Oh Dios santo y misericordioso, que eres de ojos más
limpios para ver la iniquidad, y sin embargo eres paciente con los pecadores,
nos acercamos a tu trono, reconociendo nuestra indignidad, y poniendo toda nuestra
confianza en las promesas que nos has hecho en Cristo Jesús nuestro Señor.
En gran manera te hemos provocado a ira con nuestras
múltiples ofensas; y, si el juicio no fuera tu obra extraña, hace mucho tiempo
que habríamos recibido de tus manos la justa recompensa de nuestras malas
acciones.
Pero Tú declaras tu poder todopoderoso principalmente
al mostrar misericordia y piedad. No extendiste la diestra de tu majestad para
vengarte de tus enemigos; pero con tu propio brazo nos has redimido. No enviaste
a tu Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por
él.
Te bendecimos por revelarnos este gran misterio, que
estuvo oculto por siglos y generaciones, pero que ahora se ha manifestado a los
hijos de los hombres. Nos regocijamos de que nos haya nacido un Salvador, que
es Cristo el Señor. Nuestras almas engrandecen al Señor, y nuestros espíritus
se regocijan en Dios nuestro Salvador. ¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el
que viene en el nombre del Señor! ¡Hosanna en lo más alto!
Bendito seas, Dios de Israel, por visitar y redimir a
tu pueblo, y levantarles un cuerno de salvación; por cumplir la promesa hecha a
sus padres, y por acordarse de tu santo pacto.
Alabado sea tu nombre, por haber enviado, en la
plenitud de los tiempos, a tu Hijo unigénito, nacido de mujer, nacido bajo la
ley, para que recibiéramos la adopción de hijos.
Gloria a ti, por hacer que tu bondad amorosa hacia
nosotros se manifieste. No por obras de justicia que nosotros hayamos hecho,
sino según tu misericordia, nos has salvado.
Oh tú, que estabas en Cristo reconciliando al mundo
contigo mismo, no tomándoles en cuenta sus ofensas, perdónanos todas nuestras
ofensas. Por aquel que fue hecho en semejanza de carne de pecado, y vino a
buscar ya salvar lo que se había perdido, ten piedad de nosotros. Por el
misterio de su santa encarnación y natividad, líbranos, buen Señor.
Y puesto que tu bendito Hijo se manifestó para
deshacer las obras del diablo, a fin de hacernos hijos de Dios y herederos de
la vida eterna, concédenos, te suplicamos, que teniendo esta esperanza, nos
purifiquemos, así como Èl es puro; y que, cuando Cristo venga otra vez, en
poder y gran gloria, seamos hechos semejantes a Él, en su reino eterno y
glorioso.
Pero, ¿Quién podrá soportar el día de su venida? ¿Y
quién podrá estar en pie cuando Él aparezca? Oh tú, compasivo y fiel Sumo
Sacerdote, participante de nuestra carne y sangre, que fuiste tentado en todo
según nuestra semejanza, pero sin pecado, y no te avergüenzas de llamarnos
hermanos, ten piedad de nuestras debilidades; y concédenos que, siendo librados
de las manos de nuestros enemigos, podamos servirte, sin temor, en santidad y
justicia delante de ti, todos los días de nuestra vida.
Llena nuestros corazones de amor hacia ti por el don
inefable que te dignaste otorgar a un mundo pecador; y dispónganos siempre muy
agradecidos a recibir lo mismo.
Sea también en nosotros el mismo sentir que hubo en
Cristo Jesús; el cual, siendo en forma de Dios, y sin pensar que ser igual a
Dios no era cosa a que aferrarse, se despojó a sí mismo, tomando forma de
siervo, y fue hallado en la condición de hombre, varón de dolores y
familiarizado con el dolor.
Ayúdanos a seguir continuamente el ejemplo de su gran
humildad. Con humildad de mente, que podamos estimar a los demás como mejores
que a nosotros mismos. Y danos la gracia de andar en toda santidad de vida,
para que no seamos avergonzados delante de él en su venida.
Oramos igualmente, oh Padre celestial, que por tus
misericordias generosas, se levante desde lo alto la Aurora que nos ha
visitado, y brille sobre las naciones que están asentadas en tinieblas y en
sombra de muerte, para guiar sus pies por el camino de la paz.
Haz que sea tanto luz para alumbrar a los gentiles,
como gloria de tu pueblo Israel.
Y que ninguno de los que lo miren, ame más las
tinieblas que la luz, porque sus obras son malas.
Levantad ministros fieles y capaces del Nuevo
Testamento, para ir delante del rostro del Señor, para preparar sus caminos,
para dar conocimiento de salvación a su pueblo, por la remisión de sus pecados.
Derrama tu gracia y bendición celestial sobre todos
los que se llaman cristianos. ¡Que los hijos de Sion se alegren en su Rey! Y
que sigan tan verdaderamente los pasos benditos de su Señor y Maestro, que
puedan ser salvados por él en el gran día de su aparición y gloria. Concédelo
por Jesucristo, nuestro único Señor y Salvador. Amén
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