defender una teología que habían
compuesto ellos mismos. Todavía existe el peligro de someter la Biblia a
nuestras creencias en lugar de viceversa.
No hay más que una
manera adecuada de leer la Biblia: como testimonio de Jesucristo. Entonces,
muchas de las cosas que nos dejan perplejos, o que nos inquietan a veces, se
ven claramente como etapas del camino, señalando anticipadamente a Jesucristo, Que es la suprema Revelación, y a
Cuya luz hay que poner a prueba toda otra Revelación. Los judíos adoraban a un
Dios que escribía, más que a un Dios que actuaba; y, por tanto, cuando vino
Cristo, no Le reconocieron. La misión de la Escritura no es dar la vida, sino
señalar al Que la da: a Jesucristo.
Tú que lees esto, no te enredes en la "religión" que se
pierda a Cristo.
Génesis 3; 14-15
“Y Jehová Dios dijo a la serpiente: Por cuanto esto
hiciste, maldita serás entre todas las bestias y entre todos los animales del
campo; sobre tu pecho andarás, y polvo comerás todos los días de tu vida.
Y pondré enemistad
entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en
la cabeza, y tú le herirás en el calcañar”
Dios dicta sentencia; y comienza donde empezó el pecado, con la
serpiente. Los instrumentos del diablo deben compartir los castigos del diablo.
Bajo el disfraz de la serpiente el diablo es sentenciado a ser degradado y
maldecido por Dios; detestado y aborrecido por toda la humanidad: también a ser
destruido y arruinado al final por el gran Redentor, cosa significada por el
aplastamiento de su cabeza. Se declara la guerra entre la Simiente de la mujer
y la simiente de la serpiente. El fruto de esta enemistad es que haya una
guerra continua entre la gracia y la corrupción en los corazones del pueblo de
Dios. Satanás, por medio de sus corrupciones los abofetea, los zarandea y
procura devorarlos. El cielo y el infierno nunca pueden ser reconciliados,
tampoco la luz y las tinieblas; no más que Satanás y un alma santificada.
Además, hay una lucha continua entre los malos y los santos de este mundo. Se
hace una promesa bondadosa sobre Cristo, como el libertador del hombre caído
del poder de Satanás. Esta era la aurora del día del evangelio: tan pronto como
fue hecha la herida se proveyó y reveló el remedio. Esta bondadosa revelación
de un Salvador llegó sin que la pidieran ni la buscaran. Sin una revelación de
misericordia, que da esperanzas de perdón, el pecador convicto se hundiría en
la desesperación y se endurecería. Por fe en esta promesa fueron justificados y
salvados nuestros primeros padres, y los patriarcas anteriores al diluvio. Se
dan detalles sobre Cristo.
Este versículo 15 contiene la primera proclamación del evangelio. Aquí
encontramos, en forma resumida, toda la riqueza, misericordia, dolor y gloria
de la obra redentora de Dios para con la humanidad. Dios promete traer un
Redentor de la «simiente de la mujer»; será completamente humano, pero
concebido divinamente. «La serpiente antigua, que se llama diablo y Satanás»,
hará guerra a la «simiente» (Apocalipsis 12) y
la morderá. Pero mientras la serpiente muerde su calcañar, su pie desciende
aplastando la cabeza de la serpiente. En la vida y la muerte de Cristo se
cumplió esta Escritura. Concebido divinamente, pero completamente humano,
derrotó y exhibió públicamente a los poderes del infierno mediante su vida,
muerte y resurrección (Colosenses_2:15).
¡Maranatha! ¡Sí, ven Señor Jesús!
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