Lucas 8; 25
“Y les dijo:
¿Dónde está vuestra fe? Y atemorizados, se maravillaban, y se decían unos a
otros: ¿Quién es éste, que aun a los vientos y a las aguas manda, y le
obedecen?”
Cuando estamos en medio de la tormenta de la
vida, es fácil pensar que Dios ha perdido el control y que estamos a merced de
los vientos del destino. En realidad, Dios es soberano. Controla la historia
del mundo y nuestro destino personal. Así como Jesús calmó las olas, puede
también calmar cualquier tormenta que enfrentemos.
Tenían fe, pero era “poca” fe. Eso fue el
problema que Jesús quería solucionar. Es el mismo problema que tenemos
nosotros. Muchos tienen fe pero es “poca fe” y es “débil fe”. Por eso cuando se
desencadenan las tormentas de la vida, nos dejan desesperados.
El temor es necesario. Es un instinto que Dios
nos da para nuestra propia protección, pero el temor excesivo indica poca fe en
Dios, y aun la cobardía. Marcos_4:40 “¿Por qué
estáis así amedrentados?’ ¿No valía la presencia de Jesús? Él estuvo con
ellos en la barca. ¿Creían que Jesús también iba a desaparecer en la tormenta?
La duda no razona. Ya sabían que Jesús tenía grandes poderes: sobre la lepra y
sobre toda clase de enfermedad, que aun podía sanar de lejos, y que tenía poder
sobre los demonios. ¿No eran suficientes estas señales para convencerles? Sí,
pero este caso es diferente. Ahora ellos mismos estaban en peligro. Habían
visto los milagros que ayudaban a otros, pero los apóstoles no eran leprosos,
ni endemoniados, ni aun enfermos, sino que estaban en gran peligro de perder su
vida en una tempestad. Creían que Jesús tenía poder sobre la lepra y los
vientos y el mar.
Jesús está con nosotros. Mateo_28:20,
prometió estar siempre con los apóstoles. Siempre estaba con ellos durante su
ministerio, y aun ahora está con ellos en la palabra escrita por ellos, pero
también está con nosotros durante todas las tormentas de la vida (enfermedades
y otras aflicciones, persecución y tribulación, problemas, dificultades, en
fin, siempre que seamos sacudidos y azotados por las fuerzas enemigas del
alma).
Apocalipsis 1; 17-18
“Cuando le vi, caí como muerto a
sus pies. Y él puso su diestra sobre mí, diciéndome: No temas; yo soy el
primero y el último; y el que vivo, y
estuve muerto; mas he aquí que vivo por los siglos de los siglos, amén. Y tengo
las llaves de la muerte y del Hades.”
A
medida que las autoridades romanas avanzaban en su persecución de los
cristianos, Juan debió de haberse preguntado si la iglesia podría sobrevivir y
mantenerse frente a la oposición. Pero Jesucristo apareció en gloria y
esplendor, ratificándole a Juan que él y los demás creyentes poseían el poder
de Dios para enfrentarse a esas pruebas. Si estás afrontando dificultades,
recuerda que el poder que estaba a disposición de Juan y de los primeros
cristianos también está a tu disposición (1Juan 4:4).
Nuestros pecados nos condenan, pero Jesucristo
tiene las llaves de la muerte y del Hades. Solo Él puede librarnos de la
esclavitud de Satanás. Solo Él tiene poder y autoridad para darnos libertad del
dominio del pecado. Los creyentes no tenemos por qué temer al Hades ni a la
muerte porque Cristo tiene las llaves de ambos. Lo único que tenemos que hacer
es apartarnos del pecado y volvernos a Él con fe. Si mantenemos nuestra vida y
muerte en nuestras manos, nos condenamos a nosotros mismos al infierno. Si
ponemos nuestra vida en las manos de Cristo, nos restaura y resucita para una
eternidad de comunión apacible con El.
Hebreos 13; 5
“Sean vuestras costumbres sin
avaricia, contentos con lo que tenéis ahora; porque él dijo: No te desampararé,
ni te dejaré”
No es
prohibición contra el procurar mejores condiciones de la vida física sino una
exhortación a poner nuestra confianza en Dios y no en la fuerza del brazo
humano. ¿Cómo podemos aprender a contentarnos? Esforzándonos por vivir con
menos en lugar de desear más; desprenderse de nuestros bienes en vez de querer
acumular más y más que nos estorbarían en el camino angosto. Deleitarnos con lo
que tenemos en lugar de estar resentidos por lo que podamos estar perdiendo de
acumular. Contemplemos el amor manifestado por Dios en lo que Él ha provisto para cada día y recordemos que el dinero y los
bienes pasarán.
Nos sentimos contentos cuando disfrutamos de la
provisión de Dios para satisfacer nuestras necesidades diarias. Los cristianos
que se convierten en materialistas dicen con sus acciones que Dios no es capaz
de cuidar de ellos, o que al menos Él no quiere cuidarlos en la forma que
quisieran. La inseguridad puede conducir al amor al dinero, sin que importe que
seamos ricos o pobres. El único antídoto es confiar en Dios para suplir todas
nuestras necesidades. Y lo sé porque veo la mano de Dios en mi vida en cada
momento.
¡Maranatha! ¡Sí, ven Señor Jesús!
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