1 Juan 4; 8-9
“El que no ama,
no ha conocido a Dios; porque Dios es amor.
En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros, en que Dios envió a
su Hijo unigénito al mundo, para que vivamos por él”
El amor es una prueba del que ha nacido de Dios. Los falsos reclamaban
ser nacidos de Dios, pero su falta de amor era evidencia de lo falso de su
reclamación.
En este pasaje Juan
no habla de los requisitos de ser nacido de Dios. ¡No está diciendo que para
ser nacido de Dios uno necesita solamente amar! Está hablando de la prueba de
los que reclaman ser nacidos de Dios. El contexto trata de hermanos fieles y de
falsos. Los dos grupos reclamaban ser nacidos de Dios, pero lo eran solamente
los que amaban unos a otros, y éstos' eran los fieles. Amar a los hermanos es
una prueba de que conoce a Dios el que hace la reclamación. Los gnósticos lo
reclamaban, pero con su falta de amor a los demás hermanos, se probaban falsos.
Todos creen que el amor es importante, pero por lo general pensamos que solo es
un sentimiento. En realidad, el amor es una elección y una acción, como lo
muestra 1Corintios_13:4-7. Dios es la fuente de
nuestro amor: nos amó de tal manera que sacrificó a su Hijo por nosotros.
Jesucristo es nuestro ejemplo de lo que significa amar; cada cosa que El hizo
en su vida y en su muerte fue amor supremo. El Espíritu Santo nos da el poder
para amar; Él vive en nuestro corazón y nos hace más semejantes a Cristo. El
amor de Dios siempre implica una elección y una acción, y nuestro amor debe ser
como el de Él. ¿De qué forma reflejan su amor a Dios las decisiones que toma y
las acciones que realiza?
Juan dice: "Dios
es amor" no dice "Amar es Dios". Nuestro mundo, con su visión
trivial y egoísta del amor, ha tergiversado esas palabras y ha contaminado
nuestra comprensión del amor. El mundo piensa que amor es lo que nos hace
sentir bien, y está dispuesto a sacrificar principios morales y los derechos de
los demás a fin de obtener dicho "amor". Pero en realidad eso no es
amor, sino todo lo contrario al amor; es egoísmo. Y Dios no es esa clase de
"amor". El verdadero amor es como Dios: santo, justo y perfecto. Si
de veras conocemos a Dios, debemos amar como El ama.
El amor caracteriza a Dios; es un atributo infinito de él (2Corintios_13:11).
Juan no está definiendo la naturaleza de Dios en sí; no dice que el amor
es Dios. Está afirmando que el amor tiene que caracterizar a los que son de
Dios porque le caracteriza a él, y se deriva de él.
El que no ama habitualmente
no puede ser del que es amor, no importando las declaraciones que haga.
El amor tiene una doble relación con Dios. Es sólo conociendo a Dios
como aprendemos a amar; y es sólo amando como aprendemos a conocer a Dios. El
amor procede de Dios, y conduce a Dios.
Romanos 8; 38-39
“Por lo cual
estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni
potestades, ni lo presente, ni lo por venir,
ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra
cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor
nuestro. “
Estos
versículos contienen una de las promesas más reconfortantes de todas las
Escrituras. Los creyentes siempre han tenido que enfrentar dificultades de
diversas formas: persecución, enfermedad, prisión, aun muerte. Esto podría
hacerles creer que Cristo los había abandonado. Pero Pablo exclama que es imposible que algo nos separe de
Cristo. Su muerte a nuestro favor es prueba de su amor inquebrantable. Nada
impedirá su presencia constante con nosotros. Dios nos dice cuán grande es su
amor para que nos sintamos bien seguros en El. Si tenemos esta seguridad
sorprendente, no temeremos. En Cristo somos más que vencedores y su amor nos
protegerá de cualquier potestad.
Ni la vida ni la muerte nos pueden separar de Cristo.
En la vida, vivimos con Cristo; en la muerte, morimos con Él; y como morimos
con Él, también resucitamos con Él. La muerte, lejos de ser una separación, es
solamente un paso hacia una más íntima unión; no es el final, sino "la
puerta en el Cielo» que nos da acceso a la presencia de Jesucristo.
