Génesis 2; 16-17
Y ordenó el SEÑOR Dios al hombre, diciendo: De todo árbol del
huerto podrás comer,
pero del árbol del conocimiento del bien y del mal no comerás,
porque el día que de él comas, ciertamente morirás.
Acaso el árbol de vida y el árbol de la ciencia del
bien y del mal eran árboles reales? A menudo se expresan dos puntos de vista
diferentes:
(1)
Los árboles eran reales, pero
simbólicos. La vida eterna con Dios estaba simbolizada al comer del
árbol de la vida.
(2)
Los árboles eran reales, poseían
propiedades especiales. Al comer el fruto del árbol de la vida; Adán y
Eva podían tener vida eterna, disfrutando de una relación permanente como hijos
de Dios.
En
cualquiera de los casos, el pecado de Adán y Eva los separó del árbol de la
vida y así les impidió obtener vida eterna. De un modo interesante, el árbol de
la vida aparece una vez más en Apocalipsis 22 donde la gente está disfrutando
de vida eterna con Dios.
Dios dio a Adán la responsabilidad del huerto
y le dijo que no comiera del árbol de la ciencia del bien y del mal. Antes que
prevenirlo físicamente de comer, Dios le dio a Adán una opción, aun cuando él
pudiera escoger equivocadamente. Actualmente Dios nos sigue dando alternativas
y nosotros también, escogemos equivocadamente. Estas elecciones erróneas nos
pueden causar dolor, pero nos pueden enseñar a aprender y a crecer y a hacer
mejores elecciones en el futuro. Vivir con la consecuencia de nuestras
decisiones nos enseña a pensar y elegir con más cuidado.
¿Por qué Dios colocó un árbol en el huerto,
para después prohibir a Adán comer de él? Dios quería que Adán lo obedeciera,
pero Él le dio la libertad de la elección. Sin una alternativa, Adán habría
sido como un prisionero, y su obediencia habría sido hueca. Los dos árboles
presentaban un ejercicio de decisión, con recompensas si se elegía obedecer o
tristes consecuencias si se decidía desobedecer. Cuando nos enfrentemos a la
alternativa, siempre elijamos obedecer a Dios.
Juan
17; 3
Y esta es la vida
eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien
has enviado.
Conocer a
Dios es
una expresión característica del Antiguo Testamento. La sabiduría es «árbol de
vida a los que de ella echan mano» (Pro_3:18). «Los justos son librados por la
sabiduría» (Pro_11:9).
El sueño de la nueva edad de Habacuc era «que la Tierra estará llena del
conocimiento de la gloria de Dios" (Hab_2:14).
Oseas oye la voz de Dios que le dice: "Mi pueblo fue destruido
porque le faltó conocimiento» (Ose_4:6). Una exposición rabínica pregunta cuál
es la porción más pequeña de la Escritura que contiene todas las partes esenciales
de la ley, y contesta: Pro_3:6, que quiere decir
literalmente: «Reconócele en todos tus caminos, y Él enderezará tus veredas.»
También había una exposición rabínica que decía que Amós había reducido todos
los mandamientos de la ley a uno solo, cuando dijo: «Buscadme, y viviréis» (Amo_5:4), porque
buscar a Dios quiere decir
buscar conocerle. Los maestros
judíos hacía mucho que insistían en que conocer a Dios es necesario para vivir
la verdadera vida. Entonces, ¿qué quiere decir conocer a Dios?
Sin duda hay un elemento de conocimiento
intelectual. Quiere decir, por lo menos en parte, saber cómo es Dios; y eso es
algo que cambia radicalmente la vida. Tomemos dos ejemplos. Los pueblos
primitivos creen en una multitud de dioses. Todos los árboles, arroyos, cerros,
montañas, ríos y piedras tienen sus dioses y espíritus, que son hostiles, y los
pueblos primitivos se sienten asediados por ellos, y viven en constante temor
de ofenderlos. Los misioneros nos dicen que es casi imposible entender la
oleada maravillosa de alivio que llega a esos pueblos cuando descubren que no hay más que un solo Dios. Este
nuevo conocimiento hace que todo sea distinto de como era antes. Además, es
radicalmente otra cosa saber que Dios no es vengativo ni cruel, sino amor.
Estas cosas las sabemos; pero no las
habríamos sabido si Jesús no hubiera venido a decírnoslas. Entramos en una
nueva vida, participamos de algo de la vida de Dios mismo cuando, gracias a
Jesús, descubrimos cómo es Dios. Es una parte esencial de la vida eterna saber
cómo es Dios.
Pero hay algo más. En el Antiguo Testamento se
usa corrientemente la palabra conocer con
el sentido de la relación sexual. «Conoció Adán a su mujer Eva, la cual
concibió y dio a luz a Caín» (Génesis 4: l). Ahora bien: el conocimiento
entre marido y mujer es el más íntimo que puede haber. Marido y mujer ya no son
dos, sino una sola carne. El acto sexual no es lo más importante, sino la
intimidad e identidad de corazón, mente y alma que en el verdadero amor lo
preceden. Conocer a Dios no es,
por tanto, un mero conocimiento intelectual de Él, sino una íntima relación
personal con Él que es como la relación más próxima y amada de la vida. De
nuevo hemos de decir que, sin Jesús, tal intimidad con Dios habría sido
impensable e imposible. Es Jesús el Que nos ha enseñado que Dios no es un Ser
remoto e inasequible, sino el Padre Cuya naturaleza es amor.
Conocer a Dios es no sólo saber cómo es,
sino también estar en términos de la más íntima relación de amistad con Él; y
ninguna de las dos cosas es posible sin Jesucristo.
¡Maranata!¡Ven pronto mi Señor Jesús!
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