Juan 6; 29-40
Entonces le dijeron: ¿Qué debemos hacer para poner en
práctica las obras de Dios? Respondió Jesús y les dijo: Esta es la obra de Dios,
que creáis en el que él ha enviado. Le dijeron entonces: ¿Qué señal, pues,
haces tú, para que veamos, y te creamos? ¿Qué obra haces? Nuestros padres comieron
el maná en el desierto, como está escrito: Pan del cielo les dio a comer. Y
Jesús les dijo: De cierto, de cierto os digo: No os dio Moisés el pan del
cielo, mas mi Padre os da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es
aquel que descendió del cielo y da vida al mundo. Le dijeron: Señor, danos
siempre este pan. Jesús les dijo: Yo soy el pan de vida; el que a mí viene,
nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás. Mas os he dicho,
que aunque me habéis visto, no creéis. Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí;
y al que a mí viene, no le echo fuera. Porque he descendido del cielo, no para
hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió. Y esta es la voluntad del
Padre, el que me envió: Que de todo lo que me diere, no pierda yo nada, sino
que lo resucite en el día postrero. Y esta es la voluntad del que me ha
enviado: Que todo aquel que ve al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna; y yo
le resucitaré en el día postrero.
Desde el
principio, el Evangelio ha llegado al pecador despierto con la misma conciencia
de las importantes noticias que contar, como aquel mensajero que corrió hacia
David, después de la batalla de Mahanaim, exclamando: "¡Todo está
bien!" Pero así como la carga de ese mensaje traído por Ahimaas fue
simplemente la victoria, sin ninguna narración de detalles, también lo fue la
proclamación de las buenas nuevas a nuestra tierra en el Antiguo Testamento.
Todavía faltaba un Cushi para dar detalles; y Cushi vino sobre los talones de
Ahimaas, diciendo que la esencia de la victoria residía en el hecho de que el
líder del ejército fuera asesinado. Es así que el Nuevo Testamento ha superado
al Antiguo, proclamando "¡Buenas noticias, oh tierra! ¡Buenas noticias! Es
el Hijo de Dios que ha muerto y resucitado, cumpliendo la ley de su Padre, y
estableciendo su trono".
En la sinagoga de Antioquía de Pisidia (Hechos 13:32),
Pablo anunció a la atenta audiencia que escuchaba: "¡Os anunciamos buenas
nuevas!" y luego añadió, que la promesa hecha a los padres ahora se
cumplió en Jesús resucitado. Era como si hubiera dicho: "La voz de la
gloria excelente clama: ¡Escucha al Hijo amado! y habla de nada sino de lo que
Él es, tiene y ha hecho". Esa vasija que ha soportado todas las tormentas
de la ira, esa arca que ha soportado inmóvil el impacto de las cataratas de las
ventanas abiertas del cielo, y las profundidades rompiéndose abajo, contiene
todo lo necesario para satisfacer la necesidad del pecador; y en la medida en
que el Espíritu Santo revele esta persona al pecador despierto, saldrá a la luz
una reserva de todas las cosas adecuadas a los anhelos de un alma inmortal.
Cuando el pecador tiene un descubrimiento claro de
esta persona gloriosa de Jesucristo, es un hombre salvo; porque así lo encontramos escrito en
Gálatas 1;
13, 15, 16: " Porque ya habéis oído acerca de mi conducta
en otro tiempo en el judaísmo, que perseguía sobremanera a la iglesia de Dios,
y la asolaba… Pero cuando agradó a Dios, que me apartó desde el vientre de mi
madre, y me llamó por su gracia,... revelar a su Hijo en mí, para que yo le
predicase entre los gentiles, no consulté en seguida con carne y sangre". Mateo 16; 16, 17 "
Respondiendo Simón
Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente. Entonces le
respondió Jesús: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo
reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos.".
