Hablar de abuso en el contexto de la
iglesia es casi como entrar en un territorio virgen o inexplorado y no debido a
que se desconozcan casos sino porque los mismos parecen silenciarse siendo
considerado este tema una especie de tabú. Enormemente significativo es,
además, que determinadas clases de pensamiento, o estructuras eclesiales, se
basan precisamente en algún tipo de abuso haciendo del mismo una forma de vivir
la fe incurriendo de esta manera en su normalización. Con esto último quiero
significar que lejos de ser detectados, y consecuentemente denunciados, lo que
ocurre es que esta forma de proceder se presenta como cristiana y, entonces, el
desastre está servido.
“Después de trabajar cuarenta años como guía espiritual, me aterrorizan
los enormes sufrimientos que causan los dictadores espirituales a personas,
grupos y congregaciones cristianas. Al mismo tiempo, me causa consternación el
hecho de que rara vez se habla con claridad acerca de esto, aún entre los
cristianos y los especialistas en este campo”.
Edin Lövas[1].
Cuando hablamos de abuso lo que posiblemente nos viene primero a
la mente es el de tipo sexual o psicológico pero la realidad es que los hay de
variadas clases y el que se puede dar en el seno de una determinada
congregación no necesariamente puede parecer escandaloso pero produce un daño
de la misma intensidad y repercusiones, para la persona que lo sufre, como los
dos anteriores. Por tanto, sin duda podemos hablar de abuso espiritual el
cual se puede estar dando sutilmente, de forma consciente o no, en no pocas
congregaciones y que supone para la persona que lo padece un gran sufrimiento.
El abuso espiritual
consiste, precisamente en maltratar a una persona que necesita ayuda, apoyo o
mayor crecimiento espiritual, lo cual debilita, sabotea o disminuye el
desarrollo espiritual de esa persona.
Uno de los casos más llamativos
y comunes es el que se basa en la supuesta autoridad de un
pastor o cuerpo dirigente y en donde no se está permitida la discrepancia.
Algunos creyentes son sistemáticamente silenciados o ignorados cuando tienen
una opinión diferente en temas doctrinales, de organización o de orientación
para la iglesia.
Sostenidos en esta supuesta
autoridad divina que él o ellos representan se mira con desdén, se pone en tela
de juicio la espiritualidad del creyente, o sencillamente se le llama al orden.
Este creyente, que puede tener una sensibilidad diferente o tal vez ha leído
otras posturas posibles frente a determinados temas o pasajes bíblicos, será
considerado como molesto, poco espiritual y muy posiblemente tachado de
pretender estar por encima de lo que Dios dice y que equivale exactamente a lo
que ellos enseñan. Es un tipo de abuso que se puede llamar de posición ya
que son ellos los escogidos divinamente y se ven legitimados para actuar de
esta forma.
Con esto no pretendo decir que
no se den casos en donde un cristiano por su cuenta y riesgo quiere imponer
algo que puede estar claramente equivocado o tener una mala actitud o incluso
soberbia. Estoy hablando de otra cosa.
Es sobre esta posición elevada
que los dirigentes, supuestamente espirituales, coaccionan, presionan e incluso
colocan un interrogante a la integridad moral del que se ha atrevido a mostrar
su disconformidad. Al creyente sensible esta situación le producirá un profundo
malestar, podrá confundirlo e incluso puede que se calle de allí en adelante y
que viva sus dudas y preguntas en su interior.
Es importante tener presente
que podemos hablar de abuso espiritual cuando un cristiano que necesita
orientación, comprensión o tener claras determinadas cuestiones de fe es
silenciada. Para ello se puede recurrir a la manipulación, como ya hemos
apuntado, y así es debilitada y disminuido su desarrollo como persona, como
creyente. Los que están en posiciones de autoridad podrán incluso hablar de él
como alguien problemático y que debe abandonar el ministerio que puede estar
desarrollando o, sencillamente, dejarlo de lado para que así produzca la menor
molestia posible en el futuro y, por supuesto, excluirlo de cara a una futura
labor eclesial.