Los
poderes angélicos no
nos pueden separar de Él. En aquel tiempo, los judíos habían desarrollado mucho
la creencia en los ángeles. Todo tenía su ángel: había ángeles de los vientos,
de las nubes, de la nieve, del granizo y de la escarcha, del trueno y del rayo,
del frío y del calor, y de las estaciones. Los rabinos decían que no había nada
en el mundo, ni siquiera una brizna de hierba, que no tuviera su ángel. Según
los rabinos había tres rangos de ángeles: el primero incluía tronos, querubines
y serafines; el segundo, poderes, señoríos y fuerzas, y el tercero, ángeles,
arcángeles y principados. Pablo se refiere a estos ángeles en más de una ocasión
(Efesios 1:21;
Efesios 3:10; Efesios 6:12; Colosenses 2:10; Colosenses 2:15; 1Corintios 15:24).
Ahora bien: los rabinos (y recordemos que Pablo había sido uno de
ellos) creían que los ángeles eran poco amigos de los humanos. Creían que se
habían enfadado cuando Dios creó a los hombres; se habían puesto celosos,
porque no querían compartir a Dios con otra especie. Los rabinos tenían la
leyenda de que, cuando Dios se apareció en el monte Sinaí para darle la Ley a
Moisés, estaba rodeado de sus ejércitos de ángeles, que no estaban de acuerdo
con que se diera la Ley a Israel y asaltaron a Moisés cuando subía a la montaña
y le hubieran impedido llegar arriba si Dios mismo no hubiera intervenido. Así
es que Pablo, haciéndose eco de las ideas de su tiempo, dice que "ni
siquiera los mezquinos y celosos ángeles nos pueden separar del amor de Dios,
por mucho que lo intenten.»
No hay época de la Historia
que nos pueda separar de Cristo. Pablo habla de cosas presentes y cosas por venir. Sabemos que los judíos
dividían el tiempo en esta era
presente y la era por venir. Pablo está diciendo: "En este mundo
presente no hay nada que nos pueda separar de Dios en Cristo; llegará el día
cuando este mundo será sacudido y amanecerá la nueva era. Pero no importa;
porque entonces tampoco, cuando se acabe este mundo y se haga realidad el
nuevo, el lazo de unión con Cristo permanecerá.»
Ninguna influencia maligna o poderes nos separará de
Cristo. Pablo menciona específicamente altura
y profundidad. Son términos de astrología. El mundo antiguo estaba
obsesionado con la idea de la tiranía de las estrellas. Creían que todas las
personas nacemos bajo una cierta estrella que decide nuestro destino. Todavía
hay algunos que creen en la influencia de las estrellas; pero en el mundo
antiguo era una creencia más general y obsesiva. La altura era cuando una
estrella estaba en su cenit, y se suponía que su influencia era máxima; profundidad era cuando estaba en su
nadir, dispuesta a empezar a ascender y ejercer su influencia en alguna
persona. Pablo dice a los que estaban -y a los que están- obsesionados con
estas cosas: «Las estrellas no te pueden hacer ningún daño. En su subir y bajar
son impotentes para separarte del amor de Dios.»
Ni
ningún otro mundo nos
podrá separar de Dios. Está diciendo:
«Supongamos que, inexplicablemente, como por arte de magia, os encontrarais en
otro mundo totalmente diferente de éste. Estaríais a salvo: seguiría
envolviéndoos el amor de Dios.»
Aquí tenemos una visión que despeja toda soledad y todo temor. Pablo
está diciendo: «Podéis pensar en cualquier cosa aterradora que pueda producir
este mundo o cualquier otro mundo diferente: ninguna de ellas conseguirá
separar al cristiano del amor de Dios que se encuentra en Jesucristo. Que es
Señor de todo terror y de todo mundo.» En Él se hace realidad la seguridad que
anunciaba proféticamente el Salmo 27:
“El Señor es mi luz y mi salvación. ¿De
quién temeré? El Señor es la fortaleza de mi vida. ¿De quién he de
atemorizarme?”
¡Maranatha!
¡Sí, ven Señor Jesús!
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