Descansar en esta Persona para la salvación se llama,
"Fe en Jesucristo". En esta fe hay un acto intelectual, a saber la
aprehensión del significado de lo que se dice acerca de Jesús. Pero esta
aprehensión del significado de lo que se dice o testifica acerca de Jesús, no
es más que la avenida que conduce a la magnífica mansión. Conduce el alma a la
Persona de quien se declaran estas cosas. Nunca es la creencia en simples propuestas
lo que salva el alma; porque estas tienen que ver sólo con el entendimiento.
Las proposiciones, por importantes que sean, deben guiarnos hacia la persona
que es la esencia del testimonio; y son utilizadas para este fin por el mismo
Espíritu Santo que ilumina nuestro entendimiento una vez carnal para ver la verdad
real. La creencia del testimonio, o
registro, concerniente al Hijo de Dios, nuestro Salvador, es el pórtico del
edificio, a través del cual pasamos a la sala de audiencias y nos encontramos
con el Habitante Vivo, lleno de luz, vida y amor.
Se requiere un remedio doble para satisfacer las
exigencias de un alma caída. Primero: El alma debe sentirse enteramente
liberada de esa culpa que ha obligado al Dios Santo a retirarse. El alma del
pecador está por naturaleza cargada de culpa, la culpa del pecado original y
actual; y hasta que esta culpa sea completamente quitada, no puede haber
libertad de acceso a Dios. Pero quita esta barrera, y entonces el Dios Santo
podrá encontrarse con el pecador, y el pecador podrá correr hacia los brazos
abiertos del Dios Santo. Esto es traer la conciencia a un descanso sólido. Segundo:
El alma tiene sentimientos, emociones, afectos, que constituyen lo que llamamos
en lenguaje común el corazón del hombre. El corazón, entonces, debe ser llevado
a su reposo, así como la conciencia; y será llevado a descansar, si puedes
encontrar para él un objeto lo suficientemente vasto, lo suficientemente rico y
tan acomodado a su estructura como para dar un amplio margen para el ejercicio
de todos sus poderes y el juego de todos sus sentimientos.
Ahora bien, estos dos fines se responden cuando el
alma descubre la Persona del Dios-hombre a Jesucristo. Allí es donde se
encuentra el doble remedio. Por ahora, la conciencia, capacitada por el
Espíritu Santo para discernir y examinar los tesoros almacenados en el Dios y Mediator,
encuentra todos los materiales necesarios para su pacificación y descanso, en
cuanto su obediencia a la ley y la satisfacción dada por la deshonra hecha a
ella, son eficaces sin medida. Y luego, cuando el mismo Espíritu de verdad lo
capacita para explorar la riqueza de la simpatía, la ternura y el sentimiento
fraternal, que el Dios-hombre está cargado y que se da desde el lado de su
humanidad, el hombre encuentra en ella un objeto como ansiaba su corazón, un
objeto en el que su corazón pueda reposar.
Es ahora cuando prueba "El Pan de Vida".
Sólo ahora conoce el significado de hacer del Salvador su comida y su bebida,
(Juan 6;. 51 Yo soy el pan vivo que descendió del
cielo; si alguno comiere de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo daré
es mi carne, la cual yo daré por la vida del mundo.) pues es ahora que
ha encontrado todo el remedio para su caso en la persona de un Mediador, que
une a la naturaleza humana con la Divina, y usa ambas al tratar con el hombre.
Al encontrar carne y sangre en un
Salvador, cuya obra, muerte y resurrección trajeron la justicia eterna, el
hombre puede decir: "Cada parte de mi naturaleza ha sido pensada y se ha hecho
provisión para todos mis sentimientos y facultades, así como para mi
conciencia; ¡esto es en verdad comida y bebida para mí! ¡Su carne es en verdad
comida! ¡Su sangre es en verdad bebida!
Los versículos del inicio nos despliega las etapas de
la vida Cristiana:
Vemos a Jesús. Le vemos en las páginas del Nuevo Testamento, en la enseñanza
de la Iglesia, a veces hasta cara a cara.
Habiéndole visto, acudimos a
Él. Le miramos, no
como un héroe o dechado distante, no como el protagonista de un libro, sino
como Alguien accesible.
