"Envía pues ahora y júntame a todo Israel en el monte de
Carmelo, y los cuatrocientos y cincuenta profetas de Baal, Y los cuatrocientos
profetas de los bosques, que comen de la mesa de Jezabel (1Reyes
18; 19).
Aquí
reside la esencia y enormidad del pecado. Es sacudir el yugo divino, negarse a
estar en sujeción a nuestro Hacedor y Rey. Es desconocer intencionadamente al
juez, y rebelarse contra su autoridad. La ley del Señor es clara y enfática. El
primer estatuto de la misma prohíbe de modo expreso el tener otros dioses
aparte del Dios verdadero; y el segundo prohíbe hacer imágenes e inclinarse a
ellas en adoración. Éstos eran los terribles crímenes que Acab había cometido,
y son también, en esencia, aquellos de los que nuestra generación mala es
culpable, y ello es la causa de que el cielo nos mire ahora con ceño tan
fruncido. "Sabe pues y ve cuán malo y amargo es tu
dejar a Jehová tu Dios, y faltar mi temor en ti, dice el Señor Jehová de los
ejércitos” (Jeremías 2:19). "Y siguiendo a los Baales"; cuando
se abandona al verdadero Dios, otros dioses falsos ocupan su lugar;
“Baales", así, en plural, por cuanto Acab y su mujer adoraban a varios
dioses falsos. Qué
cosa más notable: ver a Elías solo, odiado por Acab, no sólo acusando al rey de
sus crímenes, sino también dándole instrucciones, diciéndole lo que había de
hacer. No es necesario decir que su conducta en esta ocasión no sentó un
precedente ni estableció un ejemplo a seguir para todos los siervos de Dios en
circunstancias parecidas. El tisbita estaba revestido de extraordinaria
autoridad del Señor, como se desprende de aquella expresión del Nuevo
Testamento que dice: “E irá delante de él con el espíritu y el poder de Elías, para
hacer volver los corazones de los padres a los hijos, y de los rebeldes a la
prudencia de los justos, para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto.”
(Lucas 1:17). Elías, en el ejercicio de esa autoridad, demanddó que todo Israel
se juntara en el Carmelo, y que allí se reunieran también todos los profetas de
Baal y Astarot que se encontraban esparcidos por el país entero. Lo que todavía
es más extraño es el lenguaje perentorio usado por el profeta: dio simplemente
las órdenes sin ofrecer explicación ni razón alguna acerca de su propósito real
al convocar a todo el pueblo y a todos los profetas. A la luz de lo que sigue,
el designio del profeta es claro: lo que iba a hacer, había de hacerse abierta
y públicamente ante testigos imparciales. Había llegado la hora de ultimar las
cosas: Jehová y Baal, por decirlo así, habían de enfrentarse ante toda la
nación. El lugar seleccionado para el encuentro era un monte en la tribu de
Aser, lugar bien situado para que se reunieran las gentes procedentes de todos
los lugares; nótese que era fuera de la tierra de Samaria. Fue en el Carmelo
donde se había construido un altar y en donde se habían ofrecido sacrificios al
Señor, empero, el culto a Baal había suplantado incluso este servicio irregular
al Dios verdadero, irregular porque la ley prohibía la existencia de altares
fuera del templo de Jerusalén. Sólo había un medio de hacer que cesara la
terrible sequía y el hambre resultante, y de que la bendición de Jehová
retornara sobre la nación: que el pecado que había causado la aflicción fuera
juzgado; para ello, Acab había de reunir a todo Israel en el Carmelo. Como que el designio de Elías era establecer
el culto a Jehová sobre una base firme, y restaurar la obediencia del pueblo al
Dios de Israel, había de poner las dos religiones a prueba y por un milagro tan
magnifico que nadie pudiera poner objeción alguna; y como que la nación entera
estaba profundamente interesada en el asunto, habla de tener lugar del modo más
público y en un punto elevado, en la cumbre del alto Carmelo, y en presencia de
todo Israel. Quería que todos se juntasen en esta ocasión, para que pudieran
ser testigos, con sus propios ojos, del poder y la soberanía absolutos de
Jehová, a cuyo servicio habían renunciado, y también de la absoluta, vanidad de
los sistemas idólatras que lo habían sustituido
Ello
señala siempre la diferencia entre la verdad y el error: la una requiere la
luz, sin temor a la investigación; el otro, el autor del cual es el príncipe de
las tinieblas, odia la luz, y medra siempre bajo el manto del secreto. No hay
nada que indique que el profeta hiciera saber su intención a Acab; más bien
