Romanos
12; 9-21 (segunda parte)
El amor sea sin fingimiento. Aborreced lo
malo, seguid lo bueno. Amaos los unos a los otros con amor fraternal; en cuanto
a honra, prefiriéndoos los unos a los otros. En lo que requiere diligencia, no
perezosos; fervientes en espíritu, sirviendo al Señor; gozosos en la esperanza;
sufridos en la tribulación; constantes en la oración; compartiendo para las
necesidades de los santos; practicando la hospitalidad. Bendecid a los que os
persiguen; bendecid, y no maldigáis. Gozaos con los que se gozan; llorad con
los que lloran. Unánimes entre vosotros; no altivos, sino asociándoos con los
humildes. No seáis sabios en vuestra propia opinión. No paguéis a nadie mal por
mal; procurad lo bueno delante de todos los hombres. Si es posible, en cuanto
dependa de vosotros, estad en paz con todos los hombres. No os venguéis vosotros
mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios; porque escrito está:
Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor. Así que, si tu enemigo tuviere
hambre, dale de comer; si tuviere sed, dale de beber; pues haciendo esto,
ascuas de fuego amontonarás sobre su cabeza. No seas vencido de lo malo, sino
vence con el bien el mal.
No sólo debe haber benignidad para los amigos y los
hermanos; los cristianos no deben albergar ira contra los enemigos. Solo es
amor falso el que se queda en las palabras bonitas cuando nuestros hermanos
necesitan provisiones reales y nosotros podemos proveerles. Hay que estar
preparados para recibir a los que hacen el bien: según haya ocasión, debemos
dar la bienvenida a los forasteros.
Bendecid, y no maldigáis. Presupone la buena
voluntad completa no bendecirlos cuando oramos para maldecirlos en otros
momentos, sino bendecirlos siempre sin maldecirlos en absoluto. El amor
cristiano verdadero nos hará participar en las penas y alegrías de unos y otros.
Trabaja lo más que pueda para concordar en las mismas verdades espirituales; y
cuando no lo logres, concuerda en afecto. Mira con santo desprecio la pompa y
dignidad mundanas. No te preocupes por ellas, no te enamores de ellas.
Confórmate con el lugar en que Dios te ha puesto en su providencia, cualquiera
sea. Nada es más bajo que nosotros sino el pecado. Nunca encontraremos en
nuestros corazones la condescendencia para con el prójimo mientras alberguemos
vanidad personal; por tanto, esta debe ser mortificada.
Desde que los hombres se
hicieron enemigos de Dios, han estado muy dispuestos a ser enemigos entre sí.
Los que abrazan la religión deben esperar encontrarse con enemigos en un mundo
cuyas sonrisas rara vez concuerdan con las de Cristo. No paguéis a nadie mal
por mal. Esa es una recompensa brutal, apta sólo para los animales que no
tienen consciencia de ningún ser superior, o de ninguna existencia después de
esta. Y no sólo hagáis, sino estudiad y cuidaos para hacer lo que es amistoso y
encomiable, y que hace que la religión resulte recomendable a todos aquellos
con los que converséis.
Estudia las cosas que traen
la paz; si es posible, sin ofender a Dios ni herir la conciencia. No os
venguéis vosotros mismos. Esta es una lección difícil para la naturaleza
corrupta; por tanto, se da el remedio para eso. Dejad lugar a la ira. Cuando la
pasión del hombre está en su auge, y el torrente es fuerte, déjelo pasar no sea
que sea enfurecido más aún contra nosotros. La línea de nuestro deber está
claramente marcada y si nuestros enemigos no son derretidos por la benignidad
perseverante, no tenemos que buscar la venganza; ellos serán consumidos por la
fiera ira de ese Dios al que pertenece la venganza.
El último versículo sugiere
lo que es fácilmente entendido por el mundo: que en toda discordia y contienda
son vencidos los que se vengan, y son vencedores los que perdonan. No te dejes
aplastar por el mal. Aprende a derrotar las malas intenciones en tu contra, ya
sea para cambiarlas o para preservar tu paz. El que tiene esta regla en su espíritu,
es mejor que el poderoso. Se puede preguntar a los hijos de Dios si para ellos
no es más dulce, que todo bien terrenal, que Dios los capacite por su Espíritu
de manera que sea éste su sentir y su actuar.
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