Creemos en Él. Es decir, Le aceptamos como la suprema autoridad
acerca de Dios, de nosotros mismos y de la vida. Eso quiere decir que no
acudimos a Él por mero interés, ni en igualdad de términos; sino,
esencialmente, para someternos.
Este proceso nos da la vida. Es decir, nos pone en una nueva relación de amor con
Dios, en la que Le conocemos como Amigo íntimo; ahora podemos sentirnos a gusto
con el Que antes temíamos y no conocíamos.
El único acceso a esta nueva
relación con Dios es por medio de Jesús; sin Él nunca habría sido posible, y aparte de Él
sigue siendo imposible. No hay investigación de la mente ni anhelo del corazón
que pueda encontrar a Dios aparte de Jesús.
Detrás de todo este proceso
está Dios. Los que acuden
a Jesús son los que Dios Le ha dado. Dios no se limita a proveer la meta;
también mueve el corazón para que Le desee; también obra en el corazón para
desarraigar la rebeldía y el orgullo que podrían obstaculizar la entrega total.
No podríamos ni siquiera empezar a buscarle si no fuera porque Él ya nos ha elegido
para ese encuentro.
Queda ese algo tozudo en el corazón humano que nos
hace seguir rehusando la invitación de Dios. En último análisis, lo único que
puede frustrar el propósito de Dios es la oposición del corazón humano. La vida
está ahí para que la tomemos... o para que la rechacemos.
Cuando la tomamos, suceden dos cosas. La primera es
que entra en la vida una nueva satisfacción. El corazón humano encuentra lo que
estaba buscando, y la vida deja de ser un mero vegetar para ser algo lleno a la
vez de emoción y de paz. Y la segunda es que tenemos seguridad hasta más allá
de la muerte. Aun el último día, cuando todo termine, estaremos a salvo. Como
dijo un gran comentarista: " Cristo nos lleva al puerto en el que se
acaban todos los peligros.» Esas son la grandeza y la gloria de las que nos
privamos cuando rehusamos Su invitación.
Escribir esto tiene un propósito, es entrar en
detalles mediante los cuales podamos mostrar que la Persona de Cristo es, y
siempre ha sido, la esencia del Evangelio. Las buenas nuevas de gran gozo se
agrupan alrededor de esa Persona; las invitaciones y los llamados nos acercan a
Él; y las garantías para creer en el Evangelio son en realidad testimonios cuya
finalidad principal es esta, fijar nuestra mirada en el yo de esa Persona y
asegurarnos de las capacidades de su corazón y de su brazo.
Y no es de extrañar que sea así; porque él es Dios,
manifestado en carne. Verlo, es ver a Dios en actitud de redención. Verlo es
ver al Dios del amor santo poniéndose en una posición desde la cual podría,
justa y honrosamente, salvar a los pecadores. Verlo a Él es ver a Dios
encontrando una manera de llegar a los pecadores con los brazos abiertos y, sin
embargo, permanecer tan santo, justo y verdadero como desde toda la eternidad.
Mostrar que esta es la esencia del Evangelio puede ser
importante tanto para los santos que ya temen al Señor, como para los pecadores
que sólo lo buscan a tientas. Ambos son llevados así directamente a confrontar
a Dios, "Dios manifestado en carne", "en quien están escondidos
todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento". El santo descubre
que aquí flota sobre un océano de gracia, y que cuanto más constantemente
permanece aquí, más bendito es. El pecador que busca encuentra que sus
perplejidades se disipan cuando está tratando, no con verdades abstractas, ni
con declaraciones frías, sino con una Persona, y esa Persona llena de gracia y
verdad.
“Venid luego, dice Jehová, y
estemos a cuenta: si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán
emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca
lana.” (Isaías 1; 18.) Aquí
tenemos dos partes ante nosotros, no una parte tratando con las palabras y
declaraciones de otra, sino dos partes que se confrontan entre sí. Es un
encuentro de espíritu con espíritu, el espíritu del hombre, con Dios, que es
Espíritu. Es el hombre viviente que viene a escuchar al Dios viviente contarle
su corazón y sus caminos.