parece haber ordenado sumariamente al rey que reuniera al pueblo y a los
profetas: todos los que tenían parte en el terrible pecado -gobernantes y
gobernados- habían de estar presentes. "Entonces Acab envió a todos los
hijos de Israel, y juntó los profetas en el monte de Carmelo”. "Y, ¿por
qué accedió Acab tan mansa y rápidamente a la demanda de Elías? La idea general
entre los comentaristas es que el rey estaba ya desesperado, y como que los
mendigos no pueden escoger, no tuvo otra alternativa que acceder. Después de
tres años y medio de hambre, el sufrimiento había de ser tan agudo que, si la
lluvia tan penosamente necesitada no podía obtenerse de otro modo que gracias a
las oraciones de Elías, así debía hacerse. Por nuestra parte, preferimos
considerar la aquiescencia de Acab como una asombrosa demostración de poder de Dios sobre el corazón de los hombres,
incluso sobre el del rey, de tal manera que "Como
los repartimientos de las aguas, Así está el corazón del rey en la mano de
Jehová; A todo lo que quiere lo inclina”. (Proverbios 21:1). Esta es una verdad
-grande y básica- que es necesario enfatizar con fuerza en este tiempo de
escepticismo e infidelidad, cuando se reduce la atención a las causas
secundarias y se pierde de vista el principio motor. Tanto en el reino de la
creación como en el de la providencia, la atención se centra en la criatura en
vez de en el Creador. Cuando los campos y los huertos producen buenas cosechas
se alaban la laboriosidad del labrador y la pericia del hortelano; pero, cuando
producen poco, se culpa al tiempo o alguna otra causa; nunca se tienen en
cuenta la sonrisa ni el ceño fruncido de Dios. Lo mismo sucede, también, en los
asuntos políticos. Cuán pocos, qué poquísimos, reconocen la mano de Dios en el
presente conflicto entre las naciones. Afirmad que el Señor está interviniendo
en juicio por nuestros pecados, e incluso la mayoría de los que profesan ser
cristianos se indignarán ante tal declaración. Empero, leed las Escrituras y
observad con qué frecuencia se dice que el Señor “incitó” el espíritu de cierto
rey a hacer esto, le “movió” a hacer eso, y le “estorbó” de hacer aquello.
Debido a que ello se reconoce tan poco y se comprende tan débilmente en
nuestros días, citaremos unos cuantos pasajes como prueba. "Y le dijo Dios en sueños: Yo también sé que con integridad de
tu corazón has hecho esto; y yo también te detuve de pecar contra mí, y así no
te permití que la tocases” (Génesis 20:6). "Y dijo Jehová a Moisés: Cuando hayas vuelto a Egipto, mira que hagas
delante de Faraón todas las maravillas que he puesto en tu mano; pero yo
endureceré su corazón, de modo que no dejará ir al pueblo.” (Éxodo 4:
21). “Jehová te entregará derrotado delante de tus
enemigos; por un camino saldrás contra ellos, y por siete caminos huirás
delante de ellos; y serás vejado por todos los reinos de la tierra.” (Deuteronomio
28: 25). “Y el Espíritu de Jehová comenzó a
manifestarse en él en los campamentos de Dan, entre Zora y Estaol.” (Jueces
13:25). "Y Jehová suscitó un adversario a Salomón:
Hadad edomita, de sangre real, el cual estaba en Edom" (I Reyes
11:14). "por lo cual el Dios de Israel excitó el
espíritu de Pul rey de los asirios, y el espíritu de Tiglat-pileser rey de los
asirios, el cual transportó a los rubenitas y gaditas y a la media tribu de
Manasés, y los llevó a Halah, a Habor, a Hara y al río Gozán, hasta hoy (I
Crónicas 5:26). "Entonces Jehová despertó contra
Joram la ira de los filisteos y de los árabes que estaban junto a los etíopes;”
(II Crónicas 21:16). "En el primer año de
Ciro rey de Persia, para que se cumpliese la palabra de Jehová por boca de
Jeremías, despertó Jehová el espíritu de Ciro rey de Persia, el cual hizo
pregonar de palabra y también por escrito por todo su reino, diciendo:” (Esdras
1:1). “He aquí que yo despierto contra ellos a los
medos, que no se ocuparán de la plata, ni codiciarán oro..” (Isaías
13:17). "Te hice multiplicar como la hierba del
campo; y creciste y te hiciste grande, y llegaste a ser muy hermosa; tus pechos
se habían formado, y tu pelo había crecido; pero estabas desnuda y descubierta”
(Ezequiel 16:7). “Porque así ha dicho Jehová el Señor:
He aquí que del norte traigo yo contra Tiro a Nabucodonosor rey de Babilonia,
rey de reyes, con caballos y carros y jinetes, y tropas y mucho pueblo.” (Ezequiel
26:7).
