2Crónicas 14; 11
Entonces Asa invocó al SEÑOR su Dios, y dijo: SEÑOR, no hay
nadie más que tú para ayudar en la
batalla entre el poderoso y los que no tienen fuerza; ayúdanos, oh SEÑOR
Dios nuestro, porque en ti nos apoyamos y en tu nombre hemos venido contra esta
multitud. Oh SEÑOR, tú eres nuestro Dios; que no prevalezca hombre alguno
contra ti.
No hay otro como tú para ayudar es una
afirmación de la confianza total en la mano liberadora de Jehová (1Sa_14:6). En el campo de la fe, Dios es el Dios de lo
imposible (Luc_1:37). Dios destruyó al enemigo,
sembrando la confusión que condujo a la huida masiva. Luego regresaron a
Jerusalén, puesto que el enemigo desde Egipto no volvería a molestar más, sino
hasta pasados 160 años (2Rey_17:4).
Si
te estás enfrentando a batallas en las que sientes que no puedes ganar, no te
rindas. Frente a grandes hordas de soldados enemigos, Asa pidió ayuda a Dios,
reconociendo su impotencia contra tan poderoso ejército. El secreto de la
victoria es primero, reconocer la futilidad del esfuerzo humano sin ayuda de
Dios y luego, tener la confianza de que Dios lo salvará. Su poder obra mejor a
través de aquellos que reconocen sus limitaciones (2Co_12:9).
Los que piensan que lo pueden hacer todo son los que están en más grave
peligro.
2Crónicas 25; 8
Pero si tú vas, hazlo,
esfuérzate para la batalla; sin
embargo Dios te derribará delante del enemigo, porque Dios tiene poder
para ayudar y para derribar.
Amasías no era
enemigo de la religión, sino un amigo frío e indiferente. Muchos hacen lo que
es bueno, pero no con un corazón perfecto. La impetuosidad obra para
arrepentimiento. Pero la obediencia de Amasías al mandamiento de Dios fue para
su honra. La creencia firme en la completa suficiencia de Dios para sostenernos
en nuestro deber y compensar toda pérdida y daño en que incurramos en su
servicio, hará muy ligero su yugo y liviana su carga. Cuando somos llamados a
dejar cualquier cosa por Dios y por nuestra fe, debe satisfacernos que Dios sea
capaz de darnos mucho más que esto.
Los pecadores
convictos, que no tienen la verdadera fe, siempre objetan la obediencia
abnegada. Muchos pretenden aquietar sus conciencias con
el pretexto de que son necesarias las costumbres prohibidas. La respuesta, como
aquí, es: el Señor es capaz de darte mucho más que esto. Él compensa aun en
este mundo todo lo que se rinde a su causa.
En la economía
humana, la ley de la oferta y la demanda regula el precio a pagarse por los
bienes y servicios. En momentos de exceso de suministros, los precios bajan; en
tiempos de carestía, los precios suben. La economía humana es fluctuante.
Pero la economía
divina no tiene variación alguna. Dios siempre suple de acuerdo con nuestra
necesidad. Dios no desea que su pueblo pase necesidades, más bien quiere «que
abunden más y más» (1Tes_4:10-12). ¿Crees que
porque le das algo a Dios tendrás menos? No, de acuerdo con la Ley divina.
¡Cuando das te colocas en posición de recibir!
Nunca podremos
superar la generosidad de Dios. Sin embargo, tenemos que desarrollar nuestra
capacidad de cosechar. El esperar recibir, no de la persona a quien damos, sino
de nuestra fuente divina, también es un acto de fe. Cuando niño, en una granja,
aprendí que plantar significa hacer algo y, de igual forma, para recoger la
cosecha se necesita hacer algo. Ambos son actos de fe.
¡Maranata!¡Ven
pronto mi Señor Jesús!
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