Bunyan en su "Progreso del Peregrino",
representa a Cristiano, cuando es liberado de su carga en la cruz, cantando con
alegría. Y en su "Instrucción para los ignorantes",
ocurre el siguiente diálogo:
Pregunta. “ Si un pobre pecador como yo quisiera ser
salvo de la ira venidera, ¿cómo debo creer?
Respuesta: Tu primera pregunta debería ser, ¿en quién
debo creer? Juan 9; 35, 36, 37 35 Oyó Jesús que le habían expulsado; y hallándole, le dijo:
¿Crees tú en el Hijo de Dios? Respondió él y dijo: ¿Quién es, Señor, para que
crea en él? Le dijo Jesús: Pues le has visto, y el que habla contigo, él es.
"
P. ¿En quién entonces debo creer?
R. En el Señor Jesucristo.
P. ¿Quién es Jesucristo, para que yo crea en él?
R. Él es el Hijo unigénito de Dios.
P ¿Por qué debo creer en Él?
R. Porque es el Salvador del mundo.
P. ¿Cómo es él el Salvador del mundo?
R Por designación y envío del Padre; porque Dios no
envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea
salvo por él.
P. ¿Cómo vino al mundo?
R. En la carne del hombre, en la cual carne cumplió la
ley, murió por nuestros pecados, venció al diablo ya la muerte, y obtuvo eterna
redención para nosotros.
P. ¿Pero no hay otra manera de ser salvo sino creyendo
en Jesucristo?
R. No hay otro nombre, dado bajo el cielo, entre los
hombres, en que podamos ser salvos. Y por tanto, el que no creyere, será
condenado. Hechos 4; 12, "Y en ningún otro hay
salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que
podamos ser salvos". Marcos 16. 16, "El
que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será
condenado. ". Juan 3; 18, 36, "El que
en él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque
no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios.". "El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa
creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él".
P. ¿Qué es creer en Jesucristo?
R. Es recibirlo a Él, con lo que está en Él, como el
regalo de Dios para ti, pecador. Juan 1; 12, "Mas
a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad
de ser hechos hijos de Dios;".
P. ¿Qué hay en Jesucristo para animarme a recibirlo?
R. Justicia infinita para justificarte, y el Espíritu
sin medida para santificarte.
P. ¿Esto es mío si recibo a Cristo?
R. Sí, si lo recibes como Dios te lo ofrece.
P. ¿Cómo me lo ofrece Dios?
R. Así como un rico ofrece gratuitamente una limosna a
un mendigo, así debes recibirlo tú.” Juan 6; 32, 33, 34, 35, “Y Jesús les dijo: De cierto, de cierto os digo: No os dio
Moisés el pan del cielo, mas mi Padre os da el verdadero pan del cielo. Porque
el pan de Dios es aquel que descendió del cielo y da vida al mundo Entonces le
dijeron: 'Señor, danos siempre este pan.' Y Jesús les dijo: 'Yo soy el pan de
vida; el que a mí viene, nunca tendrá hambre, y el que en mí cree, no tendrá
sed jamás'".
¿Qué relación tiene con esto el creer en Jesús? La
vieja distancia y enemistad desaparecen y la nueva relación con Dios es posible sólo
gracias a Jesús. Él es Quien vino a decirnos que Dios es nuestro Padre y nos ama
y quiere perdonarnos por encima de todo.
Pero esa nueva relación con Dios desemboca en una cierta clase de vida. Ahora que sabemos cómo es Dios, nuestra vida tiene que reflejar ese conocimiento. La esencia de la vida cristiana es una nueva relación con Dios, una relación que Él nos ofrece, y que hace posible la Revelación que Jesús nos ha traído de Dios; una relación que conduce al servicio, pureza y confianza que son un reflejo de Dios en nuestras vidas. Esta es la obra que Dios quiere que hagamos, y para la cual nos capacita por medio del Espíritu Santo.
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