Esto también tiene una variante
en la presente era de las redes sociales. Así y desde las mismas, es que se
apunta a los que supuestamente no están en la “ortodoxia”. Se llama a que
cuantos más conozcan la deriva de ese creyente mejor, se trata de difundir su
nombre, de manchar su testimonio. Por supuesto la ortodoxia la marca el
acusador (que no suele tener dudas casi de nada, a sus ojos él mismo está sobre
la montaña de la verdad desde la que puede divisar todo tipo de error) pero en
estos casos ya se ha pasado del abuso al acoso ya que el supuesto hereje está
fuera de su área de influencia física. Bajo una máscara de piedad pretende
actuar en nombre de Dios pero el daño que causa en absoluto puede provenir del
Padre celestial.
Otro tipo de abuso muy común es
el basado en el legalismo. Al creyente se le coacciona de diferentes
formas para que se comporte siguiendo un patrón establecido el cual puede
llegar incluso al cómo vestirse ya que de lo contrario es considerado como
pecador o mundano. Es una manera de entender el cristianismo fijado en lo
externo y descuidando en sobremanera lo interno.
Realizan una rígida división
entre lo que pertenece “al mundo” y lo relacionado con Dios. Así, ir al cine o
al teatro se podría considerar carnal, lo mismo que acudir a determinados
espectáculos, escuchar un tipo de música o el reunirse con una serie de
personas no creyentes. En claro contraste, lo bueno y aceptable por Dios sería
todo aquello relacionado con la congregación y que ellos se encargan de
programar.
Se hace hincapié en la
continuada lectura de la Biblia, en la oración sin cesar, en la asistencia a
los cultos, a las reuniones de grupo, etc. Para esta mentalidad tiene toda la
preeminencia las actividades de iglesia frente a cualquier otra aunque ésta
última sea familiar, entre amigos o laboral. Si el creyente no se atiene a
estas normas, muchas de ellas tácitas, se le considera en pecado, descarriado,
y llegará el momento en el que se le llame al orden.
Esto suele crear una conciencia
de culpabilidad que se traducirá en no saber reconocer la libertad a que Cristo
nos llamó. Es una manipulación en toda regla que quiere hacerse con el control
de la vida y de la alegría de esa persona. Acabarán concibiendo a Dios como un
juez cruel que siempre está atento a cualquier falta para castigarla. Un Padre
celestial que ante todo es vengativo y apático y que para defender su santidad
coarta las vidas de sus hijos.
Parece que el creyente que sabe
que ha sido salvado por gracia ahora tiene que hacer tal cantidad de méritos
que acaba ahogado en el intento. Sí, la salvación fue gratuita pero ahora su
vida cristiana se sostiene en un hacer y en un evitar para no despertar la
desaprobación divina. Dios los liberó pero este tipo de iglesias los vuelve a
atar con cargas más pesadas.
Cuando una persona ha sufrido
este tipo de abuso espiritual las consecuencias que aparecen en ella son
comunes a otros tipos de abusos. De hecho, si llegan a salir de esta clase de
congregaciones quedan marcadas y casi incapaces de confiar en otras personas
que sí poseen una genuina autoridad que no es otra que la sostenida en el
servicio entregado y desinteresado. También se acercarán a las Escrituras sin
poder entender qué significa la gracia de Dios. Llegan a experimentar una
profunda soledad y desilusión ante lo que ellos pensaban que era la vida de fe.
Si la persona no es tratada
puede quedar atrapada en una mentalidad propia de las abusadas tomando
características enfermizas lo que la predispone para nuevos abusos en el
futuro, sean del tipo que sean.
Puede llegar incluso a creer
que el problema es ella misma y que si Dios está airado es por culpa suya, a
eso se debe su infelicidad, su tristeza interior, jamás está a la altura.
