Job 38; 32
“¿Sacarás tú a su tiempo las constelaciones de
los cielos, O guiarás a la Osa Mayor con
sus hijos?
La
maravillosa regulación de los astros es inaccesible a la humana inteligencia.
Las Pléyades son pequeñas constelaciones, cuyas estrellas parecen atadas unas a
otras; y el Orión es como un cinto formado por tres estrellas sobre una misma
línea. Por ello, Orión era el dios de la guerra entre los babilonios. Las
constelaciones, o “corona,” como otros traducen, tienen especial luminosidad y
se destacan como la Osa Mayor. Las Osas mayor y menor las llaman los árabes
“Hijas del Féretro”, el cuadrángulo siendo el féretro, y las otras tres las
enlutadas.
Todas estas estrellas arracimadas tienen
su ley propia para no separarse entre sí, ni menos chocar en sus movimientos, y
tienen influjo sobre la tierra, sobre la atmósfera y los diversos elementos de
la naturaleza. El historiador no alude aquí a concepciones astrológicas, ya que
el destino de los seres humanos está
dirigido exclusivamente por Dios, y los astros son lámparas a su servicio.
Estas son constelaciones estelares y están todas bajo el control de
Dios. Job no necesitó ningún telescopio, ni estudiar astronomía para saber que
todo lo que sus ojos alcanzaban a ver en las noches, mirando el cielo
estrellado de oriente, era creación de Dios y todas ellas las sustenta en la
palma de Su Mano.
Dios dijo que tenía todas las fuerzas de la naturaleza bajo su mando y
que podía desatarlas o reprimirlas a voluntad. Nadie puede comprender
completamente hechos tan comunes como la lluvia o la nieve, y nadie puede
mandarlas. Sólo Dios, quien las creó, tiene ese poder. El punto de Dios era que
si Job no podía explicar esos hechos tan comunes de la naturaleza, ¿cómo podría
explicar o cuestionar a Dios? Y si la naturaleza está más allá de lo que
podemos entender, los propósitos morales de Dios tampoco son lo que nos imaginamos.
Salmo 8; 3-4
“Cuando veo tus cielos, obra de tus
dedos, La luna y las estrellas que tu
formaste, Digo: ¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria, Y el hijo del hombre, para que lo visites?”
Esta
alusión a la magnificencia de los visibles cielos, se presenta para expresar la
condescendencia de Dios, quien, no obstante ser el poderoso Creador de estos
gloriosos mundos de luz, hace del hombre objeto de su consideración y recibido
de favores. Para respetar la majestad de Dios, tenemos que vernos a la luz de
su grandeza. Cuando contemplamos la creación, muchas veces nos sentimos
pequeños. Sentirnos pequeños es una manera saludable de volver a la realidad.
Pero Dios no quiere que vivamos pensando en nuestra pequeñez. Humildad es
tenerle el debido respeto a Dios, no sentir desprecio por nosotros mismos.
Cuando miramos las maravillas de la creación, nos preguntamos cómo
puede Dios interesarse en gente que constantemente lo hace enojar. Aun así,
Dios nos creó sólo un poco menores que los ángeles. La próxima vez que
cuestionemos nuestro valor como persona o que nos sintamos deprimidos,
recordemos que Dios nos considera de gran valor. Tenemos un gran valor debido a
que llevamos el sello del Creador. (Podemos leer en Génesis
1:26-27 para ver el grado de valor que Dios otorga a todas las
personas.) Debido a que Dios ya ha declarado cuán valiosos somos para El,
podemos librarnos de esos sentimientos de minusvalía.
Tenemos que considerar los cielos para que el hombre sea así dirigido
a poner su afecto en las cosas de arriba. ¡Qué es el hombre, criatura tan baja,
que es así honrado! ¡Criatura tan pecadora que deba ser así favorecida! El
hombre tiene dominio soberano sobre las criaturas inferiores, bajo Dios, y es
nombrado señor de ellas. Esto se refiere a Cristo. En Hebreos2;
6-8 el apóstol muestra para probar el dominio soberano de Cristo, que Él
es aquel hombre, aquel Hijo del Hombre, del cual se habla aquí, a quien Dios le
ha hecho tener dominio sobre las obras de sus manos. El favor más grande hecho
a la raza humana fue ejemplificado en el Señor Jesús. Con buena razón el
salmista concluye como empezó: ¡Señor, cuán grande es tu nombre en toda la
tierra, que ha sido honrado con la presencia del Redentor, y todavía es
iluminado por su evangelio, y gobernado por su sabiduría y poder! ¿Qué palabras
pueden alcanzar sus alabanzas, de Aquel que tiene el derecho a nuestra
obediencia por ser nuestro Redentor?
Esta gloria y magnificencia de Dios
reflejada en los cielos y la tierra es tan manifiesta que hasta los mismos niños y aun
los que maman se dan cuenta de ello, dando con ello un argumento o
prueba de su existencia a los adversarios, que, confundidos ante este
clamor universal, quedan reducidos al silencio. La expresión del salmista es
hiperbólica, pero bien significativa para dar a entender la esplendorosa
magnificencia de la obra de la creación, que a su vez es reflejo de la grandeza
del Creador: hasta los niños de pecho se dan cuenta de ello.
El
poeta se extasía ante la grandeza de los cielos en una noche estrellada. La luna
y las estrellas, lejos de ser divinidades, son unas simples lámparas
puestas por Dios al servicio del hombre “para separar el día de la noche y
servir de señales a estaciones, días y años...” Son un reflejo del poder y sabiduría divinos,
puesto que las ha establecido con una finalidad concreta, que no han de
traspasar. La belleza de una noche estrellada es el reflejo de la gloria y
grandeza de Dios, que se asienta sobre los astros en los “cielos de los cielos”
desde donde contempla a los hombres, pequeños
como “langostas” Y, sin
embargo, el Dios omnipotente, que
dirige el curso de los astros como “Dios de los ejércitos” siderales, se acuerda
del hombre, que es todo debilidad e inconsistencia. En Job_7:17-18 se recoge el mismo pensamiento, si bien se
da una argumentación irónica: “¿Qué es el hombre para que en tanto le tengas y
pongas en él tu atención, para que le visites cada día y a cada momento le
pruebes?” Esto indica que esta consideración de la Providencia divina sobre el
hombre era uno de los temas de los círculos sapienciales, de los que se hace
eco aquí el salmista.
¡Maranatha!
¡Sí, ven Señor Jesús!
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