Entonces
Acab envió a todos los hijos de Israel, y juntó los profetas en el monte de
Carmelo”. A la luz de las Escrituras mencionadas, ¿qué corazón creyente dudará
por un momento de que fue el Señor quien "dio voluntad” a Acab en el día
de Su poder; voluntad incluso para obedecer a aquel a quien odiaba más que a
ningún otro? Y cuando Dios obra, lo hace por ambos lados; El que inclinó al rey
impío a cumplir las instrucciones de Elías, llevó, no sólo al pueblo de Israel,
sino también a los profetas de Baal a cumplir con el pregón de Acab, porque ti
dirige a sus enemigos, además de sus amigos. El pueblo en general se reunió,
-probablemente, con la esperanza de ver descender lluvia a la llamada de Elías,
mientras que los falsos profetas seguramente consideraron con desdén el hecho
de que fueran requeridos a ir al Carmelo por orden de Elías a través de Acab.
La nación habla de ser restaurada (al menos externa y manifiestamente) antes de
que el juicio pudiera ser quitado, debido a que la condenación divina les había
sido infligida como consecuencia de la apostasía, y como testimonio contra la
idolatría. La prolongada sequía no habla producido cambio alguno, y el hambre
consiguiente no había llevado el pueblo a Dios. Por lo que podemos deducir de
la narración inspirada, el pueblo, con pocas excepciones, estaba tan aferrado a
sus ídolos como antes; cualesquiera que fuesen las convicciones y las prácticas
del remanente que no habla doblado su rodilla ante Baal, estaban tan temeroso
de expresarlo públicamente (por miedo a ser muerto) que Elías no conocía ni
siquiera su existencia. No obstante, no podía esperarse ningún favor de Dios
hasta que el pueblo volviera a la obediencia. "Debían arrepentirse y
volverse de sus ídolos, de otro modo no había nada que pudiera evitar el juicio
de Dios. Aunque Noé y Samuel y Job hubieran intercedido, no hubieran inducido
al Señor a retirarse del conflicto. Hablan de abandonar los ídolos y tornarse a
Jehová.”
Estas
palabras fueron escritas hace miles de años; con todo, son tan verdaderas y
pertinentes ahora como entonces, por cuanto enuncian un principio permanente.
Dios jamás cerrará los ojos al pecado ni disculpará la maldad. Tanto si imparte
su juicio a un individuo, una familia, congregación, ciudad o como si lo hace a
una nación, aquello que le desagrada ha de rectificarse antes de que su favor
pueda ser restablecido. Es inútil orar pidiendo su bendición mientras nos
negamos a dejar lo que ha producido su maldición. Es en vano que hablemos de
ejercitar fe en las promesas de Dios hasta que hayamos ejercitado
arrepentimiento por nuestros pecados. Nuestros ídolos han de ser destruidos
antes de que Dios acepte de nuevo nuestra adoración.
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