A la persona atrapada en el
abuso le es muy difícil salir del mismo. Las razones son variadas y así es
frecuente la vergüenza, esto es ser señalada en el seno de esa comunidad e
identificada como conflictiva e incluso destinada a la perdición; el miedo, ya
que ha pertenecido al grupo por un considerable espacio de años y no sabe qué
hacer fuera del mismo, a lo que se le une el temor a dejar familiares y amigos
de toda una vida o incluso pánico a que algunas facetas de su vida se conozcan
al haberse sincerado con alguien, en momentos concretos, buscando orientación.
Son cadenas que la persona
abusada arrastra y que la hacen sentirse cansada, triste y exhausta y es
posible que ni siquiera lo aparente al vivirlo todo ello en secreto.
Otro tipo de abuso se da cuando se utiliza la
Biblia para silenciar, apartar o incluso como una especie de garrote con el que
se golpea al creyente. Así los líderes que creen tener la
última palabra pueden usar una serie de versículos para apoyar su posición y
mantenerse por encima del creyente común. El legalismo, del que ya hemos
hablado más arriba, puede ser defendido de acuerdo a otra serie de versículos
tomados fuera de contexto y usados como si Dios mismo estuviera manteniendo lo
que ellos enseñan. El Antiguo Testamento es especialmente citado para este fin.
Allí, gracias a una mezcla de ignorancia y mala fe, se pueden encontrar textos
que apoyen casi cualquier idea. Por supuesto esconden lo que Jesús podría haber
dicho al respecto y así algo ya superado por el Maestro se trae a otro contexto
y tiempo defendiendo su plena actualidad.
Un caso especialmente hiriente
para con las
mujeres es la idea de que éstas deben estar sometidas a
sus esposos aun cuando los mismos se equivoquen y sean, de esta forma,
obligadas a acatar los deseos y directrices de ellos. Incluso puede darse un
maltrato psicológico y físico y aún así haber líderes que le aconsejen, en
nombre de Dios, que regresen a su hogar, que oren y que soporten todo aquello
como una ocasión para crecer. Frases como poner la otra mejilla, respetar en
todo al marido, que él es la cabeza del hogar creyente o que Dios tiene un
propósito en todo, son usadas para perpetuar el sufrimiento de la esposa.
Esto, digámoslo claro, es una
aberración de lo que Dios desea para todos sus hijos. Nadie tiene el derecho de
condenar a estas mujeres a un sufrimiento de tal calado, muy al contrario deben
ser escuchadas, sostenidas e incluso aconsejadas a que denuncien a sus maridos
en los casos de gravedad. No es cierto que las mujeres deban aceptar y acatar
esto como proveniente de Dios sino todo lo contrario. Es más, deberían
plantearse si sus esposos son realmente cristianos y si la situación es muy
seria pensar en disolver el matrimonio. Ellas estarían en perfecto derecho de
rehacer sus vidas a todos los niveles.
El abuso espiritual es un hecho
que se da en no pocas congregaciones. No sirve de nada mirar para otro lado
como si no ocurriera. Se trata de poner en evidencia a los lobos que han sido
colocados para cuidar del rebaño. Jesús fue muy duro con aquellos religiosos de
su tiempo que habían ahogado la verdadera fe en un mar de legalismo, que usaban
las Escrituras para su propio fin, que creían estar por sobre todos o los que
consideraban a la mujer como personas de tercera fila. Fue él el que dijo:
“El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar
buenas nuevas a los pobres. Me ha enviado para proclamar libertad a los presos
y dar vista a los ciegos, para poner en libertad a los oprimidos, para
proclamar el año del favor del Señor.” Lucas 4:18-19.
[2]
Johnson, D. y Van Vonderen, J. (1995). El poder sutil del abuso espiritual.
Miami: Editorial Unilit, p. 22
No hay comentarios:
Publicar un comentario